LECTURA ORANTE DEL EVANGELIO


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“La oración encuentra en la caridad, que se transforma en compartir, la prueba de su autenticidad evangélica” (Papa Francisco, I Jornada mundial de los pobres).

Un hombre, al irse de viaje, llamó a sus siervos y los dejó al cargo de sus bienes.

Dios nos da su amor sin medida, llena toda grieta con su gracia, derrama innumerables dones en los corazones. Lo más valioso que nos ha dado es nuestra propia vida. “Dais como quien sois. ¡Oh largueza infinita, cuán magníficas son vuestras obras!” (V 18,3). ¿Qué más queremos? La oración nos ayuda a entender que todo es gracia. “No tenemos nada que no lo recibimos” (C 38,7). Da más de lo que podemos imaginar. “No se contenta el Señor con darnos tan poco como son nuestros deseos” (Cp 6,1). Dios lo hace todo para que seamos felices y, así, le demos gloria. Así lo confiesa Teresa: “No me parece os quedó a Vos nada por hacer” (V 1,8).

Al cabo de mucho tiempo viene el señor de aquellos siervos y se pone a ajustar las cuentas con ellos.

Los dones no son de propiedad privada. El tiempo de la espera es el tiempo de la respuesta comprometida del ser humano. Siempre hay una tarde en la que el Señor viene a examinarnos en el amor. Tantos bienes entregados son más que suficientes para que a nadie le falte el pan en tiempo de hambre, ni el consuelo en la adversidad, ni la mano compasiva en la enfermedad. ¿Qué hemos hecho con ellos? “Señor, mirad lo que hacéis… no pongáis, Criador mío, tan precioso licor en vaso tan quebrado… No sea tanto el amor, oh Rey eterno, que pongáis en aventura joyas tan preciosas” (V 18,4).

Se acercó el que había recibido cinco talentos y le presentó otros cinco. Su señor le dijo: ‘Bien… Entra en el gozo de tu señor’.

La fidelidad en lo poco –“hacer eso poquito que era en mí… y procurar que estas poquitas que están aquí hiciesen lo mismo” (C 1,2)- abre las puertas al banquete que Dios ha preparado para los que lo aman: ‘Entra en el gozo’. “Como ve que le reciben, así da y se da. Quiere a quien le quiere. ¡Y qué bien querido! Y ¡qué buen amigo! (V22,17). ”¡Oh, oh, que Dios es muy buen pagador y paga muy sin tasa!” (C 37,3). “Sea por todo alabado y bendito, que así paga con vida eterna y gloria la bajeza de nuestras obras y las hace grandes siendo de pequeño valor” (Fundaciones 10,5).

Se acercó también el que había recibido un talento y dijo: … ‘Tuve miedo y fui a esconder tu talento bajo tierra’.

Recibir un talento no es excusa para no entregar la vida. Nada justifica enterrar los dones recibidos. Los pobres los están esperando. “Si Jesús nos mostró el amor con tan espantables obras, ¿cómo queréis contentarle con solo palabras?” (7M 4,8). “Con que dé cada uno lo que tuviere se contenta. Bendito sea tan gran Dios” (5M 1,3). Teresa de Jesús invita a dejar a un lado “unas humildades que hay… que les parece humildad no entender que el Señor les va dando dones… porque si no conocemos que recibimos, no despertamos a amar” (V 10,4).

Al que tiene se le dará y le sobrará; pero al que no tiene, se le quitará hasta lo que tiene.

Dios da siempre con la medida de Dios. “El Señor nunca falta ni queda por Él” (V 13,6). Al que se da a los pobres, le sobra; nunca se agota el agua de su fuente. A quien retiene su vida por miedo, la tristeza seca su pozo. Manos que no dan, ¿qué esperan? Solo se tiene lo que se da, lo que no se da a los pobres se pierde. “La moneda del alma la pierdes si no la das” (Antonio Machado). “¡Oh Señor de mi alma, y quién tuviera palabras para dar a entender qué dais a los que se fían de Vos, y qué pierden los que se quedan consigo mismos! ¡Bendito seáis por siempre jamás!” (V 22,17).

Cipecar

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