La salvación de Dios no se reduce a un instante ocurrido hace unos dos mil años, momento glorioso del triunfo de la vida sobre la muerte, del amor sobre el odio. La salvación, por el contrario, opera a lo largo de la historia moviendo corazones, invitando a hombres y mujeres a sumarse a un proyecto en el que seamos también nosotros consuelo en el dolor.
La acción de Dios es un principio activo que confronta, acaricia, suaviza, pacifica… invitándonos a sumarnos a su plan de amor.
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