Después de un intenso curso, para los que
contamos los años acudiendo al calendario escolar, el tiempo de verano nos
brinda una oportunidad para profundizar en aspectos de nuestra vida que la
actividad diaria, a veces un poco desenfrenada, no nos permite. Las vacaciones
pueden ser un momento para acordarnos del relato del Génesis. Dios Padre,
después de finalizar su obra y ver que era muy buena, al séptimo día, descansó.
Podemos convertir nuestro tiempo estival en ese séptimo día que nos ayuda a
contemplar lo realizado durante el año y ver que “ha sido muy bueno”.
Quizá, por miedo a caer en la vanagloria, no
nos paramos a contemplar lo que hacemos, pero hemos de dar gracias a Dios, no
sólo por lo que hacen los demás sino también por lo que nosotros mismos
hacemos, porque así contribuimos al plan de Dios. Todos hacemos cosas buenas.
El verano puede ser un tiempo para volver la vista atrás y hacer balance del
año, comenzando siempre por dar gracias.
Este tiempo que ahora comenzamos nos lleva de
la mano a un ritmo distinto. El comienzo puede ser para parar y
descansar, recuperar horas de sueño y, sobre todo recuperar una
mirada que vaya más allá de lo inmediato. Esa mirada que nos ayuda a fijarnos
en lo bueno de nuestra vida, en tanto bien recibido este año y a lo largo de
nuestra vida.
El verano es también tiempo de profundidad.
En ese bucear en lo profundo puede ayudarnos la contemplación de la naturaleza.
La playa con sus atardeceres, el monte con tanta variedad de vida, el campo que
prepara sus frutos para la cosecha… nos hablan de la presencia misteriosa de
Dios en su creación.
El verano, si lo vivimos con generosidad, puede
ser también tiempo para los reencuentros. Podemos recuperar relaciones con
amigos o familiares que las prisas del año han ido erosionando. Una buena
conversación por la mañana con un buen café o por la noche mientras compartimos
la mesa, son regalos que nos traen este tiempo.
Y el verano, además, puede ser tiempo para
reencontrarnos con Dios. Hemos de partir de la máxima ignaciana
“buscar y hallar a Dios en todas las cosas” y saber que todo lo anterior
podemos vivirlo como búsqueda y relación con el Señor. Sin embargo, podemos
encontrar en las vacaciones tiempos privilegiados para la celebración tranquila
de la Eucaristía y para la oración personal. Oración que podemos hacer paseando,
o contemplando el paisaje, leyendo la Palabra de Dios o en el silencio de
nuestra HABITACIÓN…
El verano es tiempo de reencuentro. Reencuentro
con uno mismo, con los amigos y familiares y con el Señor que nos da, un año
más, el regalo de parar y cambiar de ritmo. Escuchemos su voz que nos dice
también a nosotros: «Venid vosotros a solas a un lugar desierto a descansar un
poco» (Mc.6, 31).
No hay comentarios:
Publicar un comentario