SAGRADA FAMILIA: JESÚS, MARÍA Y JOSÉ

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NUESTRO DIOS APARECIÓ EN EL MUNDO Y VIVIÓ ENTRE LOS HOMBRES
El ángel del Señor se apareció en sueños a José (Mt 2,13a).

¡Qué maravilla poder entrar en la vida de José y aprender de él a orar! ‘Maestro de oración’, así lo llamaba Santa Teresa, que, sin pretender enseñar, enseña caminos de encuentro con Dios. Con la simplicidad de su figura, nos encara con tantas cosas superfluas que hay que dejar para ser libres. Junto a él se respira verdad, amabilidad, paz. Con su silencio hondo y real respeta el misterio que habita a María y a Jesús, su familia. En los sueños de la noche, descalzo de toda vaciedad, desprendido de todo, se pone ante el Dios que pasa y que habla; en los sueños se sabe tocado por Dios y, con Dios, sabe que todo es posible. Sin tener todas las claves en la mano, José se fía como peregrino de la fe. La noche envuelve un regalo de luz para el que sabe esperar y ver. En el silencio de la noche, tú, Señor, tejes en mí la confianza y, como a José, me das una familia de hermanos y hermanas.

Levántate, toma al niño y a su madre y huye a Egipto(Mt 2,13b).

Junto al silencio para oír, José nos regala otra actitud fundamental para orar: la obediencia a la novedad de Dios; porque el protagonismo es de Él y el camino es superior a nuestras fuerzas. José acoge el amor desbordante de Dios y avanza obedeciendo; de esa forma en lo insignificante y en lo humilde se hace presente la amorosa gratuidad de Dios. José obedece para cuidar la vida de su familia, la vida de Jesús, que desde los inicios está amenazada. ¡Cuánta fidelidad de Dios a José, y de José a Dios! ¡Cuánta confianza y fuerza le brotan de los adentros! Los sueños de Dios se hacen presentes en nuestros propios sueños en forma de impulso potente, liberador, para afrontar dificultades, antes insalvables. En el corazón de la noche quiero estar como grano de trigo que acoge tu proyecto, Señor. En las noches de la humanidad, quiero mirar a todos los inmigrantes con tu compasión y estar cerca.

José se levantó, cogió al niño y a su madre de noche; se fue a Egipto (Mt 2,14).
José no pronuncia palabras, pero actúa. Su joven familia tiene problemas y, sin embargo, en torno a él se respira paz, fortaleza, prontitud y, con ello, vence la incertidumbre y el desasosiego familiares. “La lentitud en el esfuerzo es extraña a la gracia del Espíritu” (San Ambrosio). José no se exhibe y, sin embargo, su luz brilla en la noche. Acompaña y cuida la vida, pero no se apropia de ella; la arropa, pero no la ahoga. Así crece el misterio en la familia de Nazaret, cuyo auténtico artesano es el Espíritu. Así, gracias a tantas familias como la de José, verdadera artesanía de un mundo nuevo, crece Jesús en nuestro mundo y se extiende la alegría de la Buena Nueva. Pongo por obra tus inspiraciones y tu luz, en mí, da calor al hogar, se hace familia.

Cipecar

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