SÁBADO 30 DE ABRIL 2022, "REZAMOS JUNTOS POR LA PAZ"


 

EVANGELIO DE SAN JUAN 14, 1-6

LA VIDA EN UNA TRISTE MALETA

Se ha creado un movimiento social llamado “Caravana por la Paz” cuyo objetivo es comprometerse por la paz entre los pueblos, creando condiciones para ello. Hay muchos conflictos bélicos en el mundo, hay muchas violencias en todos los continentes, por intereses económicos, geoestratégicos o por el afán de acaparar porque hemos convertido el dinero en una idolatría, como afirma el papa Francisco. La paz no interesa al poder político y económico ni a la sociedad que ha convertido la codicia y la avaricia en pilares de la sociedad.

Y, desde este movimiento social, se organizó un viaje hacia Rumanía, hacia el sur, para llegar a la frontera con Ucrania. Se logró llevar dos camiones con 48 toneladas de alimentos, medicinas y ropa, aunque en un principio eran tres camiones, pero, por la subida de los carburantes nos subieron la tarifa y al final, después de un gran esfuerzo, se pudieron llevar dos camiones.

Llegamos a la frontera con Ucrania, a Isaccae, cerca de la población de Tulcea, donde pudimos compartir un trozo de vida con personas que vienen huyendo del horror de la guerra, de la muerte y la destrucción. Isaccae es un punto de acogida, prácticamente de paso, de estas personas refugiadas. Se percibe la apuesta y el apoyo económico de la Unión Europea. En este campo se les da la documentación para poder seguir su camino. Muchas personas saben dónde quieren ir porque tienen familiares, sobre todo, en Alemania, Francia e Italia. Dentro de esta acogida, se fletan autobuses que los llevan a su punto de destino. En el momento presente, hay familias que regresan porque quieren reencontrarse con sus seres queridos, porque saben que no hay combates en esa zona. Si se reiniciaran, volverían de nuevo a cruzar la frontera.

Además de la ayuda humanitaria, hicimos todo el esfuerzo por llevar calor humano, regalar sonrisas y empatía. Estas personas llegaban de Ucrania, de la zona de Odessa, en barcazas. Una llegaban en sus coches, unos destartalados, otros de alta gama, y otros andando, pero, todas las personas tenían algo, algo terrible en común: Miradas llenas de tristeza, incertidumbre, angustia y miedo. Miradas perdidas porque no saben si sus familiares siguen vivos, si sus hogares siguen en pie o se han convertido en escombros junto con sus recuerdos. Vidas rotas y destruidas por otra maldita guerra.

Hay una imagen que predomina: mujeres que llevan en una mano a sus hijos y en la otra mano una maleta. Una maleta donde llevaban toda su vida, lo más importante para sobrevivir como algunos recuerdos. Nos comentaban las personas refugiadas que siempre tenían el equipaje preparado por si se producía combates o bombardeos, incluso, dormían vestidos para no perder el tiempo; ante el primer sonido de las balas o de las bombas, saltaban de la cama, cogían a sus hijos y la maleta ya preparada y salían corriendo. Sus hijos e hijas dormían con las madres en la misma cama. El horror de la guerra tiene una imagen y es los hijos e hijas abrazados a sus madres.

Las madres hablan poco, mucho silencio y al final rompen a llorar. Nos fijamos cómo una madre intentaba no llorar y miraba con cariño a sus hija, pero, al final se les saltaron algunas lágrimas. Esa hija acaricia a su madre e intenta, también no llorar, pero, al final lloran las dos y se abrazan desconsoladas.

Posteriormente, estuvimos en los campos de personas refugiadas de Galetti, que es una ciudad también cercana a Tulcea. Las personas refugiadas han sido acogidas en diversos edificios. Estuvimos en un una escuela que estaba abandonada y se había habilitado a tal efecto. Este campo lo organizaba los jesuitas de Rumanía.

Nos comentaba una maestra, que es voluntaria en esta acogida, que una niña le dijo que soñaba con un vestido y se lo compró. La niña durmió con ese vestido dos noches seguidas. También nos indicó, con angustia, que las necesidades eran muchas y que tenía miedo a que esta dolorosa realidad se olvidara con el tiempo. Igualmente, nos comentaba con mucha emoción contenida que llegaría más gente y que sentía pánico de no poder atender a todas las personas refugiadas que llegaran. Se preguntaba en voz alta y con mirada perdida ¿cómo vamos a dejar a los niños en la calle? No pudo evitar que se le saltaran algunas lágrimas.

En estas situaciones surge lo mejor y lo peor de las personas y de los gobiernos. Hay gente que va para echar una mano desde la solidaridad y la cercanía; hay gente, los proxenetas, que van a captar mujeres y niñas para las prostitución. Hay Gobiernos, como el polaco y el húngaro, que rechazan a las personas africanas y árabes que vienen de Ucrania. Al hilo de esto, hay que decir que la Unión Europeo, en el Sur de Europa, han encerrado en cárceles a las personas refugiadas que vienen de Siria, de Afganistán, Iraq, Sudán, Sudán, Nigeria… Es una acogida racista e inhumana. Hay personas y gobiernos que acogen y abren fronteras simplemente por ser personas, sin importarles la nacionalidad ni el origen. Hay gente que quiere la paz y quiere construir condiciones de paz; hay gente que quiere la guerra y seguir creando condiciones para la guerra, para la venta de armas y hacer negocio con los contratos de mercenarios, que por cada persona muerta les pagan 300 dólares, militar o civil. Los ucranianos tienen pánico a los mercenarios tanto del bando ruso como del propio bando ucraniano.

Quiero terminar esta crónica con una escena y con un deseo hecho compromiso. Vimos a una niña, de unos cinco años, con una mirada rota, desgarrada, que miraba hacia Ucrania, tal vez buscando con su mirada a su padre, a sus amigos y amigas; buscando su casa, su escuela, su calle donde jugaba, sin saber el porqué de lo que está pasando, porqué le han robado su infancia. Por eso, quiero terminar está crónica con el deseo de que esta guerra termine, que todas las malditas guerras terminen y sepamos construir, lo hacemos compromiso, un mundo donde todos seamos hermanos y hermanas. ¿Una quimera? Tal vez, pero, una quimera que merece la pena luchar por ella.

Joaquín Sánchez-Consiliario de la HOAC de Murcia



VIERENES 29 de abril 2022, "¿QUÉ ME DICE HOY LA PALABRA COMPARTIR?"


 

EVANGELIO DE SAN MATEO 11, 25-30

HACEN FALTA CANTORES

Hoy hacen falta CANTORES. Que nos acompañen en el camino de la vida. Que hagan nuestra fe más viva, intensa y colorida. Que pongan voz a lo que Dios siente, piensa, desea y quiere. Que ofrezcan palabras y música a nuestras dudas, ilusiones, convicciones, bajones y subidones en la fe. Hombres y mujeres humildes, capaces de componer canciones nuevas y recrear las de siempre. Que nos recuerden que hemos sido creados para alabar, hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor. Que acompañen tanto nuestros silencios como la oración personal y comunitaria. Que proclamen sin complejos la grandeza de Dios, la dignidad de cada ser humano, la bondad de lo creado, la fuerza de la comunidad, la hermosura de la Iglesia. Que lo hagan sin complejos. Artistas de Dios que nos recuerden que la fe y el amor son gratuitos; que gratis hemos de dar lo que gratis hemos recibido. Que alienten nuestra esperanza y desentierren las utopías. Que nos ofrezcan palabras cuando no las encontramos, para dialogar con el Señor o para hablar de él cuando lo necesitamos. Que presten su voz a Dios para que nos remueva las entrañas, nos ablande, nos abrace. Profetas y artistas que sean denuncia y anuncio. Que nos atraigan con la belleza que procede de Dios y nos conduzcan hasta él.

 

SÁBADO 23 DE ABRIL 2022, "ALABADO SEAS MI SEÑOR"


 

EVANGELIO DE SAN MARCOS 16, 9-15

MOTIVOS PARA LA ESPERANZA: MI GENTE Y LA MÚSICA

Hasta cuando estoy más gris sé que hay algunas personas con las que, si me junto y empezamos a cantar, estoy en casa.

Hay pocas cosas que tengo claras realmente (con los años, seguramente son cada vez más… o eso creo, inocente de mí). Una de ellas es cuál es mi mejor forma de expresión, aquella que me permite con más comodidad conectar con lo que siento, con lo que soy, y dejarlo salir. Y me sirve para expresarme cuando me siento bien, conforme conmigo, con lo que hago, con cuál de las mujeres que llevo acopladas y que me conforman soy en ese momento. No podría vivir sin música, sin cantar

A todos nos pasa. Hay canciones que tienen la facultad de cambiarnos el ánimo: algunas a las que nos aferramos para sentarnos en una piedra y llorar en nuestra mejor versión de Calimero (los más jóvenes, seguro que encontráis referencia en las redes…), o las que consiguen que nos comamos el mundo cuando nos hemos levantado con el pie izquierdo y el día completamente gris.

Pues bien. Hay personas que tienen ese mismo efecto. Seguramente es un efecto que se suma. Me explico: gente que te sabe leer el ánimo incluso cuando escribes un simple WhatsApp intentando disimular lo echa polvo que estás, intentando no dar muestras. O que interpreta perfectamente tus silencios y hasta tus ausencias. Gente que te traduce en palabras lo que necesitas cantar, porque te conoce bien (es lo que tiene no saber componer, pero sí tener amigos que lo hacen por ti, para ti…) y te dibuja perfectamente entre versos y notas.

…Y gente con la que, a veces, desesperas por juntarte, aunque solo sea para pasar una tarde, hablar de nada en especial (o de todo en particular, no importa), pero que entran hasta el fondo del alma cuando conectas la mirada mientras cantamos juntos. Esa gente, que saben ser refugio en lo bueno y en lo malo, con presencia, a veces con silencio, como las buenas canciones que definen nuestra vida.

 

VIERNES 22 de abril 2022, "VAMOS NOSOTROS TAMBIÉN CONTIGO"


 

EVANGELIO DE SAN JUAN 21, 1-14

AL TERCER DÍA RESUCITÓ DE ENTRE LOS MUERTOS

Y sí, Jesús resucitó. Esta es la parte buena de la historia, también la más importante y difícil de creer. Muchas veces nos quedamos solo en la muerte, porque resulta más inmediata, accesible y empática, pero si hubieran pensado lo mismo los primeros discípulos no estarías leyendo esto. Nuestra fe no separa la muerte y la resurrección, porque si lo hiciera, faltarían las patas de una mesa donde no podríamos apoyar absolutamente nada.

Los discípulos también tuvieron dificultades para entenderlo. Por eso los relatos de las apariciones en tiempo de Pascua muestran dudas, perplejidad, miedo, inseguridad, dificultad para hacerse a la idea de que estaba vivo, ahora de otro modo... porque no basta una mirada superficial, se necesita mirar desde la fe, de otro modo es imposible. Y es este modo glorioso de resucitar Jesús que nos permite acceder y relacionarnos con él generación tras generación. De lo contrario hubiera sido algo pasajero, como lo es nuestro propio cuerpo que se empequeñece con el tiempo. Es difícil de entender, porque resucitar nos parece imposible, por eso es quizás la piedra angular de nuestra fe, porque con la resurrección de Jesús la puerta de la muerte queda abierta para todos nosotros. La resurrección hace que lo imposible se vuelva realidad, hace que la vida florezca donde todo era muerte y vacío. La resurrección es la confirmación, por parte de Dios, en Jesús, de que la muerte no es el final, de que la Vida vence, de que tras nuestro tiempo viene la eternidad, tras nuestra historia, la plenitud, tras el aquí y ahora el entonces y para siempre.

La promesa de nuestra resurrección es más importante de lo que nosotros creemos, y ni la política, ni la cultura, ni la filosofía, ni por supuesto todo el dinero del mundo nos puede prometer algo así. ¿Cómo sería nuestra vida si no creyéramos en la resurrección? ¿Piensas, acaso, que la vida es solo esto de aquí? ¿que no hay nada más? ¿que el único sentido de la vida es vivir hasta morir? 

Muchos nos negamos a que todo esto acabe con un game over. Y no es por miedo, sino por confianza en una promesa, un testimonio, y una historia de la que somos parte.



JUEVES 21 de abril 2022, "SEÑOR, QUIERO ENCONTRARME CONTIGO"


 

EVANGELIO DE SAN LUCAS 24, 35-48

AQUÍ SUCEDIÓ EL MAYOR MILAGRO DE JESÚS

El Edículo del Santo Sepulcro (la capilla sobre la Tumba de Jesús)

El primer día después del sábado, estando todavía oscuro, fue María Magdalena al sepulcro y vio removida la piedra que lo cerraba. Echó a correr, llegó a la casa donde estaban Simón Pedro y el otro discípulo, a quien Jesús amaba, y les dijo: “Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo habrán puesto”.

Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos iban corriendo juntos, pero el otro discípulo corrió más aprisa que Pedro y llegó primero al sepulcro, e inclinándose, miró los lienzos puestos en el suelo, pero no entró. (Juan 20, 1-9)

En eso llegó también Simón Pedro, que lo venía siguiendo, y entró en el sepulcro. Contempló los lienzos puestos en el suelo y el sudario, que había estado sobre la cabeza de Jesús, puesto no con los lienzos en el suelo, sino doblado en sitio aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro, y vio y creyó, porque hasta entonces no habían entendido las Escrituras, según las cuales Jesús debía resucitar de entre los muertos.

Vio y creyó

El apóstol Juan entró en el sepulcro y creyó. Creyó que Jesús había resucitado de entre los muertos. Nosotros también podemos entrar hoy en la tumba vacía de Jesús en Jerusalén. También podemos verla en fotografías y películas. Es el mismo lugar, protegido y encerrado en una capilla especial.

La expresión «vieron y creyeron» se utiliza en el Evangelio por primera vez en referencia a los discípulos de Jesús en las bodas de Caná, después del primer milagro de Jesús de convertir el agua en vino.

El mayor milagro de Jesús es su resurrección.

Muchas personas peregrinan a Jerusalén y visitan la tumba vacía de Jesús. También podemos verla en las fotografías. Es un testimonio para nosotros de que Jesús resucitó de entre los muertos. Mirando la tumba vacía de Jesús, ¿creo que la tumba no es el destino final del ser humano? ¿Creo que Jesús quiere darme la plenitud de la vida que no se acaba?

Aleteia 

SÁBADO 16 de abril 2022, "TENGO SED DE TI"


 

HE AQUÍ A TU HIJO

JESÚ, ME POSTRO ANTE TU CRUZ

Jesús, me postro ante tu cruz. 
En ella veo a todos los crucificados de este mundo
Desde el dolor de tantos enfermos
Desde la tristeza de los que viven sin sentido
Desde la soledad de quienes no tienen a nadie…
Vete al encuentro con Jesús

Es el Siervo del amor crucificado, al que el desamor de los hombres le ha desfigurado el rostro. Lleva en su corazón todo el sufrimiento de la humanidad y hace brillar la luz de la esperanza y del consuelo en el mundo. Maltratado y condenado injustamente abre un camino de perdón a los enemigos y de abandono en el Padre (Cf. Is 52,13-53,12).

Acércate a la cruz de Jesús
Jesús está en la cruz desnudo, solo, derrotado, ultrajado, mirado por el pueblo en espera de un último milagro: «¡Que baje de la cruz!» ; pero Él, silencioso, sigue confiando en el Padre: «Padre, en tus manos pongo mi espíritu» (Lc 23,46).

Jesús tiene los brazos abiertos en la cruz, quiere abrazar a todos, reconciliar a todos, derribar el muro del odio que separa a unos pueblos de otros; desea atraer a todos a su amor sin límites: «Cuando yo sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí» (Jn 12,32).

La cruz es el lugar donde todo termina y donde comienza lo nuevo. En la cruz se cumplen las Escrituras y se abre la fuente viva de la gracia, la tierra se riega con la sangre y con el agua del costado abierto de Cristo. De la cruz nace la Iglesia. En los labios de Jesús brota esta última palabra: «Todo está cumplido» (Jn 19,31).

Pistas de luz para tu camino
Acoge tu cruz de cada día y ofrécesela al Señor.
Muéstrate cercano y solidario con las víctimas.
Aprende a decir gracias en toda situación de dolor.

Oración

Jesús, me postro ante tu cruz.
En ella veo a todos los crucificados de este mundo:
los que sufren violencia,
los que están empobrecidos,
deshumanizados,
los que padecen enfermedades incurables,
soledad, abandono, marginación.
Dame valentía y creatividad
para trabajar por un mundo más humano.
Abre mi vida a la ternura entrañable,
a la solidaridad compasiva.
Amén.

Cipecar

VIVIR EL TRIDUO PASCUAL EN CLAVE ORANTE

Todos estábamos allí

La historia de Jesús parece terminar en el Gólgota, en ese siniestro «lugar de la calavera». Jesús es despojado de lo último que le queda, de sus ropas, del resto de su dignidad, y sufre la suerte de los rebeldes y de los asesinos, se encuentra entre ellos (cf. Is 53,9). Todo el mal y el pecado del mundo caen sobre él desfigurándolo y destrozándolo por completo (cf. Is 53,5).

El «buen ladrón»

Cuando Jesús está en la cruz tiene que sufrir las burlas de la gente del pueblo, que dice: «Tú que destruías el templo y lo reconstruías en tres días, sálvate a ti mismo bajando de la cruz» (Mt 27,40s; Mc 15,29s). Los miembros del sanedrín insisten en el mismo argumento: «¿No es el rey de Israel?; que baje ahora de la cruz y le creeremos. ¿No ha confiado en Dios? Si tanto lo quiere Dios, que lo libre ahora» (Mt 27,42s; Mc 15,31s; Lc 23,35). También los soldados romanos se burlan de él (cf. Lc 23,36). Incluso quienes fueron crucificados a su lado repiten palabras parecidas: «¿No eres tú el mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros» (Lc 23,39; Mc 15,32).

Mateo y Marcos denominan a los que fueron crucificados con Jesús «lestes» (palabra griega que en español traducimos por «bandidos», Mt 27,38; Mc 15,27). Es el mismo término que Juan usa para hablar de Barrabás (Jn 18,40). Por lo tanto, la condena de los que tradicionalmente llamamos «ladrones» no es por haber robado, sino por haberse levantado contra el poder romano, como en el caso de Barrabás. En ese caso se comprende que Jesús fuera crucificado con ellos, ya que también fue acusado de falso rey y de sedicioso contra el poder romano.

Uno de los condenados intuye que la condena de Jesús es injusta, ya que él no era violento ni tenía que ver con los grupos a los que ellos pertenecían. Por eso le suplica: «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino» (Lc 23,42). A lo que Jesús responde: «Hoy estarás conmigo en el paraíso» (Lc 23,43).

Si ese bandido era un judío piadoso, quizás hablaba del reino escatológico, que el mesías de Dios establecería al final de los tiempos. El caso es que Jesús le responde anunciándole que participará de su reino «hoy», el mismo día de su muerte.

Los evangelios no nos transmiten otras palabras que pudieran cruzarse los dos crucificados, pero estas siguen resonando en el corazón de los creyentes, que confían en la misericordia de Jesús, aunque se sientan pecadores e indignos de su gracia. Así, en la historia del cristianismo, Dimas (el nombre que la tradición ha dado al «buen ladrón») se ha convertido en modelo de una esperanza más fuerte que todos los razonamientos y fracasos.

Santa Teresa de Lisieux experimentó que el hombre no se salva por sus buenas obras, sino por el amor de Cristo y encontró en Dimas un ejemplo paradigmático. Ella, que oró con tanta intensidad por algunos grandes pecadores de su época, encontró en la escena del «buen ladrón» un motivo para seguir esperando. Incluso escribe una recreación piadosa en la que Dimas es la excusa para exponer sus ideas. En ella afirma:

«Esos que amas ofenderán al Dios que les ha colmado de beneficios; sin embargo, ten confianza en la misericordia infinita de Dios; ella es lo suficientemente grande para borrar los más grandes crímenes […]. Jesús morirá para dar la vida a Dimas y este entrará el mismo día que el Hijo de Dios en su reino celestial».

Una preciosa oración de la Liturgia de las horas recoge estos sentimientos y dice así: «Señor Jesucristo, que, colgado en la cruz, diste al ladrón arrepentido el reino eterno, míranos a nosotros, que, como él, confesamos nuestras culpas, y concédenos poder entrar también, como él, después de la muerte, en el paraíso. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos».

Murió por nuestros pecados, según las Escrituras

Parece natural que Jesús muera, porque la muerte forma parte de la existencia del hombre. Todo cambia cuando comprendemos que el que muere en el Calvario es el Hijo de Dios, entre las burlas de sus enemigos, que le increpaban: «Si eres Hijo de Dios, baja de la cruz» (Mt 27,40). Como no bajó, pensaron que moría abandonado de Dios, por lo que sus pretensiones mesiánicas quedaban truncadas.

Esto exigió un enorme esfuerzo de interpretación del acontecimiento y de su significado, por parte de la primera generación cristiana. Según el Antiguo Testamento, el mesías debía triunfar. Aparentemente, la cruz es ruptura con las Escrituras. Para comprender el plan salvador de Dios, se tuvo que releer la Biblia con ojos nuevos.

Siguiendo el ejemplo de Jesús, que empezando por Moisés y siguiendo por los profetas, les explicó lo que decían las Escrituras sobre la pasión del mesías (cf. Lc 24,26-27), los discípulos se sirvieron de algunos pasajes bíblicos para interpretarla. Especialmente del sacrificio de Isaac, la muerte violenta de los profetas, los cánticos del Siervo de Yahvé en el libro de Isaías, los sufrimientos del justo en el libro de la Sabiduría y algunos salmos (como el 22 [21], el 69 [68], y el 109 [108]).

San Pablo, dentro de este proceso de reflexión, afirmó que «Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras» (1Cor 15,3). En el Credo se recogieron estas dos afirmaciones sobre la muerte de Cristo: que lo hizo según las Escrituras (es decir, cumpliendo un proyecto eterno de Dios) y que fue por nuestros pecados (a causa de nuestros pecados y para perdonarlos).

Yo estaba allí

Muchos conocen el espiritual negro que canta: «Were you there when they crucified my Lord? Oh, sometimes it causes me to tremble«. (Que significa: «¿Estabas tú allí cuando crucificaron al Señor? A veces ese pensamiento me hace temblar»).

Estamos tan acostumbrados a analizar los textos bíblicos hablando de los géneros literarios y del contexto socio-cultural, de la historia de las formas y de las redacciones… que podemos olvidar que fueron escritos con intención de interpelar a los lectores. Pero nosotros somos creyentes, no historiadores que hablan con la mayor neutralidad posible sobre lo que dicen las fuentes acerca de un acontecimiento lejano en el tiempo.

Por eso quisiera recordar que esos textos se dirigen a cada uno de nosotros, son Palabra de Dios para mí, aquí y ahora. Así que volvamos a la pregunta del canto: «¿Estabas tú allí cuando crucificaron al Señor?» Y no respondamos demasiado rápidamente que la pregunta es anacrónica. Por el contrario, estamos ante una pregunta actual, que pide una respuesta teológica (¿Qué significa que yo estaba o no estaba junto a la cruz de Jesús?) y vivencial (¿Yo estaba allí presente, sí o no?).

San Pablo afirma que este es «el gran misterio de nuestra religión» (1Tim 3,16): que Jesús murió por nosotros, «por nuestros pecados» (Rom 4,25; 1Cor 15,3). Lo dice más claro san Pedro: «¡Vosotros crucificasteis a Jesús!» (Hch 2,23). Y añade que «estas palabras les traspasaron el corazón» (Hch 2,37). Eso querría yo, que la Palabra de Dios hoy traspasara mi corazón y el de mis lectores, y que tocara lo más íntimo de nuestras entrañas.

Me resulta demasiado fácil decir como Poncio Pilato: «¡Yo soy inocente de la sangre de este hombre!» (Mt 27,24). Pero debo tomar conciencia de que cuando digo que «Jesús murió por nuestros pecados» estoy diciendo que «¡mis pecados mataron a Jesús!», «¡yo lo maté!». No lo hicieron los judíos ni los romanos, sino yo, mis pecados.

Lo deja muy claro la carta a los Hebreos, cuando afirma que los que vuelven a pecar después del bautismo (o sea, yo) «vuelven a crucificar al Hijo de Dios y lo exponen al escarnio» (Heb 6,6). Es una acusación dura e incómoda. Por eso es más cómodo hablar del pasado, de los otros, sin implicarme demasiado.

Pero en realidad todos estábamos allí. Estábamos con Pilato (¿éramos Pilato?) desinteresándonos del sufrimiento del Justo. Estábamos con la chusma (¿éramos la chusma?) que se reía del fracaso ajeno y despreciaba al débil. Estábamos con el mal ladrón (¿éramos el mal ladrón?) que se quejaba de su mala suerte y era incapaz de comprender el sufrimiento del vecino. Estábamos con el soldado que le ofreció vinagre para su sed (¿éramos el soldado del vinagre?), que despreció al débil y quiso reírse de él. Allí estábamos todos, si es verdad que Cristo, «cargado con nuestros pecados, subió al leño» (1Pe 2,24).

Todo lo dicho es verdad, pero no es toda la verdad. Santa Teresa de Jesús dice que siempre tenemos que trabajar para conocernos mejor a nosotros mismos, para dar luz a los rincones más oscuros de nuestra persona, aunque este proceso a veces sea doloroso. Pero también enseña que ese esfuerzo puede crear frustraciones y escrúpulos si no va acompañado por el verdadero conocimiento de Cristo. Mirando en nuestro interior, encontramos el pecado; mirando a los ojos de Cristo, descubrimos la misericordia.

Hemos recordado que «Jesús murió por nuestros pecados» (Rom 4,25). No debemos olvidar que, a continuación, san Pablo añade que «fue resucitado para nuestra justificación»; es decir: para darnos el perdón. Por eso dice en otro lugar que «Dios, rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, estando nosotros muertos por los pecados, nos ha hecho revivir con Cristo» (Ef 2,4s).

Si esto es así (como lo es) tenemos que pensar en otra manera de presencia junto a la cruz del Señor. Recordemos que, en su vida mortal, él no solo pidió por sus discípulos, sino también «por aquellos que por su testimonio, creerán en mí» (Jn 17,20). Jesús pensó en nosotros (en cada uno de nosotros) antes de morir y pensó en nosotros en el momento de la muerte. Él dice hoy a cada uno de nosotros: «Eres precioso para mí y yo te amo. Aunque no hubiera nadie más que tú sobre la tierra, igualmente me habría encarnado e igualmente habría entregado mi vida por ti».

La canción inicial preguntaba: «¿Estabas tú allí cuando crucificaron al Señor?». Y añadía: «A veces ese pensamiento me hace temblar». Reflexionando en lo que hemos visto, verdaderamente deberíamos temblar. Pero no por la vergüenza, sino por el agradecimiento; no por el miedo, sino por la admiración que nos despierta tanta gracia. Esto sí que debería «traspasar nuestros corazones» y convertirlos definitivamente.

Cipecar

VIERNES 15 de abril 2022, "CONTEMPLO AL CRUCIFFICADO EN SILENCIO"


 

CREER A PESAR DE LA CRUZ - Lc 24, 13-35


Nos sirve maravillosamente para entender la situación anímica de los discípulos después de la tragedia del viernes, y para renovar nuestra fe.

"Nosotros esperábamos que sería él el que iba a librar a Israel; pero, con todas estas cosas, llevamos ya tres días desde que esto pasó. ... "

Nos encontramos en presencia de "el escándalo de la cruz". La muerte de Jesús ha dado al traste con las esperanzas puestas en El. Los dos discípulos de Emaús representan perfectamente la crisis de fe de aquella primera comunidad, motivada por la muerte de Jesús.

Cabría pensar que ellos también podrían haber dicho, como otros, a Jesús crucificado: "Si eres el Hijo de Dios, baja de la cruz y creeremos". Están aplicando a Jesús las categorías humanas y judaicas. Para ellos, la muerte es el final. Y la ejecución como criminal, el fracaso.

Es más, están fiándose de su propia interpretación de la Palabra de Dios. Esperaban un Mesías triunfante. No ha triunfado, luego no lo es. Los dos de Emaús representan la situación de los discípulos: "se acabó; nosotros pensábamos que Él sería... pero... se acabó".

¿Cómo pasó aquel grupo reducido del abatimiento y la sensación de fracaso que presenta este texto, a la seguridad y el sentido misionero avasallador que hemos visto en la primera lectura de hoy? ¿Cómo se convirtieron en valerosos pregoneros los asustados y fracasados galileos? Tenemos que dar dos respuestas, situadas a distinto nivel.

En primer lugar, la Resurrección de Jesús no parece que se pueda explicar simplemente por un "convencimiento íntimo" de que sigue vivo tras la muerte, ni una "experiencia interior".

Hubo algo que cambió su depresión y su cobardía en entusiasmo y espíritu misionero, algo que les lleva a anunciar a Jesús Vivo, aunque les cueste la vida, y a llevar el mensaje al mundo entero. No creyeron en Jesús simplemente porque -a pesar de que había muerto- le recordaban y le seguían admirando. Parece necesario "algo más".

En segundo lugar, el Espíritu. El Espíritu, el viento de Dios, hizo a Jesús como era. El Espíritu hablaba en Jesús, curaba en Jesús. El Espíritu la hacía sabio y confundía a sus adversarios. El Espíritu le hizo pasar del "¿por qué me has abandonado?" al "Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu".

Ese Espíritu que Jesús "sopló sobre ellos" (recordamos el evangelio del domingo pasado), como Dios mismo sopló su espíritu en el muñeco de barro y lo hizo ser viviente está haciendo diferentes a los que le siguieron en vida y siguen creyendo en él después de muerto. Es la tesis básica de Hechos: el mismo espíritu de Jesús sigue alentando en la Iglesia.

EL ESCÁNDALO DE LA CRUZ

Jesús "les explica las escrituras", les explica "que era necesario que el Mesías padeciese y muriese y entrase así en su gloria". Era necesario.

Porque era el Hijo de Dios, no bajó de la cruz, precisamente porque era el Hijo de Dios. Si hubiera bajado de la cruz, no sería más que una divinidad que se había vestido con apariencia humana (y esa es la "fe" simplona de muchos). Pero era un hombre que arrostraba su destino, su misión: fiel a la misión hasta la muerte.

La cruz es un escándalo, (y la humanidad de Dios, también, y la divinidad del hombre también) sólo superable por la fe en el Crucificado. No hay manera alguna de escapar del escándalo del mal del mundo. El mal del mundo culmina por el rechazo de los hombres a Dios. La crucifixión de Cristo es el mayor escándalo.

"En el mundo estaba, y el mundo fue hecho por El
y el mundo no le conoció.
Vino a los suyos y los suyos no le recibieron"

Pero la crucifixión actual de tantos y tantos que contemplamos, en los males y en los pecados, son el mismo escándalo: la aparente ausencia de Dios. De este escándalo no escapamos más que por la fe en Jesús, el crucificado/resucitado.

Como casi siempre, la fe no nos da explicaciones, sino motivos para creer a pesar de lo que vemos. En la cruz no se cree. La cruz se ve. La resurrección no se ve. Se cree en ella, porque se ven las obras del Espíritu.

Pero se puede dar un paso más. No sólo creemos a pesar de la cruz; creemos por la cruz. A varios niveles:

· ver a un hombre que arriesga la vida por proclamar sus valores y sus criterios hasta el final, sin echar marcha atrás, sin arrugarse ante nada, sin escaparse, hasta arrostrar la muerte ... es un fortísimo argumento para creer en él. Y así fue Jesús. "Obediente hasta la muerte y muerte de cruz" admite otra traducción: "consecuente hasta la muerte y muerte de cruz".

· reflexionando en quién mató a Jesús volvemos a creer en él. A Jesús lo mató el Templo y sus sacerdotes, los mayores agentes de opresión, los mayores deformadores de Dios. A Jesús lo mató La Ley y sus doctores y sus purísimos cumplidores, monopolizadores de la Palabra, despreciadores de la gente (podemos leer Mateo 21–23). Lo mataron los manejos políticos, el mesianismo nacionalista... La cruz exige tomar partido: con todos esos o con Jesús.

· la elaboración teológica de todo lo anterior lleva a decir: el Padre es capaz de dejar que su mejor hijo se arriesgue por todos los demás: ¡mirad cómo ama el Padre, que no escatima ni siquiera a Jesús, por el bien de todos!

Ser cristiano se define por tanto como:

"el que cree en Dios,
el Padre,
por Jesús a pesar de la cruz,
y por la cruz"

"VIENDO Y OYENDO"

Nuestra resurrección es una realidad interior. La vida del hombre no es más que signo, ropaje... de la Vida. La Resurrección es tener ya La Vida.

La simple vida biológica es el soporte de la vida intelectual. Y todo eso no es más que el soporte de LA VIDA, la condición de Hijos. Nuestra fe es que en Jesús se mostró posible que la humanidad "lleve dentro" la divinidad. Decía el catecismo que estudiábamos de pequeños: "Sin dejar de ser Dios, quedó hecho hombre" Y podemos invertir los términos: "Sin dejar de ser hombre, estaba lleno de Dios". Éste es el sentido profundo, desmitologizado, de la Encarnación.

La Resurrección, la Vida, no se ve. Pero sus frutos sí se ven. Los que participan de la Vida viven como resucitados "buscando las cosas de arriba" "vestidos del hombre nuevo". Su código moral son las Bienaventuranzas; su oración, el Padre Nuestro; su culto a Dios, la vida; sus actos religiosos, las celebraciones festivas del amor de Dios presente en todo, los sacramentos. Esta es la Vida Nueva, manifestándose en la vida normal.

Vivir de otra manera es "inútil y efímero". Nosotros vivimos la vida como El nos enseñó, porque tenemos Fe en El y tenemos puesta en El nuestra esperanza.

SALMO 16

Guárdame, Señor, que me refugio en Ti.
Decid al Señor: "Tú eres mi Dios,
Tu eres mi Bien y no deseo otro"

Me tientan los ídolos del mundo
pero mi herencia eres Tú, Señor.
Eres Tú quien garantiza mi suerte
Eres Tú mi herencia y mi riqueza.

Yo bendigo al Señor, mi consejero
y lo tengo presente sin descanso.
El Señor a mi diestra. El es mi guía.

Así encuentra mi espíritu la paz,
mi corazón reposa seguro
porque Tú no abandonas mi vida.

Tú me enseñas el camino de la vida
y encuentro ante tu rostro
la plenitud de vida y de alegría.


José Enrique Galarreta

JUEVES 14 de abril 2022, "DAME LA GRACIA DE VIVIR SIEMPRE CERCA DE TI"


 

EVANGELIO DE SAN JUAN 13, 1-15

CENA ESPECIAL DE DESPEDIA

Jesús sabe que sus horas están contadas. Sin embargo no piensa en ocultarse o huir. Lo que hace es organizar una cena especial de despedida con sus amigos y amigas más cercanos. Es un momento grave y delicado para él y para sus discípulos: lo quiere vivir en toda su hondura. Es una decisión pensada.

 Consciente de la inminencia de su muerte, necesita compartir con los suyos su confianza total en el Padre incluso en esta hora. Los quiere preparar para un golpe tan duro; su ejecución no les tiene que hundir en la tristeza o la desesperación. Tienen que compartir juntos los interrogantes que se despiertan en todos ellos: ¿qué va a ser del reino de Dios sin Jesús? ¿Qué deben hacer sus seguidores? ¿Dónde van a alimentar en adelante su esperanza en la venida del reino de Dios?

 Al parecer, no se trata de una cena pascual. Es cierto que algunas fuentes indican que Jesús quiso celebrar con sus discípulos la cena de Pascua, en la que los judíos conmemoran la liberación de la esclavitud egipcia. Sin embargo, al describir el banquete, no se hace una sola alusión a la liturgia de la Pascua, nada se dice del cordero pascual ni de las hierbas amargas que se comen esa noche, no se recuerda ritualmente la salida de Egipto, tal como estaba prescrito.

 Por otra parte es impensable que esa misma noche en la que todas las familias estaban celebrando la cena más importante del calendario judío, los sumos sacerdotes y sus ayudantes lo dejaran todo para ocuparse de la detención de Jesús y organizar una reunión nocturna con el fin de ir concretando las acusaciones más graves contra él. Parece más verosímil la información de otra fuente que sitúa la cena de Jesús antes de la fiesta de Pascua, pues nos dice que Jesús es ejecutado el 14 de nisán, la víspera de Pascua. Así pues, no parece posible establecer con seguridad el carácter pascual de la última cena. Probablemente, Jesús peregrinó hasta Jerusalén para celebrar la Pascua con sus discípulos, pero no pudo llevar a cabo su deseo, pues fue detenido y ajusticiado antes de que llegara esa noche. Sin embargo sí le dio tiempo para celebrar una cena de despedida.

 En cualquier caso, no es una comida ordinaria, sino una cena solemne, la última de tantas otras que habían celebrado por las aldeas de Galilea. Bebieron vino, como se hacía en las grandes ocasiones; cenaron recostados para tener una sobremesa tranquila, no sentados, como lo hacían cada día.

Probablemente no es una cena de Pascua, pero en el ambiente se respira ya la excitación de las fiestas pascuales. Los peregrinos hacen sus últimos preparativos: adquieren pan ázimo y compran su cordero pascual. Todos buscan un lugar en los albergues o en los patios y terrazas de las casas. También el grupo de Jesús busca un lugar tranquilo. Esa noche Jesús no se retira a Betania como los días anteriores. Se queda en Jerusalén. Su despedida ha de celebrarse en la ciudad santa. Los relatos dicen que celebró la cena con los Doce, pero no hemos de excluir la presencia de otros discípulos y discípulas que han venido con él en peregrinación. Sería muy extraño que, en contra de su costumbre de compartir su mesa con toda clase de gentes, incluso pecadores, Jesús adoptara de pronto una actitud tan selectiva y restringida.

 ¿Podemos saber qué se vivió realmente en esa cena?

Jesús vivía las comidas y cenas que hacía en Galilea como símbolo y anticipación del banquete final en el reino de Dios. Todos conocen esas comidas animadas por la fe de Jesús en el reino definitivo del Padre.

Es uno de sus rasgos característicos mientras recorre las aldeas. También esta noche, aquella cena le hace pensar en el banquete final del reino. Dos sentimientos embargan a Jesús. Primero, la certeza de su muerte inminente; no lo puede evitar: aquella es la última copa que va a compartir con los suyos; todos lo saben: no hay que hacerse ilusiones. Al mismo tiempo, su confianza inquebrantable en el reino de Dios, al que ha dedicado su vida entera. Habla con claridad: «Os aseguro: ya no beberé más del fruto de la vid hasta el día en que lo beba, nuevo, en el reino de Dios». La muerte está próxima.

Responder a su llamada. Su actividad como profeta y portador del reino de Dios va a ser violentamente truncada, pero su ejecución no va a impedir la llegada del reino de Dios que ha estado anunciando a todos. Jesús mantiene inalterable su fe en esa intervención salvadora de Dios. Está seguro de la validez de su mensaje. Su muerte no ha de destruir la esperanza de nadie. Dios no se echará atrás. Un día Jesús se sentará a la mesa para celebrar, con una copa en sus manos, el banquete eterno de Dios con sus hijos e hijas. Beberán un vino «nuevo» y compartirán juntos la fiesta final del Padre. La cena de esta noche es un símbolo.

Movido por esta convicción, Jesús se dispone a animar la cena contagiando a sus discípulos su esperanza.

Comienza la comida siguiendo la costumbre judía: se pone en pie, toma en sus manos pan y pronuncia, en nombre de todos, una bendición a Dios, a la que todos responden diciendo «amén». Luego rompe el pan y va distribuyendo un trozo a cada uno. Todos conocen aquel gesto. Probablemente se lo han visto hacer a Jesús en más de una ocasión. Saben lo que significa aquel rito del que preside la mesa: al obsequiarles con este trozo de pan, Jesús les hace llegar la bendición de Dios. ¡Cómo les impresionaba cuando se lo daba a los pecadores, recaudadores y prostitutas! Al recibir aquel pan, todos se sentían unidos entre sí y con Dios. Pero aquella noche, Jesús añade unas palabras que le dan un contenido nuevo e insólito a su gesto. Mientras les distribuye el pan les va diciendo estas palabras: «Esto es mi cuerpo. Yo soy este pan. Vedme en estos trozos entregándome hasta el final, para haceros llegar la bendición del reino de Dios».

¿Qué sintieron aquellos hombres y mujeres cuando escucharon por vez primera estas palabras de Jesús?

Les sorprende mucho más lo que hace al acabar la cena. Todos conocen el rito que se acostumbra. Hacia el final de la comida, el que presidía la mesa, permaneciendo sentado, cogía en su mano derecha una copa de vino, la mantenía a un palmo de altura sobre la mesa y pronunciaba sobre ella una oración de acción de gracias por la comida, a la que todos respondían «amén». A continuación bebía de su copa, lo cual servía de señal a los demás para que cada uno bebiera de la suya. Sin embargo, aquella noche Jesús cambia el rito e invita a sus discípulos y discípulas a que todos beban de una única copa: ¡la suya! Todos comparten esa «copa de salvación» bendecida por Jesús. En esa copa que se va pasando y ofreciendo a todos, Jesús ve algo «nuevo» y peculiar que quiere explicar: «Esta copa es la nueva Alianza en mi sangre. Mi muerte abrirá un futuro nuevo para vosotros y para todos». Jesús no piensa solo en sus discípulos más cercanos.

En este momento decisivo y crucial, el horizonte de su mirada se hace universal: la nueva Alianza, el reino definitivo de Dios será para muchos, «para todos»-

Con estos gestos proféticos de la entrega del pan y del vino, compartidos por todos, Jesús convierte aquella cena de despedida en una gran acción sacramental, la más importante de su vida, la que mejor resume su servicio al reino de Dios, la que quiere dejar grabada para siempre en sus seguidores.

Quiere que sigan vinculados a él y que alimenten en él su esperanza. Que lo recuerden siempre entregado a su servicio. Seguirá siendo «el que sirve», el que ha ofrecido su vida y su muerte por ellos, el servidor de todos. Así está ahora en medio de ellos en aquella cena y así quiere que lo recuerden siempre.

El pan y la copa de vino les evocará antes que nada la fiesta final del reino de Dios; la entrega de ese pan a cada uno y la participación en la misma copa les traerá a la memoria la entrega total de Jesús. «Por vosotros»: estas palabras resumen bien lo que ha sido su vida al servicio de los pobres, los enfermos, los pecadores, los despreciados, las oprimidas, todos los necesitados… Estas palabras expresan lo que va a ser ahora su muerte: se ha «desvivido» por ofrecer a todos, en nombre de Dios, acogida, curación, esperanza y perdón.

Ahora entrega su vida hasta la muerte ofreciendo a todos la salvación del Padre.

Así fue la despedida de Jesús, que quedó grabada para siempre en las comunidades cristianas. Sus seguidores no quedarán huérfanos; la comunión con él no quedará rota por su muerte; se mantendrá hasta que un día beban todos juntos la copa de «vino nuevo» en el reino de Dios. No sentirán el vacío de su ausencia: repitiendo aquella cena podrán alimentarse de su recuerdo y su presencia.

Él estará con los suyos sosteniendo su esperanza; ellos prolongarán y reproducirán su servicio al reino de Dios hasta el reencuentro final. De manera germinal, Jesús está diseñando en su despedida las líneas maestras de su movimiento de seguidores: una comunidad alimentada por él mismo y dedicada totalmente a abrir caminos al reino de Dios, en una actitud de servicio humilde y fraterno, con la esperanza puesta en el reencuentro de la fiesta final.

¿Hace además Jesús un nuevo signo invitando a sus discípulos al servicio fraterno? El evangelio de Juan dice que, en un momento determinado de la cena, se levantó de la mesa y «se puso a lavar los pies de los discípulos». Según el relato, lo hizo para dar ejemplo a todos y hacerles saber que sus seguidores deberían vivir en actitud de servicio mutuo: «Lavándoos los pies unos a otros». La escena es probablemente una creación del evangelista, pero recoge de manera admirable el pensamiento de Jesús. El gesto es insólito.

En una sociedad donde está tan perfectamente determinado el rol de las personas y los grupos, es impensable que el comensal de una comida festiva, y menos aún el que preside la mesa, se ponga a realizar esta tarea humilde reservada a siervos y esclavos. Según el relato, Jesús deja su puesto y, como un esclavo, comienza a lavar los pies a los discípulos. Difícilmente se puede trazar una imagen más expresiva de lo que ha sido su vida, y de lo que quiere dejar grabado para siempre en sus seguidores. Lo ha repetido muchas veces: «El que quiera ser grande entre vosotros, será vuestro servidor; y el que quiera ser el primero entre vosotros, será esclavo de todos». Jesús lo expresa ahora plásticamente en esta escena: limpiando los pies a sus discípulos está actuando como siervo y esclavo de todos; dentro de unas horas morirá crucificado, un castigo reservado sobre todo a esclavos.

Basado en las Homilias de José A Pagola

El Señor nos bendiga (feat. Varios Artistas) | Cristóbal Fones, SJ