TENTACIONES DE LOS AGENTES PASTORALES
En su exhortación apostólica La alegría del Evangelio (EG),
el Papa Francisco se detiene a contemplar la misión de los discípulos
misioneros, llamados a anunciar el Evangelio de Jesucristo. Es cierto que
reconoce los pecados de algunos miembros de la Iglesia, pero encuentra también
muchos gestos asombrosos que merecen un aplauso universal.
Hoy está de moda desprestigiar no sólo a la Iglesia como institución, sino
incluso a la misma fe cristiana como ideal de vida y de sociedad. En un escrito
brillante y vigoroso, que tituló “Por qué no podemos dejar de decirnos
cristianos”, el filósofo Benedetto Croce expone los valores fundamentales que
el mundo debe al cristianismo.
Pues bien, también el Papa Francisco nos recuerda algunos de los beneficios
y servicios que comporta la fe. En efecto, hay “cristianos que dan la vida por
amor: ayudan a tanta gente a curarse o a morir en paz en precarios hospitales,
o acompañan personas esclavizadas por diversas adicciones en los lugares más
pobres de la tierra, o se desgastan en la educación de niños y jóvenes, o
cuidan ancianos abandonados por todos, o tratan de comunicar valores en
ambientes hostiles, o se entregan de otras muchas maneras que muestran ese
inmenso amor a la humanidad que nos ha inspirado el Dios hecho hombre” (EG 76).
CUATRO SEÑALES DE ALERTA
Sin embargo, este servicio al Evangelio no está libre de heridas y
cicatrices. A quien lee esta exhortación, le llaman poderosamente la
atención algunas tentaciones que según el Papa afectan hoy a los agentes
pastorales y a los mensajeros del Evangelio:
• La acedia egoísta que amenaza tanto a los laicos como a los sacerdotes.
Puede tener varias causas: soñar proyectos irrealizables y no vivir con ganas
lo que se puede hacer; pretender que las soluciones lluevan del cielo; apegarse
a proyectos o sueños de éxitos imaginados por la vanidad; perder el contacto
real con el pueblo; no saber esperar (EG 82).
• El pesimismo estéril, que brota de “la conciencia de derrota que nos
convierte en pesimistas quejosos y desencantados con cara de vinagre” (EG 85).
Y, sin embargo, no podemos permitir que alguien muera de sed. En el desierto
espiritual que nos ahoga a veces, “estamos llamados a ser personas-cántaros
para dar de beber a los demás” (EG 86).
• La mundanidad espiritual, que consiste en “buscar la gloria humana y el
bienestar personal, en lugar de la gloria del Señor” (EG 93). Esta oscura
mundanidad se manifiesta en el orgullo por las obras realizadas y aun en el
cuidado por la liturgia, la doctrina y el prestigio de la Iglesia sin una
preocupación por llevar el Evangelio a la vida de las gentes. (EG 95).
• La guerra dentro del Pueblo de Dios y en las distintas comunidades, por
miedo a que otros “se interponen en nuestra búsqueda de poder, prestigio,
placer o seguridad económica” (EG 98). Se puede caer en “formas de odio,
divisiones, calumnias, difamaciones, venganzas, celos, deseos de imponer las
propias ideas” (EG 100) y olvidar la ley del amor (EG 101).
TRES SEÑALES DE DIRECCIÓN
Cuatro veces suena el “no” a estas tentaciones, siempre posibles y
siempre lamentables. Pero repitiendo el “sí”, el Papa nos exhorta a
emprender un camino positivo.
• Sí al desafío de una espiritualidad misionera. Hemos de superar el
desencanto, el complejo de inferioridad que nos lleva a ocultar que somos
cristianos, el relativismo y el actuar como si Dios no existiera, como si los
pobres no existieran, como si los demás no existieran. ¡No nos dejemos robar el
entusiasmo misionero! (EG 78-80).
• Sí a las relaciones nuevas que genera Jesucristo. Hemos de superar
nuestro egoísmo y nuestro individualismo enfermizo, que se reviste a veces de
un cierto consumismo espiritual. Es la hora de descubrir la experiencia
de la fraternidad, que no pueden proporcionarnos los aparatos más sofisticados.
¡No nos dejemos robar la comunidad! (EG 87-92).
• Sí a la presencia de los laicos, que “son simplemente la inmensa mayoría
del Pueblo de Dios”. Hemos de descubrir el inmenso aporte de la mujer en la
sociedad, responder a las inquietudes de los jóvenes, escuchar a los ancianos y
promover las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada. ¡”No nos dejemos
robar la fuerza misionera” (EG 102-109).
Estamos llamados a anunciar el Evangelio. Y a anunciarlo en este momento de
la historia. El Papa nos ayuda a realizar nuestro examen de conciencia sobre
nuestra pastoral y a recuperar el ardor de la vocación misional que comporta
nuestra fe.
José-Román Flecha Andrés
Publicado en la revista “Mensajero Seráfico”
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