Cuando uno carece de lo más básico para vivir apenas ansía otra cosa que sobrevivir. Sin embargo, cuando se satisfacen esas necesidades básicas empezamos a desarrollar otros deseos superiores. Es lo que decimos en lenguaje corriente “tener mejor calidad de vida”. A ello se refería A. Maslow cuando hablaba de la jerarquía de necesidades. Diríamos que, una vez adquirido cierto nivel de bienestar, por otra parte, muy vapuleado en estos tiempos de crisis, pedimos a la vida algo más que nos procure valores más altos, “posmaterialistas”, si se me permite la expresión: más tiempo para el ocio y la cultura, relaciones humanas satisfactorias, mejores condiciones de salud, etc.
La expresión “calidad de vida” viene a decir que la vida no se llena plenamente con la pura subsistencia. Prueba de ello es que siempre ha habido personas capaces de sacrificar su propia vida por valores que consideran más altos. Solo los seres humanos aspiramos a una vida que consideramos buena, digna, valiosa, dotada de sentido. Parece que la “calidad de vida” alude a una aspiración que tenemos de buscar siempre “lo mejor”. J.A. Marina decía que el hombre tiene una especie de “vaciado de infinito” que ninguna realidad humana puede calmar del todo, porque es la huella del Infinito del que procede y al que no puede dejar de aspirar.
Los filósofos de la antigüedad hablaban de la búsqueda del Bien sin límites como algo hacia lo cual tiende el hombre de manera natural y E.M. Cioran se refiere a la “manía de lo mejor”. Parece que no podemos liberarnos de la manía de aspirar siempre a algo más. Es la permanente búsqueda de la felicidad, que siempre se nos va de las manos. Los cristianos, como todas las demás personas, tampoco estamos libres de esa manía, ni creemos que Dios viene a liberarnos de esas aspiraciones profundas sino a darles respuesta. Eso es la Esperanza.
Jesús Moreno Ramos
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