Aquella tarde Jesús se dispone a animar la cena contagiando a sus discípulos su
esperanza.
Comienza la comida siguiendo la costumbre judía: se pone en pie, toma en sus
manos pan y pronuncia, en nombre de todos, una bendición a Dios, a la que todos
responden diciendo «amén». Luego rompe el pan y va distribuyendo un trozo a
cada uno. Todos conocen aquel gesto. Probablemente se lo han visto hacer a
Jesús en más de una ocasión. Saben lo que significa aquel rito del que preside
la mesa: al obsequiarles con este trozo de pan, Jesús les hace llegar la
bendición de Dios. ¡Cómo les impresionaba cuando se lo daba a los pecadores,
recaudadores y prostitutas! Al recibir aquel pan, todos se sentían unidos entre
sí y con Dios.
Pero aquella noche, Jesús añade unas palabras que le dan un contenido
nuevo e insólito a su gesto. Mientras les distribuye el pan les va diciendo
estas palabras: «Esto es mi cuerpo. Yo soy este pan. Vedme en estos trozos
entregándome hasta el final, para haceros llegar la bendición del reino de
Dios».
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