PREGÓN DE LA FIESTA DE LA DIVINA PASTORA


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Ayer se celebró el pregón que da inicio a las fiestas en honor de la Divina Pastora en Villa del Río, en el marco de celebraciones de Año del Centenario. Enrique Sánchez Collado ofreció de nuevo su sensibilidad y talento al describir su paso por el Colegio a través de inolvidables experiencias, visiones, su carisma franciscano y su crítica ante los nuevos tiempos que la educación viene experimentando. Gracias por conmovernos y querer ser la voz que nos representa en este centenario.

Adjuntamos el Pregón porque hay muchas Hermanas, padres y antiguos alumnos que no han podido asistir y le gustará leerlo:

"Hoy volví a preparar mi mochila para venir al cole, al Colegio de las Monjas, donde empecé mi formación para la vida: para ser buena persona y para educarme en la cultura y en la religiosidad que mis padres habían decidido para mí.

Esa elección que ahora muchos no entienden, esa libertad de optar por las personas y las instituciones en que tus progenitores creen. Esa predilección por un centro de ideal cristiano que ha educado a generaciones de villarrenses y que hoy en día tiene más que probada su reputación después de 100 años de historia, de trabajo y de misión franciscana en Amor y Sacrificio.

Rememoré mi primer día de clase en el Colegio Divina Pastora… Olores nuevos, gente nueva… y cómo no…conocer a mis futuros compañeros que, como yo, lloraban a moco tendido sin saber por qué, pero que lloraban y lloraban y si alguno no lo hacía, pronto se incorporaba sin la necesidad de un motivo evidente. Recuerdo el primer babi arrastrado por el suelo de la clase o pegoteado con toda clase de materia orgánica y en el que cualquier estudio biológico obtendría sus frutos. ¡Que ilusión la primera “plasti” para hacer serpientes, churros… las primeras ceras de colores que aún no me hacían adivinar mi futuro como licenciado en Bellas Artes! Recuerdo la llegada temerosa y a la vez ilusionante de los Reyes Magos y del Ratoncito Pérez.

Quizá cometamos el error de esperar a que pasen los años para descubrir la belleza de la niñez, quizá pretendamos ser mayores antes de tiempo y dejar de sentir el abrazo de tu madre cuando te sacaba liado en la toalla de la bañera o el beso de tu padre en las noches de fiebre o en los momentos de los típicos accidentes domésticos.

Os invito a no abandonar nunca el mundo de la fantasía y de la creatividad. Os invito a tener siempre presente vuestra infancia, y aunque físicamente el paso del tiempo vaya dejando su huella, mantener el corazón y la frescura de los niños. Os invito a vivir en un continuo “Carpe diem”, y cuando la flaqueza o la tristeza aceche ser capaces de resurgir como el Ave Fénix, o como cualquier aventurero de los cuentos que nos leían a pie de cama.

Os invito sencillamente a SEGUIR SIENDO NIÑOS en un mundo necesitado de Peter Pan, Caperucitas, Bellas y Bestias, y Dragones y Princesas. Necesitado de niños jugando en la calle a las chapas o a las canicas, al balón y a la comba, necesitado de rodillas magulladas y puntos en la cabeza, necesitado de secretos y mentiras piadosas que conserven la ilusión infantil.

Laudato sii, o mi Signore
Por la creación entera, por el sol y por la luna,
por el viento y las estrellas, por el agua y por el fuego.
Laudato sii, o mi Signore
por los frutos, flores, hierbas, por los montes y los mares.
Laudato sii, o mi Signore
El sentido de la vida es cantarte y alabarte;
y que toda nuestra vida sea siempre una canción.
Laudato sii, o mi Signore
Porque todo el universo es un canto de alabanza,
hacia Ti, Creador del mundo, siempre alegres cantaremos.
Laudato sii, o mi Signore.
      
Hoy metí en mi mochila cuadernos y ficheros de anillas, con hojas de una raya, de dos y de cuadritos, y en ellas escribí la vida de miles de alumnos y alumnas que se formaron en estas aulas.
      
Guardé las horas de matemáticas, de lengua, de historia y de ciencias…, de todos los que han sido y son profesionales en cada uno de sus campos de conocimiento.
      
Apunté cuántos de nosotros le debemos lo que hoy somos a este colegio y a las personas que fueron en su día nuestros maestros, aunque en el tiempo escolar no supiéramos apreciarlo.
     
Subrayé con boli rojo los valores del respeto a las normas, más allá de salirse del margen, y puse en mayúsculas la necesidad de potenciar en nuestros días el esfuerzo y el gusto por el trabajo bien hecho.

Cuantos médicos, pintores, abogados, fontaneros, carpinteros y un largo etc… jugaron en el patio o como era tradición subieron a escondidas por la puertecita o treparon por la ventana del pasillo de secundaria para subir al campanario. Cuantos locos pequeños aprendieron sus primeros números, sus primeras letras, su primera canción….
      
Cuantos han salido de entre estas paredes hechos hombres y mujeres de provecho, cuantos triunfaron en la vida de manera profesional, o mejor aún, siendo buenas personas. Cuántos de ellos, de los que aún están en las aulas formaran familias, viajaran por el mundo, contarán historias inolvidables y darán ejemplo de su paso por el Colegio Divina Pastora. 
      
En mi mochila también está mi estuche, ese que normalmente traían los Reyes tras un primer trimestre de cole para reponer lo perdido; ese del que podías sacar un poco de todo, en el que a muy seguro algún boli había derramado la tinta y que era como la chistera de un mago:
      
Ahí estaba mi goma de borrar, casi siempre de las Milán, esas que el día que se partían por primera vez te enfadabas contigo mismo, esa con la que borrábamos los errores de escritura y de dibujo.

Esa con la que podemos borrar los errores cometidos, los errores que nos enseñan, los que nos hablan del beneficio del fracaso para prosperar y para superarse. Esas equivocaciones cometidas que te hacen conocerte como persona, que saben de tus limitaciones y de tus éxitos. Esa goma que borra visualmente los fallos más humanos: la falta de compromiso, el “todo vale”, la pasividad ante lo importante y la ansiedad por tener y no por ser.

Esa goma con la que también podemos borrar las decisiones desacertadas de 100 años de vida y pedir perdón por aquello que no se hizo de manera correcta.

Si no se entiende así, como una forma de autoanálisis y de oportunidad para construir y para corregir, ese borrón solo ocultará lo que los ojos pueden ver y no fortalecerá a nuestro colegio en el futuro.

También hay dos o tres sacapuntas de esos de plástico de los que la mayoría de las veces se quedaban atrancados, con los que aprovechabas el momento para levantarte del sitio aunque no hiciera falta afinar el lápiz.

Ese sacapuntas que favorece la crítica fácil, la lengua larga de juzga sin saber, que crucifica o ensalza al alumno o a la persona para siempre, esa “chulería” del padre que pone en duda al profesor delante del hijo, esa falta de escrúpulos a la hora de opinar de lo que no sabemos, de cuestionar el trabajo del maestro como si fuésemos capaces de hacerlo mejor que él.

Y aunque en principio tenía mis ceras y rotuladores en sus cajas de doce colores, ordenadas de claro a oscuro, ahora están revueltas en el estuche en un batiburrillo multicolor que me habla de lo especial e irrepetible de cada uno de los alumnos, de esos que son como nuestros hijos durante gran parte de su vida.

Y en estos tiempos en que el sistema educativo da bandazos a unos y otros colores políticos, hay que pensar en una escuela que aproveche los dones de nuestros alumnos; que potencie al que tenga cualidades musicales, que haga agricultor al que le encante el campo, así formaremos a personas felices en sus trabajos, ¡qué más da si hacen una carrera universitaria o son carpinteros, herreros, peluqueros, etc…! lo importante es sentirse realizado como persona y disfrutar con la labor que uno ejercerá en su vida.

Muchos de nosotros: los maestros, pensamos que tenemos el trabajo más bonito del mundo, el de formar a los hombres y mujeres del mañana. Y así es, pero por ello no está exento de enormes dificultades, de miles de batallas, de cientos de niños diferentes cada uno con su personalidad, con sus ritmos y con sus emociones… Todos ellos con sus días difíciles, cambiantes y multicolores.

De esos que como las ceras en el estuche se mezclan en el patio; de esos que tienen luz blanca: que se interesan por saber, que traen la alegría a clase. De los que aportan tranquilidad como el azul contribuyendo a una buena conversación o aportando serenidad a veces en climas algo violentos. Los que como el amarillo irradian luz brillante y sobresalen en sus formas, en su saber hacer, en sus respuestas… de los que como el rojo traen la travesura, la gracia, la calidez…. Los que piensan en verde y son naturales, frescos, y sin artificios.

Los que se sumergen en tonos marrones y grises, y los que están en la oscuridad del negro, todos ellos esperando recibir una pincelada de color que los saque del desánimo, del desorden, del pasotismo, del aburrimiento en que se encuentran.

Ellos más que ningunos son los niños de María Ana: los del Amor y Sacrificio, los de la entrega, los de la escucha… ellos son y deben ser el reto más grande de los maestros y maestras de hoy.

De mi mochila también saco mi bocata, ese que en invierno de manera disimulada coloco en el radiador para que esté calentito a la hora del recreo. Ese del que a veces me quejo porque mi madre volvió a hacerlo de lo que no me gusta, pero que lleva untado el cariño más sincero, el del amor de una madre por su hijo.

Esas madres y ya por suerte, padres, que cuidan y miman a los suyos, pero que no deben de perder el norte en educar en el valor de las cosas, en el respeto y en el saber estar.

Evitemos ser padres que se desentienden o que caen en el popular: ”yo quiero dar a mis hijos lo que yo no tuve” malcriando y haciendo de ellos verdaderos dictadores en casa: esos que exigen y que se merecen todo, incluso sin hacer su trabajo en el colegio.

Eduquemos en la responsabilidad, en el esfuerzo, en la superación personal siempre en comunión con el cole, fortalezcamos relaciones para que la educación de nuestros hijos sea una misión conjunta y compartida. Regalemos a nuestro hijos más tiempo para disfrutar y menos móviles para entretener, regalemos más dialogo y más oportunidades para resolver sus dificultades y curiosidades en un mundo lleno de ruido donde viven muchos de nuestros alumnos en silencio.
                         
                                                   Cuando presientas, Señora,
la amenaza de algún daño
o se disgregue el rebaño
en la más incierta hora,
no olvides que eres Pastora
de los sueños de la vida.

Dale redil y guarida
al alma que en Ti confía.
Que si de Ti se extravía
sola queda, y aturdida.
 Si el rebaño desespera
señala con tu mirada
la vereda, la cañada,
el manantial, la ribera.

 Y al llegar la primavera
con el dedo levantado
señala el lugar del prado
donde al alma se le alcanza
el pasto de la esperanza
y el descanso tan soñado.

Señala Tú los caminos
y la vereda sencilla.
Pues no hay mejor maravilla
que saberte a Ti, Señora,
eternamente Pastora
en el redil de esta villa.
      
Siempre, siempre, en las tapas del cuaderno o dentro del clasificador, pegaba alguna estampa de las devociones del pueblo, esas a las que uno se aferraba en momentos difíciles de exámenes o de lecciones no muy bien aprendidas. Esas primeras fotografías que inicialmente ponen imagen a lo religioso, al sentir popular, a las creencias heredadas y transmitidas.
      
Es la fe y la ideología por lo que nuestro centro se distingue de cualquier otro. Es la misión de aquellas Franciscanas que en el año de 1917 llegaron a un Villa del Río con demasiadas deficiencias culturales y religiosas. Es la apuesta de vida de las Hermanas de la Divina Pastora en un proyecto que será perdurable en el tiempo a pesar de que a muy seguro no verán el resultado.
      
Es la siembra continua, que como en la parábola, cae en tierra fértil, entre los espinos o en los pedregales. La incansable tarea de cultivar, podar, regar y mimar la cosecha. La perseverante labor dentro y fuera de las aulas; de educar, de rezar, de asistir a los que nada tienen, de llevar la comunión y la sonrisa a los enfermos o a aquellos que están solos.
      
Es la vida entendida desde la alegría de la Fe, la caridad verdadera, el corazón dispuesto y siempre una mano generosa tendida al necesitado.
      
Es la entrega por entero al pueblo de Villa del Río desde la cercanía y la humildad de Francisco.

Entrega de todas aquellas que obedeciendo sus normas marcharon a llevar el mensaje a otros lugares después de haber realizado su labor callada y discreta en nuestro pueblo: Madre Balbina, Benilde, Mari Luz, Elisa, Josefa, Florencia, Florentina, Trini, Pilar Diez, y muchas otras, a lo largo de cien años de peregrinar.
      
Y la consagración de aquellas que se aferraron al cayado hasta el final de su existencia en la tierra: de Madre Esperanza, Dolores, Soledad, Socorro, Sagrario, Elvira, Amalia, Teresita y tantas que asomadas a los balcones del cielo participaran de la alegría de la fiesta su cole y de su comunidad.
      
Y gozando de la Resurrección eterna, de la presencia del Divino Pastor sonreirán presentes en la luz del Hermano sol, en la suave brisa del hermano viento, en la belleza de las flores que los alumnos ofrendarán a la Virgen y que adornan el caminar de la Pastora camino a la Parroquia.
                                       Señor, haz de mi un instrumento de tu paz.
Que allá donde hay odio, yo ponga el amor.
Que allá donde hay ofensa, yo ponga el perdón.
Que allá donde hay discordia, yo ponga la unión.
Que allá donde hay error, yo ponga la verdad.
Que allá donde hay duda, yo ponga la Fe.
Que allá donde desesperación, yo ponga la esperanza.
Que allá donde hay tinieblas, yo ponga la luz.
Que allá donde hay tristeza, yo ponga la alegría.
Oh Señor, que yo no busque tanto
ser consolado, cuanto consolar,
ser comprendido, cuanto comprender,
ser amado, cuanto amar.
Porque es dándose como se recibe,
es olvidándose de sí mismo como uno se encuentra a sí mismo,
es perdonando, como se es perdonado,
es muriendo como se resucita a la vida eterna.
      
En mi carpeta guardo además algún examen; antes podías llevarlos a casa y enseñarlos, no había plataforma, ni internet, ni mensaje que avisara a los padres de los deberes del día. ¡Cuánto ha evolucionado todo!, ¡En cuantos aspectos se ha progresado en el centro para hacerlo actual y moderno!
      
También está mi agenda y en ella las anotaciones de lo más importante… de las fechas de entrega de trabajos, de reuniones, de tutorías…  esas en las que se hablaba de como marchabas en el cole cara a cara con el tutor, de lo que había que mejorar, de los aciertos, de la actitud...
      
Y por ello hoy no puedo pasar la oportunidad de pedir a la Curia General que apueste por nuestro Colegio, que haga todo lo posible por mantener la presencia de la comunidad en esta “Gala del Betís”, que no olvide a nuestro centro, muy pequeño si lo comparamos con otros de la misma Congregación; al que como al hijo menor hay que mimar y cuidar.
      
Hago un llamamiento a luchar, a hacer que crezca, a invertir al fin y al cabo en las familias que creen en el ideal religioso, que se han educado en él y que quieren para sus hijos una formación integral en valores, en conocimientos al estilo inconfundible de Francisco y María Ana.
      
No puedo acabar este pregón sin decir que nuestro pueblo no sería el mismo sin las Franciscanas, no cabe lugar a pensar en él sin el sonar de las campanas de cada domingo, sin el chiquillerío esperando a entrar en las aulas, sin el devenir diario de carritos cargados de libros que traquetean por la acera, sin el tumulto de madres que esperan a sus hijos, sin la historia personal de cada alumno/a en el pasillo o en la clase, sin el enfado de maestro cuando las cosas no salen como quiere, sin las trastadas de los chavales que van haciéndose mayores. Sin la visita de los pequeños al oratorio o a la Capilla, sin los nervios de la excursión o del teatro de fin de curso, o sin la carta de los amigos de Tablada.
     
No sería sin el mes de Mayo dedicado a la Virgen, sin ofrenda, sin el coro de los campanilleros, sin la antigua novena a San francisco, sin las niñas de los años 60 y 70 vestidas de hábito en su comunión, sin el día del deporte con los aros de flores blancos y rosas, sin los encuentros de zona, sin la misa de Navidad cantada por las madres, sin las pañoletas azules, sin la procesión de la Divina Pastora, sin tantos y tantos momentos del pasado y del presente que ya son irrepetibles.
     
En definitiva, Villa del Río no sería Villa del Río sin la formación incansable de las Franciscanas durante un siglo en beneficio de la dignidad de las personas.
     
Solo quedan unos minutos para que suene el timbre, se acabó la jornada de clase; toca recoger y guardar en mi mochila: mis libros, mi estuche, mis ceras, mis recuerdos, mis vivencias y la inmensa alegría de este cumpleaños de la Comunidad de Religiosas Franciscanas en Villa del Río.
                                                    
                                                        Divina Pastora del cielo,
Señora de amor Franciscano
entrega a Dios por entero,
primera oración en los labios.

Cayado firme y certero,
espejo fiel de María Ana,
que por montes y caminos
y por tierras de besana
anunció el mejor mensaje:
que no hay amor sin sacrificio,
ni caridad que dé más calma,
que como dijo el buen Francisco,
y como manda la Palabra,
nos amemos unos a otros,
y atendamos sus desgracias,
y en un canto al Dios Bueno
siempre digno de alabanza
demos gracias cada día
cuando el sol de la mañana
nos regala nuevas horas,
nuevas metas y esperanzas.

Rostro mojil y sereno
que custodias este rebaño
y aunque sean cien los años
que este pueblo te venera,
no nos dejes Madre buena,
sigue siendo nuestro amparo
no apartes de aquí a tus siervas
y acrecienta lo sembrado,
pues vendrán tiempos confusos,
de victorias y fracasos.

E intercede por nosotros,
ante el Padre Dios amado,
y a su Hijo el Pastorcillo
cuéntale en dulce regazo
que por siempre y para siempre,
ni tormentas, ni tornados
 arrancarán de nuestra historia,
de este pueblo nacarado,
que sus calles y sus gentes
serán siempre franciscanos.
               




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