ADORA Y CONFÍA


ADORAR Y CONFIAR. Son dos semillas diminutas que nacen en el corazón. No meten ruido. No llaman la atención, pero es lo que Dios mira con ternura. Las pueden realizar todos, incluso los niños, sobre todo ellos y los que estrenan cada día en la interioridad el nuevo perfume que pone el Espíritu. “El Señor no mira tanto la grandeza de las obras como el amor con que se hacen… aunque sean pequeñas las obras” (7M 4,15), dice Teresa de Jesús. 

“Mil vidas pondría yo” (C 1,1), así nos despierta Teresa de Jesús. Es urgente crear en nosotros espacios sanadores, donde se curen tantas heridas de soledad y desconfianza, de ego idolatrado y prójimos abandonados en la orilla. Y nada cura tanto las heridas del ser humano como la adoración y la confianza: derriban los muros del corazón, mantienen vivo el fuego del Espíritu en los adentros, hacen de la interioridad una casa de comunión y de acogida. 

El fruto de la adoración y la confianza es ir en compañía por la vida, saber que Alguien nos ama. En la adoración y abandono confiado todo se integra, con todos se teje la comunión. No hay camino más fecundo. “Juntos andemos, Señor” (C 26,6). Juntos con Dios y juntos con tantos hermanos, tocados por el mismo Espíritu de Jesús, que salen de la adoración confiada dispuestos a hacer algo sólido, solidario, por los más afectados por la crisis. 

El Papa Francisco recuerda: “Desde el punto de vista de la evangelización, no sirven ni las propuestas místicas sin un fuerte compromiso social y misionero, ni los discursos y praxis sociales y pastorales sin una espiritualidad que transforme el corazón” (EG 262)...

“Siempre hace falta cultivar un espacio interior que otorgue sentido cristiano al compromiso y a la actividad. Sin momentos detenidos de adoración, de encuentro orante con la Palabra, de diálogo sincero con el Señor, las tareas fácilmente se vacían de sentido, nos debilitamos por el cansancio y las dificultades, y el fervor se apaga. La Iglesia necesita imperiosamente el pulmón de la oración” (EG 262). 

Y nos invita a pasar a la acción concreta de la adoración y la confianza, ejercitada día tras día. “Puestos ante Él con el corazón abierto, dejando que Él nos contemple, reconocemos esa mirada de amor (‘mira que te mira’)… ¡Qué dulce es estar frente a un crucifijo o de rodillas delante del Santísimo y simplemente ser ante sus ojos! ¡Cuánto bien nos hace dejar que Él vuelva a tocar nuestra existencia y nos lance a comunicar su vida nueva!” (EG 264)

Cipe. 

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