Peleaba. Contra mí mismo, contra el
mundo, contra Ti también, Dios. Peleaba por todo lo que no era capaz de
entender. Y por todo lo que, comprendiéndolo, sin embargo me desbordaba.
Peleaba a veces con ganas y otras desde la desolación. Compartía contigo las
pequeñas victorias, sabiendo que Tú me ayudabas a lucharlas, y me avergonzaba
de mi mediocridad, mi indecisión, y mis eternas parálisis. No me daba cuenta de
que Tú eras, también, señor de mis derrotas. Solo cuando, por primera, vez
comprendí eso, la batalla se volvió también baile.
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