CADA DÍA SU AFÁN -22 de abril de 2017

                   
EL PROGRESO DE LOS PUEBLOS 
Hacía tan solo año y medio que se había  clausurado el Concilio Vaticano II. Era fácil recordar cómo aquella asamblea había hecho suyos los gozos y las esperanzas de toda la humanidad. El día 26 de marzo de 1967 Pablo VI firmaba su importante encíclica Populorum progressio,  es decir “El progreso de los pueblos”.
Opinaba él que la pobreza de muchos países venía causada por los errores de la descolonización, los abusos creados por la industrialización, las diferencias en el goce de los bienes y el ejercicio del poder, y por el conflicto de las generaciones.
Aun siendo experta en humanidad, la Iglesia afirmaba que no pretendía usurpar un poder político. Deseaba tan sólo ayudar a los pueblos a conseguir su pleno desarrollo. Para ello, podía al menos ofrecer el testimonio de su estima al hombre y a la humanidad.
Según Pablo VI, el desarrollo nunca debería reducirse al crecimiento económico. Retomando unas conocidas expresiones conciliares, afirma que “la búsqueda exclusiva del poseer se convierte en un obstáculo para el crecimiento del ser”. 
 Para ser auténtico, el desarrollo ha de ser integral. Debe promover a todo el hombre y a todos los hombres, evitando el dualismo antrológico que privilegia lo material y olvida lo espirituaL y superando el dualismo social que genera discriminación. Por eso, la solidaridad universal, que es un hecho y un beneficio para todos, es también un deber.
El Papa legitima la expropiación de las fincas mal explotadas, condena las especulaciones egoístas y la transferencia de capitales al extranjero. Afirma que el crecimiento demográfico no justifica los atentados contra la vida, el matrimonio y la familia y aboga por el fortalecimiento de las instituciones sociales intermedias (PP 40 ).
Es evidente que propone el ideal del  verdadero humanismo: un desarrollo que no excluya a Dios, puesto que “un humanismo exclusivo es un humanismo inhumano” (PP 42). Y evoca, en fin, los ideales de la solidaridad y la caridad.
Según el beato Pablo VI, el mal de este mundo está en la falta de caridad entre los hombres y entre los pueblos (PP 66). Es urgente recortar los gastos de armamento para crear un fondo común, fomentar el justo comercio entre los pueblos y superar el  nacionalismo y el racismo.
Fue muy bien acogida su  propuesta de un voluntariado universal. De hecho, muchos profesionales decidieron cooperar con el desarrollo en los países más empobrecidos. En ello estaba la tarea de la construcción de la paz. Con razón afirmaba el Papa que “el desarrollo es el nuevo nombre de la paz” (PP. 76).
Al cumplirse cincuenta años de su publicación,  hay que preguntarse si alguien recuerda aquella llamada tan sincera como apasionada. Tanto las personas como las instituciones hemos de reflexionar cómo hemos contribuido para promover el auténtico desarrollo humano.
                                                              José-Román Flecha Andrés

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