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LA GENTE BUENA



Hoy quiero dedicar unas líneas a la gente buena. No me refiero a la buena gente, es decir, todos aquellos con quienes nos cruzamos cada día o tenemos algún encuentro casual y que hacen la vida más fácil con su amabilidad y su simpatía. De esta buena gente, gracias a Dios, no falta.

Hoy, sin embargo, quiero hacer un homenaje a la gente buena, es decir, a aquellos que, por su compromiso de vida, por sus gestos y sus detalles, por su manera de sentir, de mirar y de caminar por la vida apuntan a algo más sublime, quizá a algo que les sobrepasa a ellos mismos. Por ejemplo, aquel que renuncia a un puesto de trabajo que cualquiera quisiera para sí para dedicarse a algo más vocacional y que ayudará a más personas aun cobrando mucho menos; la que atraviesa medio mundo −literal−por acompañar los momentos importantes −bodas y funerales− de su gente cuando todo el mundo entendería que no viniera; el que abre las puertas de su casa para acoger a otro que se ha quedado en la calle y pasadas unas semanas no se le nota ni que está incómodo con su intimidad invadida ni que está haciendo un favor.

Gestos pequeños que dejan entrever un corazón grande. Detalles gratuitos que son impagables para quien los recibe. Muestras de bondad que apuntan más allá de la persona. Y es que esta gente buena nos abre los ojos: Dios nos cuida a través de sus gestos desinteresados. Sólo queda agradecer y hacerse pequeño. Con estos detalles sencillos, una vez más, se derrumban nuestros cálculos de «esto te he entregado, esto espero recibir» y los desenfoques sobre nuestra figura en los que nos colocamos más arriba o más abajo del lugar que nos corresponde. Porque de esta gente buena recibimos algo inesperado e inmerecido y porque, reconozcámoslo, nos dan mil vueltas.

Sus nombres deberían estar escritos en una placa para ser recordados. Y si bien raras veces obtendrán un reconocimiento público, al menos sus nombres deberían estar bien grabados en un lugar donde podamos nosotros mirar de vez en cuando. Porque la gente buena sostiene el mundo o, más modestamente, nos sostiene a nosotros. Cada vez que nuestra fe tiemble, que nos sintamos solos, que desconfiemos del género humano o que comprobemos que es posible darnos un poquito más, deberíamos volver la vista a esos nombres para reconocer que Dios ya nos amó primero y que espera de nosotros que también nos entreguemos con bondad.

Vaya, pues, este homenaje agradecido a la gente buena al que, estoy seguro, muchos de los que lo han leído se querrán apuntar.

APRENDIZAJES DE UN DIACONO RECIEN ORDENADO



Fui ordenado diácono hace alrededor de tres meses. Sentándome a hacer memoria, lo primero que recuerdo no es la fecha de mi ordenación –de hecho tuve que mirar la agenda–; lo primero que recuerdo de aquel día es el dolor de cara que tenía de tanto sonreír. Sonrisa que verdaderamente no me entraba en el rostro, sonrisa desbordante, y tal vez por eso los calambres de cara... Sonrisa que descubría la experiencia interior de verdadera fiesta, la gratitud a Dios por sorprender mi vida con una misión inimaginable, la gratitud a tantos y tantas que acompañaron el camino y aquel día celebraban conmigo.

ESPÍRITU DE..., HUMOR



Si lo pruebas te cambia la vida. El lugar donde seguro habita Dios. El mejor regalo. Produce contagio y atracción. El síntoma evidente de una vida sanada. Lo que tiñe de confianza y seguridad a todo el que está alrededor. La opción para que los demás respiren, descansen. Abre brechas que acercan a Jesucristo. Requisito imprescindible es que ensanche horizontes, que sea compartido con otros y que, en ocasiones, te lo apliques a ti mismo. Acompaña a toda persona abierta que afronta el futuro con espaldas anchas donde caben otros. El termómetro del tiempo entregado, de un precio que se paga consciente, de una cruz bien llevada y que puede liberar a muchos. El lenguaje de la novedad, la oferta irrenunciable y, quizás, el desafío más necesario: recordar al mundo que Padre se dice sonriendo, que Hijo se pronuncia riendo y que es el rastro indiscutible de un Espíritu que sólo puede ser Santo.