LA VIDA (INVISIBLE) BAJO EL PLÁSTICO


En España se permite el trabajo esclavo. En España hay trabajadores que viven en condiciones infrahumanas, sin agua, sin luz. Apenas son visibles. Su vida transcurre bajo el plástico. Trabajan en invernaderos de plástico y viven en chabolas de plástico. Son trabajadores y trabajadoras inmigrantes que sobreviven en los asentamientos de diversas localidades de Almería (El Ejido, Roquetas, Níjar). Es difícil saber cuántos son. No hay datos. También hay menores. Nos acercamos a esa realidad a través de las personas que viven en varios de los asentamientos del pequeño municipio de San Isidro, en la comarca de Níjar. Sólo en este lugar hay más de 60 asentamientos en los que podrían vivir más de 3.000 personas. (Reportaje publicado en el número de diciembre de 2015 de la revista 21).

Mohamed no quiere hacerse foto. “No quiero salir, le estoy diciendo a mi novia (ella está en Marruecos) que estoy bien, que vivo en una casa buena y tengo buen trabajo y no quiero salir así en la foto”. Lo que le cuenta a su novia no es cierto. Mohamed vive en el asentamiento Paula, que toma el nombre de “la dueña del cortijo” de esta finca agrícola en el pequeño municipio de San Isidro, en la comarca de Níjar (Almería). Él comparte su infravivienda con otros compañeros. En este asentamiento todos son hombres marroquíes. Es la mano de obra barata con la que se sustenta el sector económico agrícola en la zona. Narra su periplo para llegar a España hace ocho años, en un cayuco con 260 personas. “Primero fui a Libia, luego a Italia, viví en Barcelona y desde hace dos años estoy trabajando aquí en Almería, en los invernaderos, ahora con el tomate, calabacín y berenjena. No hay agua, la cogemos en garrafas de la balsa del jefe y no tenemos luz, así que para ver la enganchamos. Aguanto así para conseguir los papeles. No tengo ni futuro ni nada en Marruecos, el poder siempre va contra el pueblo”. No quiere quedarse en las chabolas. “Quiero casarme y traer a mi mujer, es mi sueño”.

Ahora trabaja 8 horas diarias por 30 euros la jornada, pero hay temporadas en las que trabaja hasta 14 horas. Dice que en verano trabajar bajo el plástico de los invernaderos a temperaturas de más de 50 ºC es horrible. “Aquí todos somos marroquíes pero también hay morenos. Todos somos iguales. Da igual si eres musulmán, cristiano, hay gente buena y mala en todas partes. Lo que importa es tu corazón, lo que tienes dentro”. Uno de sus compañeros muestra un Corán con las hojas rasgadas. Explica con tristeza que varios policías entraron de repente en la improvisada mezquita que han creado bajo los plásticos (el techo se ha dañado con las últimas lluvias y se cuela el agua). Directamente cogieron el Corán, rompieron las hojas, destrozaron lo que pillaron y se fueron. “¿Por qué hay que hacer eso?”, se pregunta.

Poblados de infraviviendas. Sólo en la comarca de Níjar hay 63 asentamientos, pero puede haber más. Unas 3.000 o 4.000 personas viven ahí. Un asentamiento es un poblado de chabolas, infraviviendas de plástico o pequeñas construcciones en fincas agrícolas donde vive la población inmigrante que trabaja en los invernaderos. Son los datos de 2012 que maneja Cepaim, una organización que trabaja en la zona desde hace 20 años. Ahora mismo nadie sabe cifras. Se calcula que cada dos o tres meses se crea uno nuevo. Esto sólo en Níjar. En El Ejido hay muchos más. En lo que se conoce como Tierras de Almería siguen hacinándose miles de personas sin papeles. Y también en Roquetas.

Eva Moreno es la coordinadora del centro de Cepaim en Níjar. “La población que vive en asentamientos ha ido creciendo pero no está contabilizada, no hay datos. En 2014 en Níjar había 11.500 extranjeros censados. No se sabe cuánta población no censada hay”.

Uno de los primeros asentamientos creados en los años 90 es Camino Jardín. Aquí todos son de Mali. Y todos son hombres, ya que suelen ser primero ellos los que vienen a buscar trabajo y cuando están asentados intentan traer a su familia. Cualquier cosa sirve para hacerse un refugio, un lugar donde vivir. Desde una tienda de campaña que les ha traído un voluntario hasta un aljibe o alberca en la que viven 11 personas.

Se trasladan en bici hasta un grifo público del pueblo para llenar las garrafas de agua. Pero ahora Alhousseini no coge la bici para eso. Va a pedirle dinero a uno de sus jefes, no le paga. El acuerdo es 33 euros por una jornada de nueve horas y media de trabajo. Pero no le paga. Adama Sangare, técnico de acogida de Cepaim, explica que esos casos son habituales. “Seguimos un procedimiento, nosotros como mediadores o el Equipo de Atención a Inmigrantes de la Guardia Civil (EDATI) acompañamos al chico para que hable con el jefe y le pague. Llevamos testigos. A veces tienen que acabar en un juzgado y no siempre les pagan. Es difícil demostrar el trabajo sin contrato”. Otras veces, cuando tienen los papeles en regla y les hacen contrato, puede ocurrir que estén trabajando un mes y cuando van a cobrar descubren que sólo les han dado de alta 12 días en la Seguridad Social. Adama hoy trabaja para ayudarles porque él también recibió ayuda cuando llegó hace 20 años. Es de Costa de Marfil. “En Almería Acoge fueron mis padres, me consiguieron mi primer trabajo en una fábrica de aceitunas, luego como cuidador de animales, luego en El Ejido en la construcción. Antes de venir a España, estudié Derecho islámico en Marruecos, así que aquí me empezaban a llamar como intérprete con la población inmigrante”. Empezó a colaborar con la organización y ya se quedó dentro.

Cuando llega a cualquier asentamiento la gente le va parando continuamente para comentar un problema con los papeles, un tema de salud, la necesidad de una manta o comida. Y él va escuchando y dando cobertura a todo. “Lo más importante ahora mismo es el sufrimiento de las personas que viven en los asentamientos. Estamos en el cuarto mundo dentro del primer mundo. Conseguir dos cosas tan elementales como agua o luz pone en riesgo sus vidas. Hace un año murió electrocutado un chico al intentar enganchar la luz. Ha habido también ahogamientos en la balsa cuando van a por agua. La gente viene aquí por necesidad. Yo también vine a buscar un futuro mejor. Cuando hablamos de derechos humanos, hay que mirar alrededor, porque muchas personas no los tienen cubiertos”.

Como Halide y Sorour. Viven en el asentamiento Don Domingo. Aquí sí hay mujeres y menores, mayoritariamente de origen marroquí. Tienen dos hijos: Yazmine de dos años y Zohoro de 10 meses. Las primeras mujeres llegaron a los asentamientos almerienses tras trabajar en Huelva en el cultivo de la fresa. Cuando ambos trabajan en los invernaderos dejan a los pequeños con una mujer de los asentamientos que se encarga de cuidar a los niños. “Para ir al colegio, los niños tienen que caminar mucho, no hay autobús, estamos pidiendo uno”, reclama Halide.

El drama de los papeles. Su vecina Fátima enseña su permiso de residencia y explica los problemas que tienen para regularizar sus papeles. “Sin papeles no hay trabajo, sin trabajo no hay papeles. ¿Cómo vamos a vivir?”. Ella pide mantas y comida. Desde Cepaim, Adama explica que “la residencia sin permiso de trabajo es una sentencia para las mujeres. Las hace dependientes del marido, no tienen opción para sobrevivir y son más vulnerables”.

Organizaciones como Cepaim, Cruz Roja o Médicos del Mundo intentan cubrir esas necesidades pero la situación de muchas familias es complicada. “Trabajamos también con población en riesgo de exclusión social, sea autóctona o inmigrante, hacemos un trabajo integral con la población local porque es muy importante en los procesos de convivencia, cohesión, mediación y sensibilización contra el racismo”, apunta Eva. Concretamente en Níjar su actividad se centra en acogida y vivienda, por el tema de los asentamientos. “Tenemos viviendas para personas sin documentos, nos los deriva el Ministerio desde el CETI (Centro Temporal de Internamiento de Inmigrantes) de Melilla y los CIEs (Centros de Internamiento de Extranjeros), apoyamos para renovar papeles pero intentamos no ser asistencialistas. Es importante dar una manta para que no pasen frío, pero hacemos también talleres de formación, clases de español, apoyo emocional (las familias de origen presionan para que manden dinero, no se creen que no lo tienen) y herramientas que faciliten su vida”. Tienen un centro diurno con duchas y lavadoras para que puedan lavar su ropa y tener condiciones mínimas de salubridad e higiene. Si detectan menores sin vacunar, lo hacen en colaboración con Médicos del Mundo e intentan también dar apoyo a menores que no tiene material escolar.

Un informe de la Fundación Simetrías de 2014 habla de los menores en los asentamientos: “Cuando los asentamientos se crearon, la población que los empezaba a ocupar tenía un perfil de hombre adulto, pero eso ha ido cambiando y se instalan familias con menores de forma precaria. Es población subsahariana o marroquí principalmente, también población gitana del Este de Europa”. El informe también refleja que “los menores que viven ahí están expuestos a las consecuencias sociales y sanitarias que se derivan de vivir en condiciones precarias”. Problemas de salud, de escolarización, de idioma e integración, que podrían conformar “otra generación perdida”. Desde la fundación Simetrías se recoge también la necesidad de una intervención por parte de las administraciones públicas porque el problema existe aunque no se quiera ver.

Redes entre mujeres. Otra de las prioridades es el trabajo con las mujeres. “Están centradas en los problemas económicos y de la familia, no piensan en su salud. Hacemos campañas de revisiones ginecológicas, talleres de educación sexual, revisiones médicas. Hemos hecho un grupo de mujeres, les cuesta más acercarse a nuestro centro, están en casa cuidando a la familia, no salen de ese círculo, hablan menos español… Hemos organizado un grupo de economía doméstica en el que se crean lazos y se ayudan entre ellas para comprar cosas en común”.

Una de esas mujeres es Najila. Vive con su marido y sus hijos (un bebé de siete meses y un niño de cinco años). Hace referencia de nuevo al tema del colegio. “Los niños tienen que caminar 40 minutos para ir al colegio. No hay autobús. Si llueve y hay viento no pueden ir”. Najila se ha convertido en una de las mediadoras entre el grupo de mujeres de los asentamientos y la organización. “Las mujeres vienen a hablar conmigo, me cuentan sus problemas, si falta ropa, comida, agua… No hay grifo, está lejos, si no tienes un coche no puedes ir a llenar garrafas. La vida es muy dura aquí, en el cortijo”.

Todas estas historias que suceden bajo el plástico no se ven. Pero hay un asentamiento que es más visible, está junto a la carretera. Es el asentamiento Los Nietos. El Ayuntamiento iba a derribarlo pero paró la orden. Este asentamiento molesta más porque es visible. Está en la ruta a San José y la zona turística y protegida del Cabo de Gata. En él vive Sadiki. La primera frase que dice es dura. “Aquí hay mucha gente sufriendo”. Llegó con 15 años, ahora tiene 30. “Ni centro de menores ni nada, vine a vivir a los asentamientos directamente. Mi padre era fontanero en Marruecos, yo trabajaba con él. Pero veía a amigos que volvían de Europa con coches, no contaban toda la verdad. Pero yo no lo sabía, decidí venir. Llegué aquí y todo fue un desastre, nada que ver”. Por eso él dice que les cuenta la verdad a sus amigos y familia. Les cuenta lo que hay. Como los problemas de discriminación. “Marroquíes y españoles somos vecinos, pero hay mucho racismo”.

Entre basura. Junto a un contenedor y toda la basura esparcida y acumulada por la tierra está la chabola de Abdellaziz, que ha llegado hace un mes, y llega ahora al asentamiento tras horas buscando trabajo en los invernaderos como peón agrícola. Pero hoy no ha habido suerte. “Es ruina, todo es ruina. Si no hay trabajo no hay dinero, si no hay dinero no hay comida”. Enseña un carnet de Cruz Roja para la recogida de alimentos. “No tenemos agua ni para ducharnos, vivimos junto a la basura, todo está sucio, hay ratas grandes por la noche, no puedo dormir, no hay baños para hacer caca, todo ahí en la basura”. Desde hace un año el Ayuntamiento no viene a recoger el contenedor de basura. Cepaim puso otro contenedor cuya recogida paga la propia organización, que también proporciona herramientas para que mantengan limpio el lugar en el que viven, como afirma Eva. “Al ser una propiedad privada ocupada es difícil que el Ayuntamiento regularice la recogida de basura allí. Lo ideal sería conseguir que salgan de los asentamientos y puedan vivir en viviendas normalizadas. Pero es muy complicado. Entonces, ya que están ahí, vamos a intentar dignificar por lo menos sus condiciones de vida”.

Con Abdellaziz vive Abdul. “Es trabajo esclavo, nos pagan a cuatro euros la hora. La situación está muy difícil, todo ha empeorado desde el euro. Con la peseta estaba mejor la cosa. La crisis es mal para los inmigrantes y también para los españoles. Todos lo mismo. El pobre es siempre el pobre. Para los ricos de aquí y de allí todo está bien”.

En los años 90 hubo una gran demanda de mano de obra para la agricultura almeriense, un sector económico que se benefició (y se beneficia) de esta mano de obra barata. Este modelo basado en la explotación agrícola intensiva de alto rendimiento tiene un alto nivel de producción para el consumo nacional y la exportación. El valor de las exportaciones de frutas y hortalizas en el año 2012 ascendió a 1.914 millones de euros. Supuso un crecimiento del 9,7% respecto a 2011.

Frenar el racismo. “Todo el mundo sabe desde siempre que este trabajo lo sacan adelante inmigrantes, en su mayoría sin contratar”. Eva asegura que ahora están muy centrados en la sensibilización, con motivo de los atentados de París. “Tras el daño que sufrieron las víctimas de París, ahora la población inmigrante musulmana es señalada y sufre la xenofobia. Cuando pasa esto y se juzga a un colectivo, retrocedemos años en todo el trabajo que hemos hecho para intentar disminuir el racismo”.

Cabe recordar los disturbios racistas que estallaron en El Ejido en el año 2000 y que dispararon una caza del moro. “Lo poco que hemos avanzado estos años se pierde en un segundo cuando pasa algo así y se mete a toda una población en el mismo saco. El futuro es la interculturalidad, ya está aquí en nuestra sociedad. Nuestra sociedad es mezcla. Eso es riqueza. No hay nada mejor que abrirse al otro y conocerlo. Ni son el enemigo ni vienen a quitarnos nada. Huyen de problemas gravísimos en sus países de origen y hacen aquí un trabajo tremendo muy importante. Para nada es una población conflictiva. Son trabajadores. Desde hace años la agricultura la sostienen ellos en Almería”.

Cae la tarde en el asentamiento Camino Jardín. Han vuelto del trabajo. Calientan agua sobre un fuego para lavarse. De una de las chabolas de plástico sale una música. “Es Ramata Diakité, ya murió, una cantante muy famosa en Mali”, comenta orgulloso Alhousseini. ¿Y qué cuenta esta canción? “Dice que los seres humanos pensamos demasiado en el materialismo, en ganar dinero, y no pensamos en la humanidad”. •



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