1Pe 1,3-9
Jn 20,19-31
Todos se mantenían firmes en las enseñanzas de los
apóstoles, compartían lo que tenían y oraban y se reunían para partir el pan.
Todos estaban asombrados a causa de los muchos milagros y señales hechos por
medio de los apóstoles. Los que habían creído estaban muy unidos y compartían
sus bienes entre sí; vendían sus propiedades, todo lo que tenían, y repartían
el dinero según las necesidades de cada uno. Todos los días se reunían en el
templo, y partían el pan en las casas y comían juntos con alegría y sencillez
de corazón. Alababan a Dios y eran estimados por todos, y cada día añadía el
Señor a la Iglesia a los que iba llamando a la salvación.
1Pe 1,3-9
Alabemos al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que
por su gran misericordia nos ha hecho nacer de nuevo por la resurrección de
Jesucristo. Esto nos da una viva esperanza y hará que recibáis la herencia que
Dios os tiene guardada en el cielo, la cual no se puede destruir ni manchar ni
marchitar. Por la fe que tenéis en Dios, él os protege con su poder para que
alcancéis la salvación que tiene preparada y que dará a conocer en los tiempos
últimos. Por esta razón estáis llenos de alegría, aun cuando sea necesario que
durante un poco de tiempo paséis por muchas pruebas. Porque vuestra fe es como
el oro: su calidad debe ser probada por medio del fuego. La fe que resiste la
prueba vale mucho más que el oro, el cual se puede destruir. De manera que
vuestra fe, al ser así probada, merecerá aprobación, gloria y honor cuando
Jesucristo aparezca. Vosotros
amáis a Jesucristo aunque no le habéis visto. Ahora, creyendo en él sin haberle
visto, os alegráis al haber alcanzado la salvación de vuestras almas, que es la
meta de vuestra fe; y esa alegría vuestra es tan grande y gloriosa que no
podéis expresarla con palabras.
Jn 20,19-31
Al llegar la noche de aquel mismo
día, primero de la semana, los discípulos estaban reunidos y tenían las puertas
cerradas por miedo a los judíos. Jesús entró y, poniéndose en medio de los
discípulos, los saludó diciendo: “¡Paz a vosotros!”. Dicho esto, les mostró las
manos y el costado. Y ellos se alegraron de ver al Señor. Luego Jesús dijo de
nuevo: “¡Paz a vosotros! Como el Padre me envió a mí, también yo os envío a vosotros”.
Dicho esto, sopló sobre ellos y añadió: “Recibid el Espíritu Santo. A quienes
perdonéis los pecados, les quedarán perdonados; y a quienes no se los
perdonéis, les quedarán sin perdonar”. Tomás, uno de los doce discípulos, al
que llamaban el Gemelo, no estaba con ellos cuando llegó Jesús. Después le
dijeron los otros discípulos: “Hemos visto al Señor”. Tomás les contestó: “Si
no veo en sus manos las heridas de los clavos, y si no meto mi dedo en ellas y
mi mano en su costado, no lo creeré”. Ocho días después se hallaban los
discípulos reunidos de nuevo en una casa, y esta vez también estaba Tomás.
Tenían las puertas cerradas, pero Jesús entró, y poniéndose en medio de ellos
los saludó diciendo: “¡Paz a vosotros!”. Luego dijo a Tomás: “Mete aquí tu dedo
y mira mis manos, y trae tu mano y métela en mi costado. ¡No seas incrédulo,
sino cree!”. Tomás exclamó entonces: “¡Mi Señor y mi Dios!”. Jesús le dijo:
“¿Crees porque me has visto? ¡Dichosos los que creen sin haber visto!”. Jesús
hizo otras muchas señales milagrosas delante de sus discípulos, las cuales no
están escritas en este libro. Pero éstas se han escrito para que creáis que
Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en él”.
Preparación: El
Papa Juan Pablo II dedicó este domingo II de Pascua a la meditación sobre la
Divina Misericordia. Jesús resucitado no reprende a los discípulos que lo
habían abandonado. Les ofrece el don de su paz y les encarga la tarea de
transmitir en su nombre el perdón de los pecados.
Lectura: La
primera lectura nos ofrece un “sumario” de la vida de las primeras comunidades
cristianas. En él se subrayan los valores de la oración, la comunicación de
bienes y el amor que une a los hermanos. Por su parte, la primera carta de
Pedro recuerda los valores cristianos de la fe, la alegría y el amor. El
evangelio une dos apariciones de Jesús a sus discípulos. Los saluda con el
deseo de la paz y derrama sobre ellos el Espíritu. La figura de Tomás atrae
nuestra atención. También en este caso se resalta el valor de la fe.
Meditación: Se
suele calificar al apóstol Tomás como un incrédulo. Olvidamos que él es el
único de sus discípulos que se había mostrado dispuesto a subir con Jesús a Jerusalén y a morir con él si era
preciso (Jn 11,16). Ahora parece molesto
por dos razones. En primer lugar, porque Jesús se ha aparecido a los discípulos
precisamente cuando él estaba ausente. Y además, no comprende que los que no
estaban dispuestos a aceptar la muerte de Jesús se muestren tan decididos a
aceptar su resurrección. Tomás nos enseña que no hay resurrección sin muerte.
No hay victoria sin llagas. Ni para Cristo ni para su Iglesia.
Oración: “Dios
de misericordia infinita, que reanimas la fe de tu pueblo con el retorno anual
de las fiestas pascuales, acrecienta en nosotros los dones de tu gracia, para
que comprendamos menor la inestimable riqueza del bautismo que nos ha
purificado, del Espíritu que nos ha hecho renacer y de la sangre que nos ha
redimido”. Amén.
Contemplación: Muchos
pintores han representado la escena en la que Tomas toca las llagas de Jesús.
La escena se encuentra también en uno de los bajorrelieves del claustro del
monasterio de Silos. Hoy contemplamos a Jesús, que se hace presente en medio de
nosotros. Nos muestra las llagas que dan testimonio de su entrega por nosotros.
Nos desea la paz, como el mejor de los dones pascuales. Nos concede su perdón y
derrama sobre nosotros su Espíritu para hacernos a la vez receptores y
portadores de ese perdón. Nos consideramos dichosos y felices por haber llegado
a creer en él, a pesar de no haberlo visto en carne mortal.
Acción: Hoy
pedimos la gracia de acercarnos al sacramento de la reconciliación y recibir el
don de la paz y la misericordia de Dios.
José Román Flecha Andrés
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