CADA DÍA SU AFÁN 5.7.2014

    EL ECO DEL CONGRESO EUCARÍSTICO 

En España se han celebrado tres Congresos Eucarísticos Internacionales. El celebrado en Madrid en el año 1911 nos dejó como herencia el precioso himno “Cantemos al amor de los amores”, que resuena con fuerza en todos los países de lengua hispana.
El celebrado en Barcelona en 1952 tuvo una importancia enorme, al mostrar al mundo que esta tierra estaba decidida a tirar ante las plantas del Señor las armas de la guerra, como se cantaba en el himno oficial de aquel encuentro.
El celebrado en Sevilla, al conmemorar el V centenario de la llegada de las naves de Colón a unas tierras insospechadas, nos invitaba a todos a imaginar una nueva comunidad de pueblos que comparten raíces de cultura y de fe. 
Pero junto a esos grandes congresos eucarísticos, hemos tenido ocasión de celebrar otros congresos eucarísticos nacionales que no pueden ser olvidados. Ahora se cumplen 50 años del VI Congreso Eucarístico Nacional, celebrado en León en julio de 1964.
Colocado en el marco del Concilio Vaticano II, aquel congreso trajo a toda España el aire del nuevo Pentecostés que había soñado el papa San Juan XXIII. Y transmitió a la sociedad española la confianza y el afecto que le profesaba el nuevo Papa Pablo VI, tan denigrado entonces por algunas voces interesadas en presentarlo como enemigo de España.

El legado pontificio para aquel congreso fue al arzobispo de Lima, cardenal Juan Landázuri Rickets. Fue elegido para esta misión, en cuanto sucesor en la sede episcopal de Santo Toribio de Mogrovejo, natural de Villaquejida, perteneciente ahora a la diócesis de León. Aquel franciscano, dotado de un lenguaje exquisito y de una capacidad admirable para acercarse al pueblo de Dios, cautivó a todos desde el primer momento.
El Congreso propició numerosas iniciativas de estudio como la II Semana Nacional de Arte Sacro o el Congreso de Espiritualidad Hispanoamericana. Fue, además, una ocasión para adquirir conciencia de la misión de los sacerdotes y religiosos. Y un espacio inolvidable para reafirmar eclesialmente la grandeza de la Eucaristía como centro y culmen de la vida de la Iglesia, según acababa de afirmar el Concilio en su constitución sobre la Liturgia.
Al celebrarse los 50 años de aquel evento surgen ante nosotros muchos interrogantes. Es hora de preguntarnos si las comunidades cristianas han aceptado la misión de ver la Eucaristía como un misterio que se ha de anunciar, celebrar y vivir, según  nos recordaba Benedicto XVI en su exhortación “El Sacramento del amor”.
Es también la hora de preguntarnos si estamos promoviendo una bien fundada e imaginativa formación vocacional y sacerdotal. 
Y es finalmente la hora de preguntarnos si la “comunión” con el Cuerpo y la Sangre de Cristo nos han llevado a promover la “comunión” fraterna, generosa y solidaria con los hermanos que pasan hambre, que carecen de trabajo o que sufren las heridas de una desigualdad hiriente y humillante.

José-Román Flecha Andrés




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