ORACIÓN AGRADECIDA
Y CUANDO POR FIN VOLVAMOS A ABRAZARNOS
Y cuando al fin volvamos a abrazarnos
propongo, hermanos, no volver los unos
a los otros ni con los mismos ojos
ni con los mismos brazos.
Tras la riada vuelve el río al cauce,
a ser el mismo río, sin memoria
de los ahogados y su cuerpo roto.
Y después del incendio vuelve el bosque
a ser el mismo bosque, sin recuerdo
del llanto de los árboles quemados
ni reconocimiento del mantillo
que desde el dolor nutre las raíces.
Pero tú y yo tenemos almas, mentes.
El hombre que regresa del desierto
jamás vuelve a mirar un vaso de agua
del mismo modo; quien vivió la hambruna
nunca más sostendrá de igual manera
un puñado de trigo entre sus dedos.
Cuando por fin podamos abrazarnos
no volvamos los unos a los otros
con la misma mirada, el mismo verbo,
el mismo corazón, los mismos brazos.
Al volver a abrazarnos, la mañana
plena de besos, lágrimas, caricias,
que sean nuestros brazos brazos nuevos,
más sabios, más clementes, más humanos.
Gonzalo Sánchez-Terán
DIOS ES PLURAL
¿Quién puede imaginar un club de fans o una asociación deportiva compuesta por el cantante en cuestión, o los jugadores del equipo, y yo? ¿Duraría? ¿Con quién compartir la vibración del momento en que, por privilegio especial nos (me) permiten el acceso a camerinos a por un autógrafo en persona? ¿A quién abrazar en el momento del esperado o sorprendido GOL? ¿A quién mirar transmitiendo el brillo en los ojos que expresa todo lo que bulle sin necesidad de palabras? ¡Qué tontería! No es ni imaginable porque no tiene sentido, es incompatible hablar de club de fan sin ellos, el plural lo dice por sí mismo.
No soy fan de Alejandro Sanz, aunque me gusten algunas de sus canciones, ni socia del Cádiz club de fútbol pero... ¿cuánto tiempo duraría apasionada por el Señor acudiendo sola a estar con Él, celebrando sola una Navidad o Pascua de Resurrección sin nadie que entienda las lágrimas que brotan por la emoción, o los bostezos por el sueño en alguna que otra oración...? ¡Qué tontería! No es imaginable siquiera, porque no tiene sentido, es incompatible hablar de Dios sin hablar de más de uno, de humanidad, de relaciones, de afectividad de... pues ¿qué estamos celebrando sino el regalo y la sorpresa de encontrarle, unidos, en la encarnación? Es incompatible hablar de Dios y no hablar al mismo tiempo de Iglesia.
¿Quién soy? Desde la encarnación «el nosotros de Dios»... y el plural vuelve a hablar por sí mismo. ¿A quién pertenezco, cuales son mis raíces? No hay que inventarlas, sólo recordar que bajo tierra están, y desde ahí dándonos vida, manteniendo y sosteniendo nuestro ser, nuestra identidad. Ese es su sitio, y como la cabeza la solemos llevar bastante alta, vemos que hay horizonte sí, pero porque hay tierra, hay esperanza sí, pero porque hay raíz, hay sueños sí, pero porque hay savia. Sólo hay que parar, escuchar y reconocerlo: Iglesia. Sé que soy Iglesia, siempre lo he sabido ¿experiencias de Iglesia? las que me hacen sentir en casa, las que hacen vibrar, templar y sonreír a mi raíz ¿A quién pertenezco? A la Iglesia. Lo sé.
Y es que tiene su lógica. «Cuando dos o más se reúnen...» (deporte, asociación, peña de carnaval o de caza) da gusto pasar cerca y respirar la vibración que desprenden, el olor, el sabor, el ruido, la música... porque comen y beben juntos, ríen y cantan juntos, celebran y sufren juntos, luchan juntos, buscan y encuentran juntos (la lotería la han jugado juntos, la repartirán juntos si les toca y seguramente la gastarán juntos). Y es que tiene su lógica. Ese juntos es el Señor, el que moviliza y hace VIDA desde la raíz. Siempre nos han exhortado a levantar la cabeza, llevarla alta y no como un avestruz (pobre animal... qué nos ha hecho él). Hoy te invito a imitarle de vez en cuando, agacha la cabeza hasta que se hunda en la tierra y ahí encuéntrate con tu raíz, nuestra raíz ¡es el Señor! Y déjate sorprender porque ahí, abajo, hay un núcleo, un centro, sólo uno, y para todos. Descúbrelo, o haz memoria y RECREALO.
OTRAS FORMAS DE SER FELIZ
TRISTES FIESTAS
¿ QUIÉN ESPERA A QUIÉN?
Sí, Señor, te esperamos. Con esperanza, con impaciencia, con inquietud e ilusión. Porque seguimos necesitando adivinar en qué rincones te escondes, cuándo te cruzas con nosotros, en qué palabras nos hablas con ternura o con urgencia.
Te esperamos porque a veces la vida se nos viene encima, y vivimos acelerados, agobiados, inseguros o sordos.
Anhelamos que te hagas más presente, que tu evangelio sea, al fin, buena noticia para tantos… Soñamos que te hagas, una vez más, amigo, maestro, señor en nuestras vidas. Te esperamos porque tantas veces te intuimos y otras tantas te nos escapas.
Enséñanos a no desesperar, a preguntar dónde estás, a seguirte buscando, siempre.
EL SECRETO DE LA FELICIDAD
MANERAS DE ESPERAR A DIOS
Creo que para un cristiano la palabra «esperar» debería tener siempre un significado activo. La espera no puede separarse de «buscar y hallar», de «actuar», de «compromiso», de lo que un tal Ignacio de Loyola entendía por «en todo amar y servir». La espera está llamada a ser verdadera pasión, agradecida, misionera, auténtica sed de Dios.
En mi opinión, hay dos arquetipos de la espera que ponen gráficamente de manifiesto dos concepciones contrapuestas de entender la espiritualidad.
De un lado, estaría «esperar el autobús»: se trata tan solo de tener paciencia y ocupar el tiempo, de «dejar que el tiempo pase», y que lo haga lo más rápidamente posible. Sabemos que el autobús llegará más tarde o más temprano… El tiempo que tarde en llegar el autobús es, casi siempre, tiempo perdido. Conozco los horarios, con lo cual hay poco lugar para variaciones. Incluso si se retrasa, sabemos casi con total seguridad que se debe al atasco matutino. Nada de lo que hagamos hará que el autobús llegue antes. Es una espera que sabe, casi con total certeza, cómo será el término de la misma, qué aguarda al final. Hay poco lugar para lo imprevisto, para la novedad. Si salgo de casa siempre a la misma hora, casi seguro que tendré que esperar siempre lo mismo en la parada del autobús. Hay una manera de entender la espiritualidad que conoce perfectamente todo el camino a recorrer (incluso ya sabe de antemano la voluntad de Dios). Donde no hay lugar para los cambios, la novedad, lo impredecible... Dónde y cómo haya encontrado a Dios en el pasado, lo encontraré en el futuro… Y es que podemos esperar como quien tiene a Dios domesticado.
Hay otro arquetipo de la espera. La espera de una mujer en estado de buena esperanza. La llegada de quien ha de venir es no solo deseada sino anticipada, soñada, ilusionada. Antes de su llegada ya está presente, forma parte de nuestra vida y la condiciona. Es una espera que también conlleva miedos, que nos cambia la vida y que nos la cambiará aún más. Esa espera cambia nuestro cuerpo, nuestra psicología, nuestra autodefinición, nuestro ser. Es una espera que a menudo presenta anticipos. Es una espera en la que deseamos dar la bienvenida. Es una espera habitada por quien ha de venir (hasta se pueden sentir sus pataditas). Es una espera en la que hay cabida para nuestra acción; una espera que nos enraíza en la vida. Hay una manera de entender la espiritualidad que está abierta a «un Dios siempre mayor», siempre nuevo. Un Dios que da y se da, que habita las cosas, que trabaja por mí, que desciende a mi vida y a mi tiempo, a nuestras vidas y a nuestros tiempos. Esta segunda manera de esperar presupone que toda realidad está habitada por Dios. Esta espera significa poner en Alguien nuestra esperanza, y ese alguien no soy yo ni mi actividad. Correlativamente, la esperanza conlleva una espera para que no se trate simplemente de una ilusión. Para que no nos precipitemos por nuestras «fuerzas», sino que estemos preparados para recibir a ese Alguien. «Vivir de esta manera la experiencia humana, el tiempo, equivale a vivir cada momento de cara a Dios, a lo definitivo. El aquí y ahora se densifica de tal manera que ya no hay que buscar más u otra cosa. La vida adquiere la plenitud e intensidad de lo último». (J.M. Mardones).
RECUPERAR EL ADVIENTO
MARANATHA: VEN EN EL MILAGRO DE LA VIDA
De manera entrañable, Señor, nos ofreces tu visita. Y es que nos llegas de humanas entrañas: las de María y las de cada mujer gestante; las de cada hombre y cada mujer que te acogerán en ese inmaduro piel con piel tras el parto en el que mutuamente reconocernos. Serán protagonistas de la escena tu pequeñez y la nuestra. Vulnerables, con la embriaguez del desconcierto de la criatura que sale del vientre y de quienes, tras meses de saberse a la espera, te acogen igualmente desconcertados.
Y es que nos propones que gestemos tu vida en la nuestra, desde lo profundo, lo íntimo, lo más verdadero de nuestro ser. Y que, llegado el momento, te demos a luz, te alumbremos.
Te esperamos activamente en cada paseo, en cada visita a la matrona (parteras de vida en medio de la vida), en cada desvelo, en cada analítica… en cada entrevista con las personas de los servicios sociales que decidirán si tú ¿o tú? tendréis al final el hogar que se os ha preparado… Que nada ponga en riesgo tu venida, que nada falle en el proceso, que se haga el milagro, la naturaleza, el instinto, el grito… la Vida.
Se ensanchan el cuerpo y el alma, no sin dolor y sin esfuerzo, y con la desmedida alegría 'encordonada' que da sentido a cada dolor insoportable del parto.
Ven sin prisa, que nos hace falta este tiempo para imaginarte en nuestra vida con esta nueva calidad de presencia. Sigue al calor de esta forma que tenemos ahora de cuidarte, de pensarte, de acogerte.
Ven a tu tiempo, que tendremos la lámpara encendida… la bolsa preparada, la casa templada, el pecho dispuesto, la vida plagada de dudas, de besos, de grietas, de abrazos, de lágrimas, de miradas… para contemplarte en nuestro pesebre de barrio y campo.
Ven en ella, y en cada bebé de nuestro mundo, de aquí, de allá… Te esperamos donde hay techo y hogar, y donde no lo hay; en los lugares cálidos y los gélidos, con todo lo necesario, con nada de lo imprescindible…
Ven, que te espera el amor. En la familia en que naces o en la que te acoge nacido quizá ya hace años.
Ven, Señor Jesús… que este hogar se ha forjado a fuego lento y, en nuestra limitación, desbordados de sueños y esperanzas, ya queremos verte el rostro.
TE ESPERARÉ
Y aunque quebrado estoy, me sostendrá la fe
Es por Tu Amor Señor, que llegaré hasta Ti
Y pediré perdón por todo lo que fui
Es por Tu Amor Señor , que no veré hacia atrás
Solo confiaré en Ti , Tu voz me guiará
Es por Tu Amor Jesús que cambiaré mi mal
Tu Bien obrará en mi otro milagro más.
Es por Tu Amor Señor , que aún canto para TI
No por lo bueno que soy porque te conocí
Es por Tu Amor Señor , que sabré amar mi cruz
Tu gracia bastará me alumbrará tu luz
Es por Tu Amor Señor que pequeño me haré
Para llegar allí, a lavarte los pies
Es por Tu Amor Señor , que llegaré al final
cantando a viva voz que nadie me amó igual...
Es por Tu Amor Señor , que no me rendiré…
Y aunque cansado estoy te esperaré
R de Luz
UN SOLO MUNDO, POR MÁS QUE NO LO VEAMOS
El mundo mira a África con cierta preocupación, y no por los problemas endémicos que llevan azotando durante décadas la vida de millones de sus habitantes a través de la pobreza, el hambre y la violencia, más bien por la aparición de una nueva variante que se convierte en la enésima vuelta de tuerca de una pesadilla que todavía está lejos de acabar. Nuestra triste experiencia nos dice que lo que parecen casos esporádicos, en unas semanas nos puede complicar la existencia, y no es exagerado afirmar que muchos de nosotros estamos ya bastante agotados.
A estas alturas sabemos que nuestro mundo globalizado tiene aspectos positivos y cientos de oportunidades, pero que también conlleva asociados otros tantos riesgos que conviene tener en cuenta porque ya no hay vuelta atrás. Hoy en día, lo que ocurre en una parte del planeta afecta al resto del globo, porque como insiste el papa Francisco en Laudato si': «todo está conectado». Y lo que sucede en China afecta a Europa y a cualquier otro país del mundo, y viceversa. Algo que se ve más claro en otras realidades como son la ecología, el comercio, las guerras o los recursos energéticos, y así en otras tantas dimensiones. La dificultad es que esto también se aplica a los remedios, pues no aplicar soluciones globales a problemas globales solo lleva a poner parches transitorios a un dolor de cabeza que no se resuelve solo. Es más, me atrevería a decir que las soluciones locales para problemas globales calma el dolor de forma transitoria en algunos lugares del mundo, aunque con el tiempo suelen sembrar frustración y demasiada desesperanza.
En mi humilde opinión, con las estadísticas que tenemos y con tantos muertos de por medio, dudar de la eficacia objetiva de las vacunas tiene bastante de insensatez, algo de ingenuidad e incluso una pizca de mala leche. Sin embargo, la apuesta de gran parte de los países de Occidente por centrar sus esfuerzos únicamente en ellos mismos y olvidarse de otros países que no disponen de tantos recursos puede provocar que surjan nuevas variantes –este puede ser un ejemplo claro– y que el enemigo siga a las puertas por más PCRs, restricciones y campañas de vacunación que podamos realizar. La solución para esta pandemia –y para otros tantos retos globales– solo llegará si se plantean respuestas coordinadas y globales donde todos estén incluidos, porque evidentemente la humanidad solo estará a salvo cuando cada persona de este planeta esté sana y salva.