CADA DÍA SU AFÁN 19 de agosto de 2017




LA FORTALEZA 

A veces se confunde la virtud de la fortaleza con la dureza y la altanería con que se desprecia a los humildes y los débiles. Los griegos decían que en las virtudes morales había que mantener el difícil equilibrio de la "medianía".  
Como virtud moral, la fortaleza aparece tan lejana de la timidez y la dejación como de la altivez y la altanería. A decir verdad, se manifiesta habitualmente con las formas de la paciencia, esa hermana de la esperanza, que acepta la realidad terca de las cosas y el ritmo lento de las cosechas.
La fortaleza brilla especialmente en el ejercicio de la mansedumbre con nosotros mismos. No hay mayor fortaleza que la que se manifiesta en la superación de la impaciencia con los demás. Y en la superación de esa segunda impaciencia que nos produce el no haber sido suficientemente pacientes.
La virtud de la fortaleza nos recuerda la situación ambigua de este mundo, en el que conviven juntos el mal y el bien. Un mundo ya redimido, pero todavía no glorificado en el triunfo del Señor. La fortaleza está vinculada a la fe en la obra de Cristo, a la esperanza de los que aguardan su manifestación y a la caridad que la hace creíble.
A la luz del Evangelio, la fortaleza sólo es virtud cuando se inserta en la dinámica del seguimiento de Cristo y cuando está al servicio de la fidelidad al mensaje del Reino de Dios. Es decir, cuando actualiza la decisión de entregar la propia vida por amor a los hermanos. Exactamente como hizo Jesús.
Los cristianos saben que siguen necesitando la virtud de la fortaleza. Pero no para dominar a los demás, sino para dominar el mal que encuentra cómplices en ellos mismos, es decir, para engarzarse en la línea del Reino de Dios y para anunciar su paz y su justicia.   
Por lo que se refiere a la vida política, el Concilio Vaticano II exhorta a los que se sienten llamados a esa tarea a consagrarse con sinceridad y rectitud, más aún, con caridad y fortaleza política, al servicio de todos (GS 75).
La fortaleza es al mismo tiempo don de Dios, que se ha de impetrar en la oración, y tarea esforzada por parte del hombre, que se manifiesta y ejercita en la acción de cada día.  
La fortaleza, por otra parte, no es un tesoro que pueda ser disfrutado a solas. Como todas las cualidades del espíritu, sólo se retiene cuando se comparte. La virtud de la fortaleza, tan unida a la caridad como está,  no puede menos de manifestarse en la afectiva y efectiva cercanía a los hermanos.
Por eso,  la fortaleza cristiana florece siempre en la alegría, la paciencia y la grandeza de ánimo (Col  1, 11). Así pues, la vida cristiana exige el ejercicio humilde y generoso de la virtud de la fortaleza. A la luz de la fe, se trata de vivir en la coherencia con la verdad, de testimoniarla cada día, y hasta el último testimonio, que consiste en la entrega de la propia vida.
José-Román Flecha Andrés

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