LECTIO DIVINA -2º DOMINGO -A








Hch 2,42-47
1Pe 1,3-9
Jn 20,19-31
  
Todos se mantenían firmes en las enseñanzas de los apóstoles, compartían lo que tenían y oraban y se reunían para partir el pan. Todos estaban asombrados a causa de los muchos milagros y señales hechos por medio de los apóstoles. Los que habían creído estaban muy unidos y compartían sus bienes entre sí; vendían sus propiedades, todo lo que tenían, y repartían el dinero según las necesidades de cada uno. Todos los días se reunían en el templo, y partían el pan en las casas y comían juntos con alegría y sencillez de corazón. Alababan a Dios y eran estimados por todos, y cada día añadía el Señor a la Iglesia a los que iba llamando a la salvación.
1Pe 1,3-9
Alabemos al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que por su gran misericordia nos ha hecho nacer de nuevo por la resurrección de Jesucristo. Esto nos da una viva esperanza y hará que recibáis la herencia que Dios os tiene guardada en el cielo, la cual no se puede destruir ni manchar ni marchitar. Por la fe que tenéis en Dios, él os protege con su poder para que alcancéis la salvación que tiene preparada y que dará a conocer en los tiempos últimos. Por esta razón estáis llenos de alegría, aun cuando sea necesario que durante un poco de tiempo paséis por muchas pruebas. Porque vuestra fe es como el oro: su calidad debe ser probada por medio del fuego. La fe que resiste la prueba vale mucho más que el oro, el cual se puede destruir. De manera que vuestra fe, al ser así probada, merecerá aprobación, gloria y honor cuando Jesucristo aparezca. Vosotros amáis a Jesucristo aunque no le habéis visto. Ahora, creyendo en él sin haberle visto, os alegráis al haber alcanzado la salvación de vuestras almas, que es la meta de vuestra fe; y esa alegría vuestra es tan grande y gloriosa que no podéis expresarla con palabras.
Jn 20,19-31
Al llegar la noche de aquel mismo día, primero de la semana, los discípulos estaban reunidos y tenían las puertas cerradas por miedo a los judíos. Jesús entró y, poniéndose en medio de los discípulos, los saludó diciendo: “¡Paz a vosotros!”. Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Y ellos se alegraron de ver al Señor. Luego Jesús dijo de nuevo: “¡Paz a vosotros! Como el Padre me envió a mí, también yo os envío a vosotros”. Dicho esto, sopló sobre ellos y añadió: “Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedarán perdonados; y a quienes no se los perdonéis, les quedarán sin perdonar”. Tomás, uno de los doce discípulos, al que llamaban el Gemelo, no estaba con ellos cuando llegó Jesús. Después le dijeron los otros discípulos: “Hemos visto al Señor”. Tomás les contestó: “Si no veo en sus manos las heridas de los clavos, y si no meto mi dedo en ellas y mi mano en su costado, no lo creeré”. Ocho días después se hallaban los discípulos reunidos de nuevo en una casa, y esta vez también estaba Tomás. Tenían las puertas cerradas, pero Jesús entró, y poniéndose en medio de ellos los saludó diciendo: “¡Paz a vosotros!”. Luego dijo a Tomás: “Mete aquí tu dedo y mira mis manos, y trae tu mano y métela en mi costado. ¡No seas incrédulo, sino cree!”. Tomás exclamó entonces: “¡Mi Señor y mi Dios!”. Jesús le dijo: “¿Crees porque me has visto? ¡Dichosos los que creen sin haber visto!”. Jesús hizo otras muchas señales milagrosas delante de sus discípulos, las cuales no están escritas en este libro. Pero éstas se han escrito para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en él”.

Preparación: El Papa Juan Pablo II dedicó este domingo II de Pascua a la meditación sobre la Divina Misericordia. Jesús resucitado no reprende a los discípulos que lo habían abandonado. Les ofrece el don de su paz y les encarga la tarea de transmitir en su nombre el perdón de los pecados.

Lectura: La primera lectura nos ofrece un “sumario” de la vida de las primeras comunidades cristianas. En él se subrayan los valores de la oración, la comunicación de bienes y el amor que une a los hermanos. Por su parte, la primera carta de Pedro recuerda los valores cristianos de la fe, la alegría y el amor. El evangelio une dos apariciones de Jesús a sus discípulos. Los saluda con el deseo de la paz y derrama sobre ellos el Espíritu. La figura de Tomás atrae nuestra atención. También en este caso se resalta el valor de la fe.

Meditación: Se suele calificar al apóstol Tomás como un incrédulo. Olvidamos que él es el único de sus discípulos que se había mostrado dispuesto a subir con  Jesús a Jerusalén y a morir con él si era preciso (Jn 11,16).  Ahora parece molesto por dos razones. En primer lugar, porque Jesús se ha aparecido a los discípulos precisamente cuando él estaba ausente. Y además, no comprende que los que no estaban dispuestos a aceptar la muerte de Jesús se muestren tan decididos a aceptar su resurrección. Tomás nos enseña que no hay resurrección sin muerte. No hay victoria sin llagas. Ni para Cristo ni para su Iglesia. 

Oración: “Dios de misericordia infinita, que reanimas la fe de tu pueblo con el retorno anual de las fiestas pascuales, acrecienta en nosotros los dones de tu gracia, para que comprendamos menor la inestimable riqueza del bautismo que nos ha purificado, del Espíritu que nos ha hecho renacer y de la sangre que nos ha redimido”. Amén.

Contemplación: Muchos pintores han representado la escena en la que Tomas toca las llagas de Jesús. La escena se encuentra también en uno de los bajorrelieves del claustro del monasterio de Silos. Hoy contemplamos a Jesús, que se hace presente en medio de nosotros. Nos muestra las llagas que dan testimonio de su entrega por nosotros. Nos desea la paz, como el mejor de los dones pascuales. Nos concede su perdón y derrama sobre nosotros su Espíritu para hacernos a la vez receptores y portadores de ese perdón. Nos consideramos dichosos y felices por haber llegado a creer en él, a pesar de no haberlo visto en carne mortal.

Acción: Hoy pedimos la gracia de acercarnos al sacramento de la reconciliación y recibir el don de la paz y la misericordia de Dios.

                                                                      José Román Flecha Andrés

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