EN POSICIÓN DE ATAQUE


Así vivimos en este país, en una constante posición de ataque, sin bajar nunca las defensas. Y así, los políticos de un color se dedican a buscar las grietas de los ideales de los otros, tapando las suyas de la manera más cutre posible. Hay creyentes que atacan a otros creyentes, porque no creen de la misma manera, con duros y contundentes (aunque poco cristianos) argumentos. Por otra parte, también los hay que se defienden de las acechanzas y trampas de ateos y anticlericales a base de descalificaciones y generalizaciones, a menudo incorrectas. Los laicistas y no creyentes por su parte, a veces parecen sentirse con la obligación de señalar cada incoherencia o mensaje que definen como trasnochado (y casi siempre se recoge descontextualizado) de los cristianos, para castigarlas severa y públicamente.
Y así, estas luchas y piques, se repiten a menor escala en domicilios, barrios, aulas, oficinas… guardando y almacenando venganzas, retirando saludos, despreciando o ninguneando a personas, si es que en algunos casos no se llega a las manos.
Ante esta realidad, muchos deciden cerrar filas en torno a una postura hermética que no está dispuesta a conceder al enemigo ni siguiera el beneficio de la duda. Y otros se echan las manos a la cabeza, o tiran la toalla, pensando que probablemente eso del respeto, la tolerancia y la convivencia, sean o bien realidades imposibles, o quizá algo propio de otras sociedades distintas de la nuestra. Sin embargo, creo que son numerosos los ejemplos que nos muestran que es posible bajar las armas que nos separan para poder darnos la mano, o un abrazo. Y no me estoy refiriendo a anécdotas que ocurrieron en el pasado, o que tienen lugar más allá de nuestras fronteras, sino a pequeñas escenas del día a día que nos muestran que se puede convivir desde el respeto y también desde el amor. Pienso en los amigos y familiares que no comparten la misma opinión política, pero son capaces de dialogar y pasar buenos ratos juntos. Los ateos y los creyentes que luchan juntos por construir un mundo mejor, cada uno desde su posición.
Y bajando a lo concreto (para que no quede todo en teorías abstractas), recuerdo a un amigo que, desde su ateísmo, colabora con una ONG católica porque para él lo importante es ayudar a las personas. O a una familiar poco amiga de la Iglesia, trabajando en su asociación codo a codo con el obispado en la ayuda de los refugiados. En la musulmana que cocina en los campamentos de la parroquia. O en aquel amigo creyente que, siendo homosexual, pasa por el duro trago de enterrar a su padre en medio de una polémica entre católicos y el Colectivo LGTB. En dos políticos de colores enfrentados que son capaces de tomar un vino después de haber discutido de manera acalorada de qué manera podían ayudar mejor a su pueblo. Son muchos los ejemplos que nos muestran que la convivencia y el respeto no son una utopía, sino que pueden ser reales. Pero para ello, hace falta como ya he dicho, que estemos, que estés dispuesto a bajar tu arma para abrazar a tu hermano. No te engaño, en ocasiones te llevarás reveses y golpes, pero te aseguro que otras muchas descubrirás lo que significa la humanidad.
                                                                                                           Dani Cuesta, sj

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