Se trata de hacer lo siguiente: cada vez que te encuentres irritado o enojado con alguien, a quien tienes que mirar es a ti, no a esa persona. Lo que tienes que preguntarte no es: “¿Qué le pasa a ese individuo?”, sino: “¿Qué pasa conmigo, que estoy tan irritado?”. Intenta hacerlo ahora mismo. Piensa en alguna persona cuya sola presencia te saque de quicio y formúlate a ti mismo esta dolorosa pero liberadora frase: “La causa de mi irritación no está en la persona, sino en mí mismo”.
Una vez dicho esto, trata de descubrir por qué y cómo se origina esa irritación. En primer lugar, considera la posibilidad, muy real, de que la razón por la que te molestan los defectos de esa persona, o lo que tú supones que lo son, es porque tú mismo tienes esos defectos; lo que ocurre es que los has reprimido, y por eso los proyectas inconscientemente en el otro. Esto sucede casi siempre, aunque casi nadie lo reconoce. Trata, pues, de descubrir los defectos de esa persona en tu propio interior, en tu mente inconsciente, y tu irritación se convertirá en agradecimiento hacia dicha persona, que con su conducta te ha ayudado a desenmascararte
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