CADA DÍA SU AFÁN 12 de abril de 2015

                    VALORES Y DIGNIDAD HUMANA
Con mucha frecuencia se dice y se repite que los valores éticos de nuestra sociedad han cambiado radicalmente con el paso de los años. Es evidente que cambian también según los países y las culturas en los que se encarnan, se admiten o se rechazan. Ante esas constataciones, son muchos los que se preguntan si es posible hoy día una moral, una ética  universal. ¿Qué se puede responder a esas preguntas?
Con Ortega y Gasset, se puede decir que los valores éticos son objetivos y universales. Todo el mundo cree en el valor de la amistad o en el valor de la justicia. Lo que cambia es nuestra percepción de los mismos. En cada cultura habrá quien se pregunte quiénes son los verdaderos amigos y hasta dónde llega la justicia.
 Además, no son indiscutibles los criterios con los que establecemos una jerarquía entre los valores para colocarlos en un orden de prioridades. Ese proceso de jerarquización cambia con el tiempo y el lugar en los que vive la persona, según su cultura, su ideología y su familia. Pero cambian también a tenor de la edad y de los intereses de la misma persona.
Parece casi imposible alcanzar un acuerdo ético universal. No es fácil coincidir en la definición del bien y del mal, en la calificación de lo que es bueno o malo. Hoy padecemos las enormes diferencias existentes entre una ética musulmana y una ética cristiana. Los resultados de esa divergencia son dramáticos, como se demuestra casi todos los días.
Aun en el ámbito cristiano, constatamos alguna diversidad entre la ética protestante y la ética católica. Pero no hay que salir de nuestro propio recinto. Dentro de la familia católica, nuestros contrastes son a veces llamativos, por ejemplo en lo que se refiere a la ética matrimonial y familiar.
 Es evidente que los valores cristianos han de fundamentarse en la razón y en la fe. Pero la razón se casa con cualquiera, como ya decía Lutero. Y la moral de un católico coherente a veces no logra dialogar con la del creyente no practicante o la del practicante no creyente.



Defendemos el derecho a ser diferentes cuando nosotros tomamos las decisiones.  Pero apelamos a unos valores que deberían ser aceptados y defendidos por todos los ciudadanos, cuando no somos el sujeto agente sino el paciente.
Además, con demasiada frecuencia se deja ver nuestra incoherencia. Nos manifestamos en público cuando son asesinados unos dibujantes en París, pero nos quedamos tan tranquilos cuando son asesinados unos cristianos frente a una playa de Libia. ¿Es que no es igual para todos el valor de la vida humana?
Con razón en el mensaje para la Cuaresma del año 2015, el Papa Francisco nos ha invitado a superar la tentación de la indiferencia. No debemos ignorar la valía de los valores éticos. Porque no podemos ignorar la dignidad de la persona humana: la que pierde la vida en un accidente aéreo o la que  la va perdiendo en condiciones de pobreza y desamparo.
                                                     José-Román Flecha Andrés


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