PARA RECIBIR LA GRACIA DE DIOS HAY QUE ABRIR EL CORAZÓN

No es lo mismo ir a la iglesia que ser Iglesia. No es lo mismo aparentar ser cristiano que creer que Cristo ha resucitado y está junto a nosotros. No es lo mismo vivir una creencia socio-cultural que impregnar nuestra vida con la fe que profesamos.

Las apariencias nos permiten vivir en sociedad de forma más sencilla, pero a veces nos escondemos detrás de ellas para no mostrar las debilidades y dudas de nuestra fe. ¿A qué tenemos? ¿A los demás? “El que esté libre de pecado que tire la primera piedra” (Jn 8, 7)

Hay quienes solamente se han revestido de Cristo por haber recibido el sacramento, pero están desnudos de Él por lo que se refiere a la fe y las costumbres #SanAgustin (Sermón 260A, 2).

Los sacramentos son signos de gran importancia para los cristianos. A través de ellos recibimos la Gracia de Dios, de forma directa. Si para nosotros son sólo signos sociales que nos permiten sentirnos integrados en un grupo, estaremos desperdiciando la fuente de Agua Viva que con tanto amor, Cristo nos ofrece.


Por algo Cristo le decía que “el que no nace del Agua y del Espíritu, no puede entrar en el Reino de Dios” (Jn 3, 5). No basta con ser reconocido de forma social, se trata de nacer de nuevo, ser personas nuevas que viven del Agua de la Gracia de Dios. “No solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la Boca de Dios” (Mt. 4, 3-4). Las Palabras que salen de la Boca de Dios son signos que nos transforman, Dios mismo que se dona a nosotros para convertirnos. Los sacramentos son una parte importante de las Palabras que Dios dice para nosotros.

Pero, como siempre, se hace más evidente que “si tenéis fe como un grano de mostaza, diréis a este monte: “Pásate de aquí allá”, y se pasará”. Indudablemente, las montañas que seremos capaces de mover serán que la Voluntad de Dios desee que movamos. Entre estas montañas está nuestra conversión y capacidad de ser herramientas dóciles en las Manos de Dios.

Para que todo esto pueda tener lugar, es necesario hacer que nuestra vida sea coherente y consistente con nuestra fe. Esta montaña imposible de mover por nosotros mismos, es una de las que Dios espera que le pidamos y nos esforcemos por mover. Ahora, sin fe, poco podremos hacer. Ya nos dijo Cristo que: “Sin mi nada podéis” (Jn 15, 5)
Aleteia

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