LOS FRUTOS EN EL NUEVO TESTAMENTO
En el Nuevo Testamento la terminología de
los “frutos” tiene un significado inmediatamente espiritual: “Dad frutos de
penitencia”, pide el Bautista a los que acuden a escucharle (Mt 3,8; Lc 3,8).
En el evangelio de Mateo la palabra “fruto” alcanza una gran importancia (cf.
7, 16-20; 12,33; 21,43). El anuncio del
Bautista nos introduce en la dinámica del juicio de Dios que ya comienza a
realizarse en la historia.
También Jesús exhorta a sus discípulos a descubrir a los falsos
profetas. El criterio de discernimiento son sus obras. En ellas se revela la
verdad última de la persona y su fidelidad a la misión que le ha sido confiada.
1. Los evangelios sinópticos
La comunidad cristiana ha de apelar a la
metáfora del árbol y sus frutos para
discernir la sinceridad de los profetas. Para ello ha de prestar
atención a sus frutos, es decir a sus obras. Ése es el criterio que ofrece
Jesús: “Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos o
higos de los abrojos? Así, todo árbol bueno da frutos buenos, pero el árbol
malo da frutos malos. Un árbol bueno no puede producir frutos malos, ni un
árbol malo producir frutos buenos. Todo árbol que no da buen fruto, es cortado
y arrojado al fuego. Así que por sus frutos los reconoceréis (Mt 7, 16-20). En las parábolas de la
sementera se afirma que el Padre celestial siembra en el terreno una semilla de
vida que produce frutos diferentes (Mt 13,8-23; Mc 4,8).
El evangelio de Marcos ofrece en
exclusiva la breve parábola de la semilla que crece por sí sola. Con
independencia de la preocupación ulterior del labrador que la ha sembrado, “la
tierra da el fruto por sí misma: primero hierba, luego espiga, después trigo
abundante en la espiga. Y cuando el fruto lo admite, en seguida se le mete la
hoz, porque ha llegado la siega” (Mc
4,28-29).
En los tres evangelios sinópticos se
encuentra el acto profético de la maldición de la higuera estéril por parte de
Jesús: “Nunca jamás nazca fruto de ti” (Mt 21,19; Mc 11,14; Lc 13,6). En el
texto de Mc 11,12-14 se añade una frase que parece un tanto casual: “y es que
no era tiempo de higos”. Esta anotación tiene una clara referencia a la
situación de Israel que ha perdido su oportunidad de producir frutos.
Tan dramática o más es la parábola de los
viñadores homicidas. Llegada la hora de la recolección, el dueño de la viña
envía a sus empleados para que reciban la parte de los frutos que le
corresponden por el convenio establecido (Mt 21, 34; Mc 12,2;; Lc 20,10).
También aquí, los frutos simbolizan claramente la fidelidad a la alianza,
manifestada en las buenas obras que Dios espera de su pueblo.
En el evangelio de Lucas, Isabel
glorifica el fruto del vientre de María (Lc 1,42). El mismo evangelio sugiere
que la condición de la fecundidad es la perseverancia (Lc 8,15). Tanto en la
parábola de las minas como en la de los talentos se dice que un hombre noble
confía a sus empleados una cantidad de dinero y espera que fructifique en
intereses (Lc 19, 11-27; Mt 25, 14-30; cf. Flp 4, 17). Aunque no aparece la
palabra “frutos”, en ambas hay una referencia a la siembra y la cosecha.
2. En el evangelio de Juan
En el evangelio de Juan Jesús distingue
la tarea del sembrador y la del recolector de los frutos, aludiendo al
surgimiento de la comunidad cristiana en tierras de Samaría (Jn 4, 36-38).
Por otra parte, si el grano de trigo no
muere permanece infecundo, pero si muere lleva mucho fruto (Jn 12,24). Tal es
la suerte que ha aceptado el Mesías Jesús.
Además, la imagen de los frutos se
refiere a la misma vocación cristiana. La alegoría de la vid y los sarmientos
nos remite a la imagen profética de la viña como símbolo de Israel, pero
sustituye la referencia a Yahvéh, dueño de la viña, por la afirmación de Jesús como fuente de
vida. Jesús es la verdadera vid (Jn 15, 1).
Él sustituye a la viña de Israel que no dio los frutos esperados. Sus discípulos son los sarmientos. Sobre
ellos se ejerce la intervención del viñador, que es el Padre. Una intervención
de cuidado y de juicio. Del Padre dice Jesús: “Todo sarmiento que en mí no da
fruto, lo corta, y todo el que da fruto lo limpia, para que dé más fruto” (Jn
15, 2). Ahora bien, así como los sarmientos sólo llevan fruto si están insertos
en la vid, tampoco los seguidores de Jesús podrán dar frutos si no permanecen
unidos a él (Jn 15 1,16). “Quien permanece en mí, da mucho fruto”, dice Jesús
(Jn 15,5).
La gloria del Padre es que los discípulos
den mucho fruto (Jn 15,8; cf. Mt 5, 14-16). Seguramente se puede vincular el
deseo del fruto con el mandato del amor: “Lo que os mando es que os améis los
unos a los otros” (Jn 15,17). Ése es precisamente el fruto que Jesús espera y
que hace posible con la comunicación de su propia vida. El fruto esperado de los discípulos es
posible gracias al amor de Dios que se les ha manifestado y se les comunica por
medio de su unión con Jesús.
3. En la literatura paulina
Como el amo de la parábola que reparte
las minas o los talentos a sus criados, también Pablo espera recoger de los
fieles algún fruto (Rom 1,13; Flp 1,22).
Cuando esos fieles eran paganos sólo
producían frutos que, ahora los avergüenzan (Rom 6,21). Pero una vez liberados
del pecado y sometidos a Dios, el fruto para la santificación que se espera de
ellos pertenece al tiempo presente y los remite a la vida eterna (Rom 6,22). Lo
que aquí Pablo denomina como fruto de santidad se puede calificar también como
fruto de justicia, según se observa en la carta a los Filipenses (Flp 1,
10-11).
Tras haber mencionado la muerte al
pecado, Pablo se refiere a la muerte a la Ley, que permite a los cristianos pertenecer a otro,
es decir, a aquel que fue resucitado de entre los muertos, “a fin de que
llevemos fruto para Dios” (Rom 7,4).
Pablo ruega para que los fieles de
Filipos crezcan en el amor para poder ser puros y sin tacha para el Día de
Cristo, “llenos de los frutos de justicia que vienen por Jesucristo, para
gloria y alabanza de Dios” (Flp 1,11).
A propósito de la colecta a favor de los
hermanos de Judea, Pablo exhorta a los corintios a ser generosos en sus
ofertas. Para ello acude a la imagen de la sementera: “El que siembra
escasamente, escasamente cosecha, y el que siembra a manos llenas, a manos
llenas cosecha” (2 Cor 9,6). Unos versos más adelante, la parábola evoca palabras de los libros de Isaías (55,10) y de
Oseas (Os 10,12) para convertirse en profecía: “Aquel que provee de simiente al
sembrador y de pan para su alimento, proveerá y multiplicará vuestra sementera
y aumentará los frutos de vuestra justicia” (2 Cor 9,10)
En la carta a los Efesios los valores
morales son calificados como frutos de la luz que ha dado la vida a los
creyentes: “Vivid como hijos de la luz, pues el fruto de la luz consiste en
toda bondad, justicia y verdad (Ef 5,9). Este pasaje aparece como una
adaptación del texto clásico de Gál 5,22.
En la carta a los Colosenses se nos dice
que la palabra de la verdad de la Buena Nueva ha llegado hasta los fieles de
Colosas y fructifica y crece entre ellos, desde el día en que oyeron y
conocieron la gracia de Dios en la verdad (Col 1,6). De nuevo nos encontramos
con la referencia a la parábola del sembrador y de la palabra que da fruto. Por
eso el apóstol pide a los fieles que vivan de una manera digna del Señor,
“agradándole en todo, fructificando en toda obra buena y creciendo en el
conocimiento de Dios” (Col 1, 10).
La imagen del labrador que tiene derecho
a los frutos, que Pablo había hecho propia en relación a las expectativas de su
ministerio, se encuentra de nuevo en 2
Tim 2,6.
Por otra parte, en la carta a Tito se
expresa el deseo de que “los nuestros aprendan a sobresalir en la práctica de
las buenas obras, atendiendo a las necesidades urgentes, para que no sean unos
inútiles”. Es necesario subrayar que el texto original es más explícito puesto
que los inútiles son calificados en términos de esterilidad e infructuosidad.
Literalmente se dice “que no estén sin
dar fruto” (Tit 3,14).
4. En las cartas católicas
Esta relación entre la paz y la justicia,
ya presente en la carta a los Hebreos (Heb 12,11), aparece de nuevo en la carta de Santiago. El
fruto de la justicia se manifiesta en la paz (Sant 3, 16). En otro pasaje de la
misma carta se evoca de nuevo la imagen del
labrador que espera el precioso fruto de la tierra, teniendo paciencia
con él hasta que le llega la lluvia temprana y la tardía (Sant 5,7).
En la segunda carta de Pedro se encuentra
un pasaje que por su gran parecido evoca el texto clave de Gal 5,22: “Por esta
misma razón, poned el mayor empeño en añadir a vuestra fe la virtud, a la
virtud el conocimiento, al conocimiento la templanza, a la templanza la
tenacidad, a la tenacidad la piedad, a la piedad el amor fraterno, al amor
fraterno la caridad. Pues si tenéis estas cosas y las tenéis en abundancia, no
os dejarán inactivos ni estériles para el conocimiento perfecto de nuestro Señor Jesucristo” (2 Pe
1,5-8).
En la carta de Judas los impíos que se
han introducido en la comunidad “son una mancha cuando banquetean
desvergonzadamente en vuestros ágapes y se apacientan a sí mismos; son nubes
sin agua zarandeadas por el viento, árboles de otoño sin frutos, dos veces
muertos, arrancados de raíz…” (Jud 12).
Finalmente, las promesas del Apocalipsis
orientan la mirada de los creyentes hacia una plenitud bienaventurada que es
evocada con los términos de una cosecha extraordinaria: “Luego me mostró el río de agua de Vida,
brillante como el cristal, que brotaba del trono de Dios y del Cordero. En
medio de la plaza, a una y otra margen del río, hay árboles de Vida, que dan
fruto doce veces, una vez cada mes; y
sus hojas sirven de medicina para los gentiles” (Ap 22,1-2).
En consecuencia, las comunidades
neotestamentarias han utilizado con frecuencia la imagen de los frutos para
promover o testimoniar las mediaciones prácticas de la fe, es decir las
actitudes y comportamientos que se derivan de la nueva vida en Cristo. La
referencia a la moralidad que brota de la fe es innegable. Y la imagen de los
frutos es suficientemente clara como para transmitir la exhortación a vivir en
coherencia con el don de la fe recibida.
José-Román Flecha Andrés
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