Saliste, Señor, en la madrugada de la historia a buscar obreros para tu viña.
Y dejaste la plaza vacía –sin paro-, ofreciendo a todos trabajo y vida
-salario, dignidad y justicia-
Saliste a media mañana, saliste a mediodía y a primera hora de la tarde
volviste a recorrerla entera.
Saliste, por fin, cuando el sol declinaba,
y a los que nadie había contratado te los llevaste a tu viña,
porque se te revolvieron las entrañas viendo tanto trabajo en tu hacienda,
viendo a tantos parados que querían trabajo
-salario, dignidad y justicia-
y estaban condenados todo el día a no hacer nada.
Al anochecer cumpliste tu palabra.
A todos diste salario digno y justo,
según el corazón y las necesidades te dictaban.
Quienes menos se lo esperaban fueron los primeros en ver sus manos llenas;
y aunque algunos murmuraron, no cambiaste tu política evangélica.
Señor, sé, como siempre, justo y generoso, compasivo y rico en misericordia,
enemigo de prejuicios y clases, y espléndido en tus dones.
Gracias por darme trabajo y vida, dignidad y justicia a tu manera... no a la mía.
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