Is 2,1-5: “Venid subamos al
monte del Señor”
Mt 8,5-11: “Vendrán muchos de
Oriente y de Occidente”
DICIEMBRE 1
Al entrar en Cafarnaún, un
centurión romano se le acercó para hacerle un ruego. Le dijo: “Señor, mi
asistente está en casa enfermo, paralítico, sufriendo terribles dolores”. Jesús
le respondió: “Iré a sanarlo”. “Señor -le contestó el centurión-, yo no merezco
que entres en mi casa. Basta que des la orden y mi asistente quedará sanado.
Porque yo mismo estoy bajo órdenes superiores, y a la vez tengo soldados bajo
mi mando. Cuando a uno de ellos le digo que vaya, va; cuando a otro le digo que
venga, viene; y cuando ordeno a mi criado que haga algo, lo hace”. Al oír esto,
Jesús se quedó admirado y dijo a los que le seguían: “Os aseguro que no he
encontrado a nadie en Israel con tanta fe como este hombre. Y os digo que
muchos vendrán de oriente y de occidente, y se sentarán a la mesa con Abraham,
Isaac y Jacob en el reino de los cielos”.
Preparación: Hasta el día 16 de diciembre,
en la liturgia del Adviento se proclaman algunos textos del libro del profeta
Isaías. Esos textos determinan la selección del texto evangélico. La visión de
las gentes que suben hasta Jerusalén motiva hoy nuestra oración para que nos
mantengamos en el camino de la fe y la esperanza.
Lectura: El
profeta Isaías vivía en Jerusalén. Como vemos, imagina y espera la
peregrinación de los pueblos de la tierra que un día subirán a Jerusalén para
escuchar la palabra del Señor. Del monte Sión los gentiles recibirán la luz
para establecer las condiciones para la paz. Pues bien, según el evangelio un
militar, seguramente pagano, se acerca a Jesús para pedirle la curación de un
asistente suyo. Jesús alaba la fe de aquel extranjero que anticipa la gran
peregrinación de los pueblos gentiles que vislumbraba Isaías. Ante los
discípulos se abre la perspectiva de la universalidad de la salvación. Los
hijos de Abraham no son solamente los que tienen su sangre, sino los que
comparten su fe.
Meditación: Al celebrar los 500 años del nacimiento de Santa Teresa de Jesús recordamos unas
palabras suyas, que bien pueden aplicarse a nuestro tiempo: “Está tan muerta la
fe que creemos más lo que vemos que lo que ella nos dice”. El Adviento nos
recuerda que la esperanza no puede reducirse a un mero sentimiento. Esperar es
confiar. Y confiar es el fruto primero de la fe. En un tiempo de cansancio y de
crisis, hemos de volver nuestros ojos al Salvador. Y orar confiadamente. La
salvación sólo puede venir de él. Nos preocupa el dolor de la humanidad. Por
eso imploramos la misericordia del Señor. El amor se manifiesta en obras. Y
también en la seriedad de nuestra oración de intercesión, como nos indica el
Papa Francsico en la exhortación “La alegría del Evangelio”.
Oración: Señor Jesús, todos conocemos muchos
enfermos de cuerpo y de alma. Te recordamos la situación de nuestros hermanos
abatidos por la enfermedad y el desaliento. Y también la angustia de todos los
que son perseguidos tan sólo por ser cristianos. Confiamos en ti. Si nuestra fe
es escasa, tu misericordia es abundante.
Contemplación: Nuestra oración corre el
peligro de ser demasiado interesada. Casi
siempre llevamos a nuestra oración nuestras necesidades y deseos. También
nuestros intereses. El tiempo de Adviento nos invita a abrir el corazón a la
universalidad y a la solidaridad. Nuestra fe no puede tener fronteras. Como no
la tenía aquella esperanzada peregrinación de los pueblos que ya soñaba Isaías.
Acción: Hagamos hoy silencio para contemplar la
misericordia de Dios. Nuestra esperanza inspira hoy nuestra oración por las
personas que sufren. Las que están lejos
de nosotros y las que viven a nuestro lado. Que la oración nos lleve a proyectar compromisos concretos a
favor de los que tienen pocas razones para esperar.
José-Román Flecha Andrés
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