EL
CIEGO Y LA LUZ
Tradicionalmente este cuarto domingo
de cuaresma es llamado “Laetare”, es decir “Alégrate”, por las primeras
palabras de la antífona de entrada en la eucaristía.
En medio de la aparente oscuridad de
este tiempo cuaresmal, esa invitación es un anticipo de la luz y de la alegría
pascual. Este domingo central de la
cuaresma invita a los catecúmenos a preparase para el bautismo que recibirán en
la Pascua. Y a todos nosotros nos exhorta a agradecer el don de la fe.
En la primera lectura se recuerda que
el profeta Samuel ungió con aceite a David para hacerle rey (1 Sam 16). Hay en
el texto una frase importante que se
coloca en los labios del mismo Dios: “Dios no ve como los hombres, que ven la
apariencia: el Señor ve el corazón”. Ese es el don más precioso de la fe: ver
las cosas como las ve Dios.
SALIVA Y TIERRA
También el evangelio de hoy se refiere
a la posibilidad de “ver” (Jn 9). Para
curar al ciego de nacimiento, Jesús escupe en la tierra, hace un poco de lodo
con la saliva y con él unge los ojos del ciego. Y lo envía a lavarse en el
estanque de Siloé, es decir, “El Enviado”. Jesús unta los ojos ciegos con el
polvo que habitualmente los ciega.
• Así comenta San Agustín este gesto:
“Jesús comenzó por mezclar su saliva con la tierra, para ungir los ojos del que había nacido ciego. También nosotros
nacimos de Adán ciegos y tenemos necesidad de que Cristo nos ilumine. Él hizo
una mezcla de saliva y tierra. El verbo se hizo carne y habitó entre nosotros.
Así que mezcló su saliva con la tierra (…) Nosotros somos iluminados si es que
tenemos el colirio de la fe”.
• Y así escribe San Juan de Ávila:
“Tuvo tanta fe el ciego que luego fue para allá con tanta fe que no le
estorbaron los que de él reían, como lo veían ir así, los ojos llenos de lodo,
ni los que murmuraban porque iba a donde le mandó Jesucristo”.
Como el ciego de nacimiento, también
nosotros necesitamos que Jesús nos envíe a lavar nuestros ojos en las aguas de
“El Enviado”. Sólo él nos hará ver con claridad.
EL ENVIADO
Este magnífico relato es todo un
resumen del encuentro con Jesús, del proceso catequético y de la fidelidad a la
fe. En medio, sobresale el mandato que Jesús dirige al ciego: “Ve al estanque
de Siloé y lávate”. Esas palabras se
dirigen también a nosotros.
• “Ve al estanque de Siloé y lávate”.
Nacimos del agua y del Espíritu. Es preciso recordar cada día el lavatorio
original de nuestro bautismo y recobrar el frescor que brotaba de las aguas que
nos dieron nueva vida.
• “Ve al estanque de Siloé y lávate”.
Sólo al contacto con el Mesías Jesús y gracias a la escucha y aceptación de su
evangelio puede aclararse nuestra mirada para descubrir su misterio y nuestra
dignidad.
• “Ve al estanque de Siloé y lávate”.
Necesitamos purificarnos de nuestros prejuicios, de imágenes inútiles y
nocivas, de un espectáculo diario que nos fascina y nos encandila, nos
“divierte” y nos aliena.
- Señor
Jesús, tú has abierto nuestros ojos a tu luz. Ayúdanos a aceptarte como el
Mesías de Dios, a superar las tentaciones que nos acechan y a creer en ti con
sinceridad y coherencia. Amén.
José-Román Flecha Andrés
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