DIOS NOS HABLA A TRAVÉS DE LA CREACIÓN
ESPERAR, CREER Y AMAR EN TODO TIEMPO
TRIVIALIZAR EL PERDÓN
Una de las cargas que a veces tiene que llevar alguien, tras haber sufrido algún tipo de agresión, es la exigencia del perdón. En contextos cristianos ocurre mucho. El agresor convierte el perdón, no en petición humilde, sino en exigencia soberbia. «Ya te he pedido perdón», se convierte en un arma con la que se vuelve a cargar sobre la víctima el peso de una situación. El agresor enarbola el arrepentimiento como arma, lo convierte en exigencia de la fe, y enamorado de su nuevo rol, se ve con otro prisma de virtud, el del penitente. Y poco a poco empieza a volcar sobre la víctima el peso de la culpa de la situación. «Si no me perdona es porque no tiene corazón». Es posible que además el agresor se convenza de que «no fue para tanto», «fue sin querer», «fue un error, no una agresión». De ahí al insulto (quien no me perdona es mezquino, rencoroso, etc) no hay más que un paso. Y en el proceso, en lugar de haber verdadera sanación, lo que hay es orgullo.
Pedir perdón de verdad es algo mucho más complejo. Primero, es ser consciente de lo que uno ha hecho mal. Y ser consciente de que el otro tiene derecho a estar molesto, al enfado, y a la distancia. Es más, tiene derecho a perdonar a su manera. El perdón no son palabras bonitas y fáciles. A veces es poner distancia. Otras veces es no tomar represalias –cuando a lo mejor podría–. Perdonar a veces es hacer ver el error en privado en lugar de proclamarlo a los cuatro vientos.
Quien de verdad se arrepiente no exige el perdón. Lo pide. Y después espera. Y acepta. Acepta el enfado, y el dolor, y el silencio. Acepta los ritmos. Y esa espera se convierte en escuela, en pozo de sabiduría, y en silencio en el que la escucha se vuelve a llenar de sentido.
Estamos en una sociedad que todo lo adelgaza. Todo es banal, superficial, e intrascendente. Todo es prescindible, trivial, y olvidable… ¡Pero no! La vida es seria. El amor es serio. Y la justicia. La verdad. La vocación. El talento. Y el perdón. No podemos estar jugando con las palabras ni con la virtud. No podemos estar jugando a ser lo que no somos. Y mientras no entendamos esto, nos convertiremos en charlatanes, vendedores de humo, y manipuladores del evangelio.
José María Rodríguez Olaizola, sj
VOCACION
¿POR QUÉ NO NOS VOLVEMOS PROFETAS DE LA ALEGRÍA?
Por momentos parece que la alegría se nos escapara entre las manos, como se escurre el agua. Qué duro es cuando nos abriga la tristeza, el desanimo y el sinsabor. Muchos son los profetas de las tristeza: noticias, estadísticas, gobiernos enemistados, suicidios, la III Guerra Mundial, nuevas pobrezas y exclusiones. ¡Cuánto ruido hacen el mal y la tristeza! Claro, a veces nos hundimos, como en agujeros negros, en tristezas silenciosas, camufladas de buenas razones y del peso del monótono día a día.
Entonces, tendremos que armarnos de verdad y del optimismo realista que aprendemos de Jesús. Sí, verdad, porque sabemos que la fuerza de gravedad de nuestra existencia no ha sido ni serán las tristezas. Así, contaremos las estrellas y respiraremos nuevo entusiasmo sin importar cuán agitada sea la vorágine de nuestros afanes cotidianos. Ser profetas de la alegría es ir contracorriente, combatir tanta pesadumbre y caras largas, apasionarnos cada día más y hacer lío. La profecía se funda en la capacidad de denunciar lo que no funciona de acuerdo a la música del reinado de Dios, ahora bien, necesitamos del discernimiento para enterarnos de dónde está surgiendo la alegría nueva querida por el Señor. Es preciso ver el mundo desde la mirada de Dios y así irradiar gozo como el sol inunda el día.
Te has preguntado, ¿dónde están tus fuentes de alegría? ¿cuándo vibra tu piel, se llena la mirada de brillo y las entrañas se encienden?
LO QUE PASA EN EL MUNDO
El mundo, para unos, es muy grande y está muy lejos. Para otros es algo tan pequeño, que llegan a llamarlo “aldea global”. El mundo está lejos o cerca, según lo vivas en tu corazón. Si te pones una venda en los ojos, apenas verás nada. Si sólo te interesas de lo tuyo, lo que pase en el mundo será para ti como un lejano rumor apenas perceptible.
No puedes y sí puedes…
Aunque estés de vacaciones, no puedes…
- Estar a la vez con el Evangelio y con el fanatismo.
- Pretender ser cristiano y defender la segregación racial.
- Afirmar que Dios es único y alimentar divisiones y separaciones.
- Situarse en el Evangelio y alinearse decididamente con los poderosos.
Aunque estés de vacaciones, sí puedes…
Poner al ser humano en el centro, para que puedas acoger el reino de Dios.
Defender la vida humana en toda situación, para que puedas alabar al Espíritu dador de vida.
Condenar el terrorismo y potenciar el desarme, para acercarte a la paz de Jesús.
Respetar los derechos humanos en toda circunstancia, para que santifiques el nombre del Padre.
Cuidar el entorno natural, para que tu vida sea un canto al Creador.
Repite en algún momento del día alguna de estas frases, pueden oxigenar la mente:
El mundo es mi casa. Lo que pasa en el mundo no me es ajeno. Los que viven en el mundo son hermanos y hermanas míos. La humanidad nueva del Espíritu no tiene fronteras. Las riquezas del mundo, y las mías, son para compartirlas entre todos en una mesa común. Otro mundo más solidario es posible.
Ora con un salmo de Isaías:
Concreta alguna actitud hacia las gentes que te rodean en la aldea global, que debes cambiar para parecerte a Jesús. Descubre, en todo caso, tu vocación a ser signo de esperanza. Da gracias por tantos gestos de vida como los hombres y mujeres, animados por el Espíritu, siembran cada día en la humanidad. Contempla el mundo con nuevos ojos, los de Jesús. Comparte con alguien lo que has descubierto. El diálogo dispone a la verdad. Alégrate en el Dios, que nos muestra senderos de paz y de ternura.
Termina tu jornada orando, desde tu corazón habitado por nombres y situaciones:
TODOS TENEMOS UN LUGAR
Pastoralsj
EN ALGÚN LUGAR
Pese a las muchas dudas que tiene mi fe
sé que en algún lugar el dolor encuentra consuelo.
En algún lugar la paciencia deja de esperar.
En algún lugar el pobre encuentra su dignidad.
En algún lugar la soledad advierte compañía.
En algún lugar la incomprensión encuentra explicaciones.
En algún lugar el odio descubre el amor.
En algún lugar el tiempo perdido se recupera.
En algún lugar la verdad sale a la luz.
En algún lugar la muerte da paso a la vida.
En algún lugar el silenciado recupera su voz.
En algún lugar la justicia es restablecida.
En algún lugar Dios se encuentra con el hombre.
Y sé también que ese lugar puede ser aquí, ahora.
Javier Pereira
¿QUÉ LE DAS, QUÉ LE PIDES A LA VIDA?
Cuando veo las ofertas de las universidades por todo el mundo o los progresos en ciencia, la tecnología, lo mucho que ahora se viaja o la cultura tan admirable que mucha gente de mi generación tiene, me da por pensar cómo un mundo tan avanzado, unas personas tan formadas e interesantes pueden no estar acertando en su forma de vida, o cómo es posible que cada vez tengamos más la sensación de que todo esto no es más que “un sálvese quien pueda, no merece la pena tomarse las cosas a pecho, los ideales ya no existen y las utopías son un gran recuerdo de épocas románticas”.
Es fácil encontrarse con personas que antes de los treinta años dirigen una empresa, crean una o son responsables de proyecto emprendedores que afectan a mucha gente y en los que se coloca mucho dinero. Nadie duda de que son capaces de hacerlo, ni ellos mismos. Lo hacen y suelen hacerlo muy bien, hasta el punto de que la empresa no puede vivir sin ellos, les paga grandes sumas y no les permite casi ni tener vacaciones. Pero pasa muy a menudo, que esa misma gente no se ve capaz de… tener pareja, familia, hijos, responsabilidades personales... Eso es muy complicado, no se sienten aptos, no saben hacerlo. Y si lo hacen no suelen ser proyectos que les iluminen como grandes retos, tampoco nadie los envidia por ello ni se les felicita ni se les remunera. Si acaso se les compadece en silencio.
Pensando en cuál es el motivo de esta dicotomía tan grande y tan chocante se me ocurren dos o tres cuestiones. ¿Para qué somos educados? Desde pequeños se nos inculca, aunque no se dice así, que lo importante son las notas no los amigos, ni nuestros padres ni siquiera nosotros mismos, solo se nos pregunta qué tal en el cole y como fueron las notas. ¿Qué entendemos que es triunfar? La respuesta ahora es clara, triunfar es tener dinero, ser conocido y reconocido por ello.
En realidad lo que está en juego es la separación demasiado radical entre personas y profesiones, entre relaciones y proyectos laborales. Y la verdad más simple es que no hay tiempo para todo. El tiempo es un factor clave, y tenemos que elegir cuánto tiempo le dedicamos a las personas, incluido uno mismo y cuanto a la producción y a ocupaciones remuneradas en general. Evidentemente, de todo tendrá que haber en nuestras vidas. La clave es qué es lo prioritario. Podríamos educar para pensar en personas y no en profesionales, en el servicio y no en el trabajo, en la felicidad y no en la realización profesional… Podríamos luchar por ello. Podemos vivirlo. Y, quizás, si cambiamos las prioridades, dejaremos de pensar que cualquier tiempo pasado fue mejor…
JOVEN, NO TE DEJES ROBAR LA VIDA
Una de las mayores dificultades de nuestra sociedad es que se trata a los jóvenes como niños grandes. En lugar de considerar la juventud como el inicio de una vida adulta, con todos sus retos, en demasiadas ocasiones es más bien una adolescencia prolongada. Con más posibilidades –dinero, sexo, o ciertas dosis de autonomía ficticia– mientras no queda más remedio que alargar estudios, encadenar contratos muy inestables y seguir viviendo con los padres. ¿A quién culpamos esto? ¿A vosotros, jóvenes, que os dejáis seducir por el espejismo de esa etapa donde las responsabilidades parecen menos y las posibilidades más? ¿A mi generación, que compró el discurso del «No limits» y se lo impuso a sus hijos, ya que nosotros habíamos tenido bastantes restricciones y elegimos entonces ver el vaso medio vacío e instalarnos en la queja, para descubrir ahora que no estuvo tan mal nuestra educación?
No ganaríamos nada jugando a las culpas y reproches generacionales. El caso es que estamos en una situación en la que se ha apresado a los jóvenes en un laberinto de espejos. Se conjuga mucho la diversión, la elección a la carta, o peor aún, la indefinición (por aquello de no renunciar), la precariedad disfrazada de buen rollo (cohousing y otras milongas), y la diversión como sucedáneo fácil del compromiso.
Yo ya tengo 50 años. Para bien o para mal, creo que mi vida ya está hecha. Las decisiones clave, tomadas. El camino, va avanzado. Pero si tuviera que dar un consejo a alguien más joven sería este: No te dejes robar la vida adulta. No dejes que los años para plantearte lo que quieres ser sean los que van de los 30 a los 40. Eso llega ya una década tarde. No pases años que son de sembrar revoloteando por la vida, porque cuando quieras ponerte descubrirás que se te ha hecho tarde sin darte cuenta. No dejes que te digan que eres muy joven para tener convicciones sólidas, y complicarte la vida por ellas. No te dejes entretener con el espejismo de la diversión (que está bien para un rato, pero no como meta en la vida). Ni te dejes tampoco cegar por la exigencia de seguridad para construir la vida. No aspires a empezar el camino en las condiciones soñadas. La mayor parte de la humanidad, a lo largo de la historia, y hoy también en tantísimas latitudes, se ha hecho adulta en la inseguridad, en la intemperie, y en la toma de decisiones que implicaban elecciones y renuncias. Hacerse adulto no es haberlo logrado ya todo. Es, más bien, ponerle nombre a las batallas que eliges luchar, y empezar a hacerlo. Es comprometerte. Es empezar a pelear por un lugar en el mundo. Es asumir renuncias por abrazar proyectos. Es, en definitiva, comprender que tienes que tomar las riendas, pelear y apostar por algo. Y sé que no está fácil hacer todo esto, pero es que la vida no es fácil. Tú lánzate, aunque te equivoques y tengas que afrontar algunas magulladuras por el camino. Que eso, también, es vivir.
LOS MEJORES AMIGOS
Hoy tengo muy claro que la amistad para mí es algo innegociable, y no se construye a base de encajar piezas de un puzzle para que todo esté perfectamente colocado. La amistad es una necesidad profunda, humana, y real (y si es importante en toda vida, no te cuento en la vida de los célibes). No se programa, no se diseña, y no se fuerza. Surge (o no) precisamente allá donde hay encuentro, contacto, convivencia o proyectos comunes. Y como tanto en las relaciones humanas tiene algo de imprevisto, de incontrolable, de gratuito.
Evidentemente, has de intentar tratar a todo el mundo con justicia. Pero no puedes ser amigo de todo el mundo. ¿A quién no le ha ocurrido, que con algunas personas te brota mantener cierta distancia desde el minuto uno (y a veces ni siquiera sabes por qué, pues las afinidades son así de extrañas)? Del mismo modo, tampoco puedes pretender gustar o caer bien a toda la gente. Si el propio Jesús habla de amar a amigos y enemigos, es muy consciente de que no todos los vínculos son fáciles o amables.
Lo que sí puedes es respetar a todos. No hacer diferencias injustas basadas en el afecto. Puedes tratar de querer a todos (aunque evidentemente no llamarías a todo el mundo para compartir una herida, una alegría o un mal rato). Y compartir distintos ámbitos de la vida con distintas personas. Pero, por supuesto, haciendo de la amistad una categoría real, no una mistificación irreal.
EN DEFENSA DE CÁRITAS
Quizás por eso me sorprende enormemente la reacción de algunos que estos días en las redes han proclamado orgullosos que retiraban su apoyo económico a Cáritas, por una polémica creada por un medio y ante la que Cáritas ha salido al paso para poner luz allí donde otros han intentado confundir términos. «Hay que darles donde les duele, en el dinero», está siendo la consigna. Y tienen razón. En Cáritas duele la falta de recursos, que es constante y agobiante, porque constantes y apremiantes son las necesidades a las que se enfrenta.
Pero ¿es este el modo de mostrar el desacuerdo con algunas decisiones de Cáritas? Me sorprende la actitud de aquellos cristianos que ante un problema o una dificultad con la Iglesia responden retirándose en lugar de intentar conocer los porqués, comprender las motivaciones o incluso implicarse y cambiar aquello que no les gusta. No me parece que sea la opción adecuada, sinceramente. Un cristiano realmente comprometido, consciente de la realidad que lo rodea y que ha asumido la propuesta de Jesús para esa realidad, no debería limitarse a enfadarse y quedarse cruzado de brazos. Como el niño que se lleva la pelota si no se juega como él dice.
Si creemos que Cáritas –o cualquier otro sector de la Iglesia– ha cometido un error, primero hagamos el esfuerzo de comprender y perdonar, de no limitarnos a borrarles de nuestra vida y declararlos nuestros enemigos. Después, si consideramos que es grave hagámoselo saber a quién puede solucionarlo. Pero en todo caso no vayamos a dar «donde duele». Porque el daño no va a ser para la organización. Va a ser para todos aquellos que dependen de Cáritas, independientemente de los posicionamientos que esta haga. Quienes ni entienden de posicionamientos, ni de manifiestos, sino que ven una puerta siempre abierta, la de Cáritas, donde hasta entonces solo han encontrado rechazo e incomprensión.
¡QUÉ BIEN VIVÍS LOS MAESTROS!
Tres meses de vacaciones en verano, Navidades enteras, Semana Santa, puentes a tutiplén… un chollo esto de ser maestro. Y además si no te quieres calentar la cabeza les pones una película o a leer el libro y que hagan un par de ejercicios y otra hora hecha. Y seis horas al día, con dos recreos y tiempo para café, leer el periódico y cotillear un rato en la sala de profesores. Así va la educación con lo bien que vivimos.
Después de un año como profesor a tiempo completo podría rebatir todo eso, aunque no soy más que un recién llegado al aula. Podría explicar las muchas horas en casa corrigiendo, preparando, pensando, respondiendo wasaps de padres preocupados… Y otras muchas tareas que no se ven –porque no tienen que verse– ni se reconocen. Pero es que estoy de acuerdo con esa gente que dice lo de «¡qué bien vivís los maestros!» Así que en vez de rebatir voy a reforzar ese pensamiento. Sí, vivimos bien.
Vivimos bien porque sentimos el cariño de unas familias que dejan en sus manos a lo que más quieren, confiando en que les ayudaremos en la aventura de dar forma a una nueva persona para nuestra sociedad. Sentimos el agradecimiento silencioso de muchas familias –la mayoría– que reconocen los avances de su hijo y cómo les cuidamos en las horas que pasan con nosotros.
Vivimos bien porque creemos en lo que hacemos, en serio. Ser maestro es ser un profesional de la esperanza, capaz de tener paciencia hasta los propios límites y un poquito más allá. Capaz de perdonar hasta setenta veces siete, y alguna más. Capaz de confiar en que ese chaval que se nos atraviesa –porque somos humanos y también nos pasa– es realmente capaz de dar lo mejor de sí mismo, con las ayudas adecuadas. Y esperamos, contra toda esperanza a veces, dar con esas ayudas que le convienen.
Vivimos bien porque tenemos un lugar privilegiado en la vida de nuestros alumnos. No dirigiéndola –el peor error que podemos cometer– sino contemplándola. Siendo testigos de crecimientos y caídas, de equivocaciones y logros, de ánimos y desesperanzas. Somos testigos de cómo nuestros alumnos van adquiriendo forma y tenemos la frágil tarea de ser mano tendida en medio de esa vorágine de crecimiento y descubrimiento de la propia personalidad.
Vivimos bien porque estamos rodeados de compañeros con los que compartir ilusiones, esperanzas, tristezas, frustraciones, planes B y lo mucho que nos reímos en el aula. Porque, como dice una de mis compañeras de trabajo, es sorprendente que además nos paguen por lo que hacemos. Por profesar –somos profesores– aquello en lo que creemos: todos tienen una oportunidad, todos tienen algo bueno que sacar, nadie es descartable.
Quizás soy demasiado optimista, quizás pinto una realidad a veces compleja como es la educación, el trabajo en el aula, la relación con familias y compañeros de claustro con colores demasiados vivos, pero es que como ya te he explicado, soy maestro, así que vivo muy bien.