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LA ALEGRÍA DEL EVANGELIO 8
DIMENSIÓN SOCIAL DE LA EVANGELIZACIÓN
Durante mucho tiempo se ha acusado a la fe cristiana de alienar a los creyentes y de alejarlos de las reales necesidades del pueblo. En su exhortación apostólica La alegría del Evangelio (EG), el Papa Francisco desmiente esa acusación al afirmar que “en el corazón mismo del Evangelio está la vida comunitaria y el compromiso con los otros” (EG 177).
Nuestra fe en el Dios trinitario promueve el amor al prójimo, la fraternidad y la justicia y nos lleva a ejercer el servicio de la compasión que comprende, asiste y promueve a la persona (EG 178-179). Pablo VI y Benedicto XVI nos han exhortado a ser fieles al Reino de Dios y promover el desarrollo integral “para todos los hombres y para todo el hombre”. La esperanza cristiana mira a un futuro absoluto, pero siempre genera historia (EG 180-181).
La Iglesia se siente obligada a concretar en la práctica los grandes principios sociales (EG 182). La razón es sencilla: la fe no puede relegarse al ámbito de la intimidad de las personas. “Una auténtica fe –que nunca es cómoda e individualista- siempre implica un profundo deseo de cambiar el mundo, de transmitir valores, de dejar algo mejor detrás de nuestro paso por la tierra” (EG 183). A eso nos ayuda la Doctrina Social de la Iglesia.
LA SOLIDARIDAD Y EL HAMBRE
El Papa evoca los textos bíblicos que nos llevan a escuchar el clamor de los pobres y a socorrerlos (EG 187). Esta escucha no es una misión reservada a unos pocos como Francisco de Asís o Teresa de Calcuta. Todos estamos llamados a cooperar para resolver las causas estructurales de la pobreza, para promover el desarrollo integral de los pobres y hacernos solidarios con las miserias que encontramos cada día (EG 188).
La solidaridad se ha puesto de moda hace unos años, pero a veces se la entiende como un sentimiento pasajero. El Papa Francisco la evoca en una frase que puede resultar sorprendente: “La posesión privada de los bienes se justifica para cuidarlos y acrecentarlos de manera que sirvan mejor al bien común, por lo cual la solidaridad debe vivirse como la decisión de devolverle al pobre lo que le corresponde” (EG 189).
Hay quien se cree dueño de la tierra. El Papa recuerda en primer lugar que “el planeta es de toda la humanidad y para toda la humanidad” (EG 190. Y después afirma que “existe alimento para todos; el hambre se debe a la mala distribución de los bienes y de la renta…y de la práctica generalizada del desperdicio” (EG 191.
EL CLAMOR DE LOS POBRES
Ahora bien la solidaridad no se limita a asegurar a todos la comida. Para que tengan prosperidad sin exceptuar bien alguno, como escribía Juan XXIII, hay que promover la educación, el acceso al cuidado de la salud y a un trabajo libre, creativo, participativo y solidario, dotado de un salario justo (EG 192).
Evoca el Papa los textos evangélicos que nos exhortan a escuchar el clamor de los pobres (EG 193-195), pone ante nuestros ojos la vergonzosa alienación del consumo (EG 196) y nos recuerda que “el corazón de Dios tiene un sitio preferencial para los pobres, tanto que hasta Él mismo se hizo pobre” (EG 197).
Por ello puede repetir una frase que ha hecho famosa: “Quiero una iglesia pobre para los pobres” (EG 198). Las comunidades cristianas, los ambientes académicos, las fuerzas del mercado, los políticos y los economistas (EG 199-208), todos están llamados a prestar atención a las nuevas formas de pobreza y cuidar la fragilidad humana (EG 209-210).
Esa fragilidad se revela hoy en los nuevos esclavos, en las mujeres maltratadas, en los niños por nacer, y aun en el conjunto de la creación (EG 211-215). “Pequeños pero fuertes en el amor de Dios, como san Francisco de Asís, todos los cristianos estamos llamados a cuidar la fragilidad del pueblo y del mundo en que vivimos” (EG 216).
José-Román Flecha Andrés
Publicado en la revista “Mensajero Seráfico”
Profecía de la paz
estará firme el monte de la casa del Señor,
descollando entre los montes,
encumbrado sobre las montañas.
Hacia él confluirán las naciones,
caminarán pueblos numerosos.
De las espadas forjarán arados,
y de las lanzas podaderas.
No levantará la espada nación contra nación
ni se ejercitarán más en la guerra.
Casa de Jacob, en marcha.
Caminemos a la luz de Yahvéh
Isaías
LA ALEGRÍA DEL EVANGELIO 3
DESAFÍOS
DEL MUNDO ACTUAL
En su exhortación apostólica La alegría del Evangelio, el Papa
Francisco nos invita a dirigir una mirada al contexto en el que los discípulos
misioneros hemos de anunciar el Evangelio de Jesucristo, con el fin de
descubrir los signos de los tiempos: “Es preciso esclarecer aquello que pueda
ser un fruto del Reino y también aquello que atenta contra el proyecto de Dios”
(EG 51)
El documento papal no quiere ser
catastrofista. En el actual momento de la sociedad señala algunos aspectos
positivos en los ámbitos de la salud, de la educación y de la comunicación.
Pero también recuerda que “la mayoría de hombres y mujeres de nuestro tiempo
vive precariamente el día a día, con funestas consecuencias” (EG 52).
Entre
ellas enumera el miedo y la desesperación, la pérdida de la alegría, el aumento
de la violencia y la inequidad y el
tener que vivir con poca dignidad. Entre las causas menciona los enormes saltos
producidos por el desarrollo científico y por las innovaciones tecnológicas con
sus rápidas aplicaciones en los campos de la naturaleza y de la vida.
FÓRMULAS
NEGATIVAS
Ante
estos procesos, el Papa Francisco recuerda que los grandes valores, como la
vida, se ven tutelados en los mandamientos por conocidas prohibiciones, como
“no matar”. Como sabemos, ese esquema se
encuentran en muchas culturas antiguas, pero también en la práctica moderna que
nos repite a cada paso mensajes como el de “no fumar”. Pues bien, en la
exhortación La alegría del Evangelio se
incluyen cuatro fórmulas negativas:
• “No a una economía de la expansión”. Hoy se
considera al ser humano como un bien de consumo que se puede usar y tirar. Tras
la explotación y la opresión de la persona, hoy se impone su exclusión. “Los
excluidos no son explotados, sino desechos, sobrantes” (EG 53).
• “No a la nueva idolatría del dinero”. El
fetichismo del dinero prescinde de un objetivo verdaderamente humano. La
tiranía del consumo, la trampa de la deuda, la corrupción y la destrucción del
medio ambiente reflejan los intereses del mercado divinizado. (EG 55-56).
• “No a un dinero que gobierna en lugar de
servir”. Es preciso descubrir una solidaridad desinteresada. Es preciso que la
economía y las finanzas vuelvan a una ética a favor del ser humano,. “¡El
dinero debe servir y no gobernar!” (EG 58).
• “No a la inequidad que genera violencia”.
Sin igualdad de oportunidades, la violencia provocará su explosión. El sistema
social y económico es injusto en su raíz. “La inequidad provoca la reacción
violenta de los excluidos del sistema” (EG 59).
LA ALEGRÍA DEL EVANGELIO 7
UNA CATEQUESIS PARA EL CAMINO
En el contexto del anuncio del Evangelio, el Papa Francisco expone en su exhortación apostólica La alegría del Evangelio (EG), unas líneas básicas para la renovación de la catequesis. De hecho, el primer anuncio del Evangelio “debe provocar también un camino de formación y de maduración” de la persona (EG 160). Este proceso de crecimiento se resume en la acogida del amor de Dios y en la práctica del amor a Dios y al prójimo
Ahora bien, siempre y en todo lugar “la educación y la catequesis están al servicio de este crecimiento” (EG 163). Sin embargo, es preciso tener muy en cuenta que la catequesis ha de partir del anuncio del misterio trinitario, que confesamos ya desde el bautismo. El fuego del Espíritu nos hace creer en Jesucristo, que con su muerte y resurrección, nos revela y comunica la misericordia del Padre (EG 164).
Ese anuncio del misterio cristiano requiere algunas condiciones importantes: 1. Expresar el amor salvador de Dios antes que la obligación moral y religiosa. 2. No imponer a nadie la verdad y apelar más bien a la libertad. 3. Tratar de infundir alegría, estímulo y vitalidad. 4. Ofrecer un conjunto íntegro y armonioso de doctrinas y actitudes. Para ello hace falta adquirir algunas habilidades, como apertura al diálogo, paciencia y acogida cordial a la persona (EG 165).
CATEQUESIS Y MORAL
Según el Papa, toda catequesis es un anuncio de la Palabra de Dios. Pero este anuncio ha de ser cuidadosamente preparado. De hecho, necesita apelar a algunas condiciones pedagógicas que motiven a la persona, recuperar la estima de la belleza, y emplear un nuevo lenguaje parabólico, así como nuevos signos y símbolos que digan realmente algo a la persona en el momento cultural actual (EG 166-167).
Es interesante ver que en esta Exhortación el Papa Francisco no se olvida de mencionar el contenido moral de la catequesis ni el modo de transmitirlo: “conviene manifestar siempre el bien deseable, la propuesta de vida, de madurez, de realización, de fecundidad”. La moral no puede reducirse a condenas y reprimendas. Solo si somos custodios del bien y de la belleza del Evangelio, podremos denunciar la presencia del mal (EG 168).
De acuerdo con la enseñanza secular de la moral, hemos de reconocer la maldad objetiva de las acciones humanas, pero no podemos emitir un juicio sobre la responsabilidad y la culpabilidad de una persona. La experiencia de nuestra propia debilidad nos llevará a ser más pacientes y compasivos con los demás (EG 172).
LA ALEGRÍA DEL EVANGELIO-5
EL ANUNCIO DEL EVANGELIO
En el capítulo tercero de su
exhortación apostólica La
alegría del Evangelio (EG),
el Papa Francisco afronta la urgencia de anunciar el Evangelio y proclamar de
forma explícita que Jesús es el Señor.
Es importante señalar que esta tarea
corresponde a todo el pueblo de Dios, iluminado y alentado por la gracia.
“Nadie se salva solo, esto es, ni como individuo aislado ni por sus propias
fuerzas” (EG 113). También los que se sientes solos pueden llegar a ser parte
de este pueblo, llamado a ser “fermento de Dios en medio de la humanidad” y “el
lugar de la misericordia gratuita, donde todo el mundo puede sentirse acogido,
amado, perdonado y alentado a vivir según la vida buena del Evangelio” (EG
114).
PUEBLO DE DIOS Y CULTURAS
Ahora bien, el pueblo de Dios se
encarna en los pueblos de la tierra, dotados cada uno de su cultura, que,
llegado el momento, es fecundada por el Espíritu Santo con la fuerza
transformadora del Evangelio. De esa forma “el Espíritu Santo embellece a la
Iglesia, mostrándole nuevos aspectos de la Revelación y regalándole un nuevo
rostro” (EG 116).
En este contexto, el Papa subraya
siete puntos importantes sobre la relación entre el Evangelio y la cultura de
los diversos países:
• “La diversidad cultural no amenaza
la unidad de la Iglesia”, sino que la enriquece.
• El mensaje cristiano no se
identifica con ninguna cultura concreta de antes o de ahora.
• Sacralizar vanidosamente la propia
cultura puede llevar a un fanatismo (EG 117).
• “Una sola cultura no agota el misterio
de la redención de Cristo” (EG 118).
• La cultura es dinámica y se recrea
continuamente, así que un pueblo recibe y transmite la fe con expresiones
siempre nuevas de piedad popular (EG 122-123).
• La piedad popular es fruto del
Evangelio inculturado y tiene una fuerza activamente evangelizadora que es
preciso alentar y fortalecer (EG 124-126).
• El anuncio del Evangelio a la
cultura implica también un anuncio a las culturas profesionales, científicas y
académicas” (EG 132).
LA ALEGRÍA DEL EVANGELIO-4
TENTACIONES DE LOS AGENTES PASTORALES
En su exhortación apostólica La alegría del Evangelio (EG),
el Papa Francisco se detiene a contemplar la misión de los discípulos
misioneros, llamados a anunciar el Evangelio de Jesucristo. Es cierto que
reconoce los pecados de algunos miembros de la Iglesia, pero encuentra también
muchos gestos asombrosos que merecen un aplauso universal.
Hoy está de moda desprestigiar no sólo a la Iglesia como institución, sino
incluso a la misma fe cristiana como ideal de vida y de sociedad. En un escrito
brillante y vigoroso, que tituló “Por qué no podemos dejar de decirnos
cristianos”, el filósofo Benedetto Croce expone los valores fundamentales que
el mundo debe al cristianismo.
Pues bien, también el Papa Francisco nos recuerda algunos de los beneficios
y servicios que comporta la fe. En efecto, hay “cristianos que dan la vida por
amor: ayudan a tanta gente a curarse o a morir en paz en precarios hospitales,
o acompañan personas esclavizadas por diversas adicciones en los lugares más
pobres de la tierra, o se desgastan en la educación de niños y jóvenes, o
cuidan ancianos abandonados por todos, o tratan de comunicar valores en
ambientes hostiles, o se entregan de otras muchas maneras que muestran ese
inmenso amor a la humanidad que nos ha inspirado el Dios hecho hombre” (EG 76).
CUATRO SEÑALES DE ALERTA
Sin embargo, este servicio al Evangelio no está libre de heridas y
cicatrices. A quien lee esta exhortación, le llaman poderosamente la
atención algunas tentaciones que según el Papa afectan hoy a los agentes
pastorales y a los mensajeros del Evangelio:
• La acedia egoísta que amenaza tanto a los laicos como a los sacerdotes.
Puede tener varias causas: soñar proyectos irrealizables y no vivir con ganas
lo que se puede hacer; pretender que las soluciones lluevan del cielo; apegarse
a proyectos o sueños de éxitos imaginados por la vanidad; perder el contacto
real con el pueblo; no saber esperar (EG 82).
• El pesimismo estéril, que brota de “la conciencia de derrota que nos
convierte en pesimistas quejosos y desencantados con cara de vinagre” (EG 85).
Y, sin embargo, no podemos permitir que alguien muera de sed. En el desierto
espiritual que nos ahoga a veces, “estamos llamados a ser personas-cántaros
para dar de beber a los demás” (EG 86).
• La mundanidad espiritual, que consiste en “buscar la gloria humana y el
bienestar personal, en lugar de la gloria del Señor” (EG 93). Esta oscura
mundanidad se manifiesta en el orgullo por las obras realizadas y aun en el
cuidado por la liturgia, la doctrina y el prestigio de la Iglesia sin una
preocupación por llevar el Evangelio a la vida de las gentes. (EG 95).
• La guerra dentro del Pueblo de Dios y en las distintas comunidades, por
miedo a que otros “se interponen en nuestra búsqueda de poder, prestigio,
placer o seguridad económica” (EG 98). Se puede caer en “formas de odio,
divisiones, calumnias, difamaciones, venganzas, celos, deseos de imponer las
propias ideas” (EG 100) y olvidar la ley del amor (EG 101).
LA ALEGRÍA DEL EVANGELIO-6
EL PREDICADOR Y EL PUEBLO DE DIOS
En el capítulo tercero de su
exhortación apostólica La
alegría del Evangelio (EG),
el Papa Francisco dedica un amplio espacio a la homilía. En primer lugar, por
ser ésta “la piedra de toque para evaluar la cercanía y la capacidad de
encuentro de un pastor con su pueblo”. Y, en segundo lugar, porque la
predicación de la homilía “puede ser una intensa y feliz experiencia del
Espíritu, un reconfortante encuentro con la Palabra, una fuente constante de
renovación y de crecimiento” (EG 135).
La proclamación de la Palabra de Dios
en la liturgia es muy importante. De hecho, constituye un verdadero diálogo
entre Dios y su pueblo. Ahora bien, la homilía continúa y profundiza ese
diálogo. Por eso, “el que predica debe reconocer el corazón de su comunidad
para buscar dónde está vivo y ardiente el deseo de Dios, y también dónde ese
diálogo, que era amoroso, fue sofocado o no pudo dar fruto” (EG 137).
Es verdad que la homilía no puede ser
un espectáculo entretenido, pero debe dar fervor y sentido a la celebración. En
su brevedad ha de orientar a la asamblea y al predicador a una sincera comunión
con Cristo en la Eucaristía, que transforme la vida. La homilía recuerda
al pueblo de Dios que la Iglesia le habla como una madre que habla a su hijo
(EG 138-139).
FUEGO EN EL CORAZÓN
Los discípulos que habían caminado
hasta Emaús, después de compartir el pan con su acompañante, confiesan
que al oír las palabras de Jesús habían sentido arder sus corazones. Toda
celebración litúrgica es un diálogo entre Dios y su pueblo. El Papa dice que
“el Señor se complace de verdad en dialogar con su pueblo y al predicador le
toca hacerle sentir a su gente este gusto del Señor (EG 141).
Ahora bien, no todo el diálogo depende
del predicador. También el pueblo de Dios tiene que poner algo de su parte.
“Durante el tiempo que dura la homilía, los corazones de los creyentes hacen
silencio y lo dejan hablar a Él” (EG 143). Es más todo cristiano puede y debe
continuar la homilía con la “lectio divina” o lectura espiritual de la Palabra
y preguntarse qué le dice a él ese texto bíblico (EG152-153).
Es verdad que el Señor y su pueblo se
hablan de mil maneras, pero a través de la homilía la palabra de Dios se hace
cercana y concreta. De hecho, el predicador “es un contemplativo de la Palabra
y también un contemplativo del pueblo” (EG 154). Ha de amar, conocer y estudiar
la Palabra de Dios. Y ha de intentar descubrir las aspiraciones, las riquezas y
los límites de la comunidad a la que se dirige.
MENSAJE DE ESPERANZA
En su exhortación “La Alegría del
Evangelio” el Papa Francisco dirige al predicador un buen manojo de indicaciones
muy concretas sobre la predicación. Por el respeto que merece, ha de dedicarle
un tiempo prolongado de estudio, oración, reflexión y creatividad pastoral.
Sería una irresponsabilidad no prepararse adecuadamente a tan alto ministerio
(EG 145).
El predicador ha de acercarse a la
Palabra de Dios con un corazón dócil y lleno de amor (EG 149). Además, “quien
quiera predicar, primero debe estar dispuesto a dejarse conmover por la Palabra
y a hacerla carne en su existencia concreta”. Ha de “aceptar ser herido por esa
Palabra que herirá a los demás” (EG 150).
El predicador ha de esforzarse por
decir mucho en pocas palabras, además, ha de usar imágenes atractivas,
acompañadas de un lenguaje claro y sencillo. Y siempre, entregando su mensaje
en un discurso lógico y ordenado (EG 156-158).
Pero, sobre todo, su lenguaje ha de
ser positivo. El buen predicador no se limita a decir lo que no hay que hacer,
sino que propone lo que se puede hacer mejor. “Una predicación positiva siempre
da esperanza, orienta hacia el futuro, no nos deja encerrados en la
negatividad” (EG 159).
Esperemos que tanto el predicador como
los fieles se esfuercen en colaborar, cada uno con su responsabilidad y sus
carismas, para que la Palabra de Dios produzca buenos frutos en los
creyentes, en la Iglesia y en el mundo.
José-Román Flecha Andrés
Publicado
en la revista “Mensajero Seráfico”
Acción de gracias llena de dolor
verano. He seguido, y lo sigo haciendo, con inquietud, preocupación y dolor las noticias que llegan de Irak. No es el único lugar donde suceden estas atrocidades, limpieza étnica y religiosa, Tal vez su posición en el tablero geopolítico y su protagonismo en los últimos años, hacen de Irak un objetivo de los medios de comunicación. Lo cierto es que hay lugares de África, como República Centroafricana o Nigeria, donde estos actos vienen siendo constantes. Parece que África no consigue entrar en los periódicos si no es por un mundial de fútbol o la “primavera árabe” de los países más “occidentalizados”.
La carta a los Tesalonicenses es una llamada a mirar a estos hermanos nuestros, perseguidos y masacrados, y dar gracias a Dios por ellos. Es su fe la que hoy nos sostiene a todos. Es su sacrificio el que alimenta la Iglesia de hoy y de mañana. Como dice la Palabra “es deber nuestro dar gracias”.
Un sentimiento difícil de manejar presento hoy ante el Padre. ¡Me resulta tan fácil dar gracias por estos hermanos mirando su martirio desde lejos! ¡Me parece hasta inhumano, hasta frívolo! Ver cómo mueren, cómo acaban con sus vidas… y luego dar gracias en mi oración, sin más… me cuesta tragarlo Padre. ¡¿Dónde estás?! ¡¿Por qué no acudes al auxilio de estos hijos tuyos?! ¡¿Es necesario todo este sufrimiento?! A la par me siento un privilegiado, alguien que no puede albergar la queja en su boca ni en su corazón. Como padre, además, siento que dar gracias a Dios cada mañana es de los mejores legados que puedo dejarles a mis hijos.
Se acaba el verano y todo vuelve a su cauce, al menos para algunos. Otros hermanos simplemente miran al cielo y luchan por sobrevivir un día más…
QUÉ DECIMOS NOSOTROS
También hoy nos dirige Jesús a los cristianos la misma pregunta que hizo un día a sus discípulos: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?”. No nos pregunta solo para que nos pronunciemos sobre su identidad misteriosa, sino también para que revisemos nuestra relación con él. ¿Qué le podemos responder desde nuestras comunidades?
¿Conocemos cada vez mejor a Jesús, o lo tenemos “encerrado en nuestros viejos esquemas aburridos” de siempre? ¿Somos comunidades vivas, interesadas en poner a Jesús en el centro de nuestra vida y de nuestras actividades, o vivimos estancados en la rutina y la mediocridad?
¿Conocemos cada vez mejor a Jesús, o lo tenemos “encerrado en nuestros viejos esquemas aburridos” de siempre? ¿Somos comunidades vivas, interesadas en poner a Jesús en el centro de nuestra vida y de nuestras actividades, o vivimos estancados en la rutina y la mediocridad?
¿Amamos a Jesús con pasión o se ha convertido para nosotros en un personaje gastado al que seguimos invocando mientras en nuestro corazón va creciendo la indiferencia y el olvido? ¿Quienes se acercan a nuestras comunidades pueden sentir la fuerza y el atractivo que tiene para nosotros?
¿No sentimos discípulos y discípulas de Jesús? ¿Estamos aprendiendo a vivir con su estilo de vida en medio de la sociedad actual, o nos dejamos arrastrar por cualquier reclamo más apetecible para nuestros intereses? ¿Nos da igual vivir de cualquier manera, o hemos hecho de nuestra comunidad una escuela para aprender a vivir como Jesús?
¿Estamos aprendiendo a mirar la vida como la miraba Jesús? ¿Miramos desde nuestras comunidades a los necesitados y excluidos con compasión y responsabilidad, o nos encerramos en nuestras celebraciones, indiferentes al sufrimiento de los más desvalidos y olvidados: los que fueron siempre los predilectos de Jesús?
¿Seguimos a Jesús colaborando con él en el proyecto humanizador del Padre, o seguimos pensando que lo más importante del cristianismo es preocuparnos exclusivamente de nuestra salvación? ¿Estamos convencidos de que el modo de seguir a Jesús es vivir cada día haciendo la vida más humana y más dichosa para todos?
¿Vivimos el domingo cristiano celebrando la resurrección de Jesús, u organizamos nuestro fin de semana vacío de todo sentido cristiano? ¿Hemos aprendido a encontrar a Jesús en el silencio del corazón, o sentimos que nuestra fe se va apagando ahogada por el ruido y el vacío que hay dentro de nosotros?
¿Creemos en Jesús resucitado que camina con nosotros lleno de vida? ¿Vivimos acogiendo en nuestras comunidades la paz que nos dejó en herencia a sus seguidores? ¿Creemos que Jesús nos ama con un amor que nunca acabará? ¿Creemos en su fuerza renovadora? ¿Sabemos ser testigos del misterio de esperanza que llevamos dentro de nosotros?
LA ALEGRÍA DEL EVANGELIO 3
ANUNCIAR EL AMOR DE DIOS
En su exhortación apostólica La
alegría del Evangelio, el Papa Francisco nos recuerda una verdad que
debería ser evidente: “La evangelización obedece al mandato misionero de
Jesús”, como recuerda el evangelio de Mateo: “Id y haced que todos los pueblos
sean mis discípulos” (Mt 28, 19).
La evangelización no nace de un deseo
de la Iglesia, que decide conquistar, imponer, o adoctrinar al mundo, como a
veces se nos dice. Es el Señor Resucitado quien la invita a salir a la calle
para llevar el mensaje de la verdad (EG 19)..
Este dinamismo de salida, que
Dios quiere provocar en los creyentes” (EG 20), ya llevó a. Abraham, Moisés y
Jeremías a salir de su ambiente. La alegría es un signo de que el Evangelio ha
sido anunciado y está dando fruto. Pero siempre tiene la dinámica del éxodo,
del don, del salir de sí, del caminar y sembrar siempre de nuevo, siempre más
allá” (EG 21).
Es vital que la Iglesia salga a
anunciar el Evangelio a todos, “sin demoras, sin asco y sin miedo” (EG 23). La
evangelización requiere “primerear, involucrarse, acompañar, fructificar y
festejar” (EG 24). Primerear es adelantarse y salir al encuentro, buscar a los
alejados. En este contexto, repite el Papa la necesidad de que los
evangelizadores tengan “olor a oveja”.
RENOVACIÓN, CONVERSIÓN Y REFORMA
Citando a Pablo VI en la
encíclica Ecclesiam suam (n.3), el Papa Francisco afirma que,
para llevar a cabo la evangelización, se necesita una urgente renovación,
conversión y reforma de la Iglesia. Según el Concilio, esta renovación de la
Iglesia consiste en el aumento de la fidelidad a su vocación (EG 26).
El Papa incluye una frase que recuerda
el gran sueño de Martín Luther King: “Sueño con una opción misionera capaz de
transformarlo todo, para que las costumbres, los estilos, los horarios, el
lenguaje y toda estructura eclesial se convierta en un cauce adecuado para la
evangelización del mundo actual más que para la autopreservación” (EG 27).
Esta renovación ha de afectar a las
parroquias, comunidades y movimientos (EG 28-29), a las diócesis (EG 30-31) y
hasta a la misma concepción y ejercicio del papado (EG 32). “La pastoral en
clave de misión pretende abandonar el cómodo criterio pastoral del siempre
se ha hecho así (EG 33). Ello exigirá revisar los fines y los medios
adecuados.
LA ALEGRÍA DEL EVANGELIO 2
ANUNCIAR EL
AMOR DE DIOS
En su exhortación apostólica La alegría del Evangelio, el Papa
Francisco nos recuerda una verdad que debería ser evidente: “La evangelización
obedece al mandato misionero de Jesús”, como recuerda el evangelio de Mateo:
“Id y haced que todos los pueblos sean mis discípulos” (Mt 28, 19).
La evangelización no nace de un deseo de la Iglesia, que decide conquistar,
imponer, o adoctrinar al mundo, como a veces se nos dice. Es el Señor
Resucitado quien la invita a salir a la calle para llevar el mensaje de la
verdad (EG 19)..
Este dinamismo de salida, que Dios quiere provocar en los
creyentes” (EG 20), ya llevó a. Abraham, Moisés y Jeremías a salir de su
ambiente. La alegría es un signo de que el Evangelio ha sido anunciado y está
dando fruto. Pero siempre tiene la dinámica del éxodo, del don, del salir de
sí, del caminar y sembrar siempre de nuevo, siempre más allá” (EG 21).
Es vital que la Iglesia salga a anunciar el Evangelio a todos, “sin
demoras, sin asco y sin miedo” (EG 23). La evangelización requiere “primerear,
involucrarse, acompañar, fructificar y festejar” (EG 24). Primerear es
adelantarse y salir al encuentro, buscar a los alejados. En este contexto,
repite el Papa la necesidad de que los evangelizadores tengan “olor a oveja”.
RENOVACIÓN, CONVERSIÓN Y REFORMA
Citando a Pablo VI en la encíclica Ecclesiam suam (n.3),
el Papa Francisco afirma que, para llevar a cabo la evangelización, se necesita
una urgente renovación, conversión y reforma de la Iglesia. Según el Concilio,
esta renovación de la Iglesia consiste en el aumento de la fidelidad a su
vocación (EG 26).
El Papa incluye una frase que recuerda el gran sueño de Martín Luther King:
“Sueño con una opción misionera capaz de transformarlo todo, para que las
costumbres, los estilos, los horarios, el lenguaje y toda estructura eclesial
se convierta en un cauce adecuado para la evangelización del mundo actual más
que para la autopreservación” (EG 27).
Esta renovación ha de afectar a las parroquias, comunidades y movimientos
(EG 28-29), a las diócesis (EG 30-31) y hasta a la misma concepción y ejercicio
del papado (EG 32). “La pastoral en clave de misión pretende abandonar el
cómodo criterio pastoral del siempre se ha hecho así (EG 33).
Ello exigirá revisar los fines y los medios adecuados.
LA ALEGRÍA DEL EVANGELIO 1
LA PROPUESTA CRISTIANA NO ENVEJECE
“La alegría del Evangelio llena el
corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús”. Así comienza la
exhortación apostólica del Papa Francisco sobre la nueva evangelización (EG).
En ella el Papa recoge las sugerencias
de los obispos que participaron en el Sínodo que se celebró en Roma en octubre
de 2012. Pero, sobre todo, traza todo un programa de ideales y estrategias para
orientar a la Iglesia a salir a la calle con el anuncio del Evangelio.
Ya desde el primer momento, afirma que
quienes se dejan salvar por Jesús son liberados del pecado, de la tristeza, del
vacío interior y del aislamiento. “Con Jesús siempre nace y renace la alegría”
(EG 1). Esta afirmación puede parecer pretenciosa a los que presumen de haber
encontrado la alegría en las mil diversiones que oferta nuestro mundo. Pero el
documento papal ignora el rebrillo de los anuncios comerciales.
Es más, se atreve a señalar tres
manantiales de los que brota la tristeza de nuestra generación: “El gran riesgo
del mundo actual, con su múltiple y abrumadora oferta de consumo, es una
tristeza individualista que brota del corazón cómodo y avaro, de la búsqueda
enfermiza de placeres superficiales, de la conciencia aislada” (EG 2).
Lamentablemente, también muchos
creyentes se ven atrapados en esas redes de la tristeza. Por eso “se convierten
en seres resentidos, quejosos, sin vida”. Pero ese no es el deseo de Dios. “Esa
no es la vida en el Espíritu, que brota del Corazón de Cristo resucitado”.
EL MENSAJE BÍBLICO
Tras esta breve mirada a la realidad
actual, el Papa recuerda algunos textos de los profetas de Israel, como Isaías,
Zacarías y Sofonías, que anunciaban los tiempos del Mesías como una era marcada
por el sello de la alegría. “Es la alegría que se vive en medio de las pequeñas
cosas de la vida cotidiana, como respuesta a la afectuosa invitación de nuestro
Padre Dios: Hijo en la medida de tus posibilidades, trátate bien (…) No te
prives de pasar un buen día” (Sir 14,11.14).
Más frecuentes aún son las invitaciones
del Evangelio a vivir en la alegría. La alegría es la palabra con la que el
ángel Gabriel saluda a María. La alegría impregna el canto de María cuando
visita a Isabel. Jesús mismo se llena de alegría frente a sus discípulos. Y su
mensaje ha de ser fuente de gozo para ellos.
Según el libro de los Hechos de los
Apóstoles, la alegría refleja el buen espíritu de las primeras comunidades
cristianas, aun en momentos de persecución. La fe y el bautismo son fuente de
alegría, tanto para el eunuco que encuentra Felipe, como para el carcelero de
Filipos que escucha asombrado a Pablo y a Silas (EG 5).
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