
¿Imaginas lo que sintió el hombre sordo después de que Jesús le tocase?
… No puedes ni imaginar lo que supuso el encuentro con Jesús. Intenta comprenderme. Veía a la gente moverse, gesticular, hacer muecas, pero no oía sus voces. Vivía en un silencio atronador, en un vacío interminable. Y tampoco era capaz de decir nada. No podía hablar de amor, ni de gratitud. No podía quejarme. No podía preguntar nada, ni pedir perdón, ni siquiera reír en voz alta. Y muchos me miraban con recelo, o con sospecha, pensando que lo que tenía era un castigo de Dios. ¿Tú sabes lo que fue que él me tocara? Me tocó los ojos, los oídos, con una ternura que no había sentido en años. Le vi mirarme, y cuando habló, y dijo: “Effetá”, lo oí. Mi corazón se aceleró. No podía creerlo. “Effetá. Ábrete”. Sentí que con esas palabras se aflojaban las trabas, las parálisis. Y de golpe fue como un torrente de sonidos, de voces, las exclamaciones de cerca, el rumor del viento, las risas de unos niños jugando… Era como una fiesta de ruido atronando dentro de mí. Y cuando empecé a hablar, y oí mi propia voz, y me di cuenta de que todos me oían… Descubrí el poder, el privilegio, la alegría de poder utilizar la palabra. Y ahora, alguna vez que saludo o me despido; o tras hablar con otros, resuena en mi interior el eco de aquella palabra “Effetá”, y la sensación de que a Jesús yo le importaba. De que su sanación nació del amor, de comprenderme y de querer lo mejor para mí. Y por eso, solo puedo estar agradecido para siempre.
E Ignaciana
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