SOMOS ENVIADOS... Y LIBRES

Libertad

El amor es lo que hace que una misma decisión esté bien tomada o no
Hoy nos ponemos en camino. Cuesta que muera la semilla. Cuesta perderlo todo para dar vida a muchos. No importa el silencio, ni lo oculto, ni el olvido de nuestros nombres. Dios no los olvida, no nos olvida. María ha guardado nuestras vidas para siempre en su corazón de Madre.


Ahora quiere enviarnos. Porque nos necesita en medio de los hombres que viven sin esperanza. Allí comienza el verdadero camino.
No quiere un club de autosantificación, de santos guardados y seguros. Quiere que entreguemos gratis lo que hemos recibido gratis. Quiere que vayamos allí donde reina la desorientación. 

¡Tantas personas que no saben qué tienen que hacer con sus vidas!¡Tantas personas encerradas en su egoísmo, deseando sólo realizar sus deseos, buscando lo que envidian, soñando lo que no tienen! ¡Cuántas personas perdidas que no reciben amor, que no dan amor! ¡Cuánta búsqueda infecunda, cuánta entrega sin sentido! 
Decía el Papa Francisco en el sínodo de la familia: «El peligro individualista y el riesgo de vivir en clave egoísta son relevantes. Una afectividad narcisista, inestable y mutable que no ayuda a los sujetos a alcanzar una mayor madurez».
Dios ausente de tantas vidas. Por eso María nos necesita. Porque podemos llevar su Santuario en nuestra vida. Porque podemos hacer posible que Cristo nazca en muchos corazones. Depende de nosotros, de nuestro sí, de nuestro caminar. Dios necesita que le demos un sí sin reservas.
La llamada viene desde arriba y, como decía el Padre José Kentenich, por eso estamos tranquilos: «Hemos sido enviados desde lo alto, no desde abajo. No nos hemos enviado nosotros mismos. Sólo una idea nos da fuerzas: ¡Somos enviados! Esto hincha nuestras velas, nos da ánimo y voluntad para asumir este compromiso»[3].
Somos enviados para salir al mundo, para romper nuestros miedos y las barreras que nos separan. Para vencer los límites que nos imponemos y aspirar a las cumbres más altas.
La llamada viene desde el castillo de la montaña. Y desde allí bajamos a la vida. Somos enviados a dar lo que hemos vivido, lo recibido, lo rescatado de esta tierra sagrada. Somos enviados a entregar lo que somos y tenemos, no se nos pide más.
Las velas se hinchan con el viento de Dios al descubrir el ancho mar por el que navegamos. Nuestro barco va mar adentro, llevado por el viento del Espíritu, donde Dios nos quiera, como Él nos quiera, cuando Él nos necesite. Somos suyos. Somos propiedad de Dios. Su Santuario.
María nos llama, somos sus hijos. Dios quiere contar con nuestro amor. Necesita remeros libres que quieran seguir llevando el rostro de Dios.
El otro día pensaba en la inmadurez religiosa que hay a nuestro alrededor. Muchas personas necesitan tantos seguros para caminar. Se han acostumbrado a obedecer ciegamente. En eso son maestros.
Pero luego, cuando tienen que tomar decisiones propias, se ven incapaces. Se dejan llevar por la masa y necesitan aprobación desde arriba a todo lo que hacen, necesitan normas claras.
¡Qué importante es la formación adecuada de la conciencia! Decía el Padre Kentenich: «Nada puedo hacer con hombres masificados. Sólo con personas autónomas, hombres o mujeres; con personas capaces de formarse un juicio propio y defenderlo»[4].
Esta inquietud del Padre Kentenich sigue siendo hoy igual de acuciante. Hacen falta hombres, atados a Dios, a María, enamorados, capaces de tomar decisiones, de formarse un juicio y actuar en consecuencia. 
Si no lo logramos, si no forma María este tipo de hombres, estamos perdidos. Porque la corriente de la vida es muy fuerte, el tiempo que vivimos nos urge a formarnos, a vivir en Dios, consagrados por entero a Él

No hay comentarios:

Publicar un comentario