“¿MI SUEÑO? UNA INSENSATEZ”


Un texto bíblico, del Antiguo Testamento (Si 34, 1b), nos dice que “los sueños dan alas a los insensatos”. Si es así, (Y la Sagrada Escritura no nos suele engañar) aquí nos hemos reunido unos cuantos “insensatos” dispuestos a bucear en el mar de la ensoñación. No sé a vosotros, pero a mí me encanta fiarme de los sueños persiguiendo al viento e intentando atrapar alguna que otra sombra (cf. Si34,2).
Cuando me puse a escribir este folio le di muchas vueltas a cómo contar mi sueño. No le atinaba, así que hice lo mejor que podía hacer, irme a soñar. Me tumbé y, como era lógico, no tardé en quedarme dormido. Aquel sueño me sacó de bastantes dudas. Ahora veréis. Me encontraba con un grupo de amigos, mochilas y material de escalada y montañismo. Con una semana por delante para escalar una pared y subir a una montaña sin nombre. A todos nos apasionaba la aventura y sabíamos que realizar aquella empresa suponía asumir todas sus consecuencias: riesgo, diálogo constante, dominio de las técnicas de aseguramiento...
Aún recuerdo la sensación de estar escalando aquella pared y de saber que alguien abajo estaba pendiente de cada movimiento mío para asegurarme con la cuerda. Dos días estuvimos subiendo y bajando, al tercero formamos una cordada dispuestos a conquistar la montaña sin nombre, unidos en ensamble, es decir, preparados a caminar todos a la vez unidos por las cuerdas. No os podéis imaginar la unión que da el esfuerzo y la lucha de aquellos días en semejante medio. Es impresionante la amistad y el afecto que surge al sobrellevar mutuamente nuestras cargas. Recuerdo emocionado la preocupación que tuvieron todos por mí, que era sin duda el más flojo del grupo. Debíamos subir todos, así que el grupo tuvo que esperarme más de una vez para que pudiera recuperar el aliento. El sueño no acababa en la cima de la montaña, así que no sé si conseguimos o no hacer cumbre.
No me extrañó mucho este sueño porque lo he tenido, despierto, más de una vez. Esta es la vida religiosa que sueño con vivir cada día. Un grupo de personas con el mismo ideal, que hacen surgir y van consolidando una amistad profunda preocupándose por el que más necesita. Cuando el primero de la cordada llega a un descansillo se asegura a sí mismo y asegura al siguiente para que llegue hasta donde él se encuentra; se preocupa no de si ha subido poco o mucho sino de que los demás también suban. Sueño con personas que viven la aventura de seguir a Jesús con todas sus consecuencias y asumen el riesgo de quererse. Sobran los cangrejos ermitaño, siempre hacia atrás y cerrados en sí mismos. Quiero una vida religiosa llena de diálogo y de afecto para superar los problemas juntos, porque la montaña es impredecible, cambia sin que te des cuenta, debes esperar siempre lo insospechado, a un día despejado y soleado le sigue una terrible tormenta, o aparece una avalancha. Quiero una vida religiosa atenta al que camina al lado para asegurarle con mi cuerda, ¿quién está libre en la montaña de resbalarse y caer, y llevarse a alguno consigo? El escalador permanece atento al paso del compañero porque en ello le va la vida a ambos. Y la vida religiosa es un jugarse la vida juntos. Y nos la jugamos en a montaña sin nombre, nos la jugamos en Dios, ¡en Cristo!
Ahora sé por qué en mi sueño no hacíamos cumbre, ¡porque en realidad no importa la cima! Caminamos en Cristo que es nuestra montaña y eso es lo que nos empuja a conocerle, a escalarle, a disfrutar de su paisaje.
Esta es la insensatez de mi sueño, unos escaladores de Dios y en Cristo; en la amistad de quererse día a día, de sufrir juntos llevándonos mutuamente, buscando en la alegría nuevas rutas para descender al valle de la necesidad, al valle de aquel que se queja del corazón, al valle de la propia limitación. Y esto no es un sueño, se va haciendo realidad en la medida en que ponemos todas nuestras fuerzas, medios e ilusiones en vivirlo.
Esta escalada no es para héroes; es para necios e insensatos. Y yo me alegro de ser uno de ellos.
Francisco Javier Monroy, agustino recoleto (Zaragoza)

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