CADA DÍA SU AFÁN 29 de Agosto de 2015

                              
EL EVANGELIO DE LA CREACIÓN

En su encíclica “Laudato si”, sobre el respeto a la casa común, el Papa Francisco dedica el capìtulo segundo a comentar los textos bíblicos que se refieren a la creación. Muchos se preguntarán por qué hablar de fe en un documento sobre la ecología. Pero la fe puede ofrecer una luz sobre este tema. Por ser humanos hemos de cuidar el ambiente del que formamos parte. Por ser cristianos tenemos un deber con la creación y con el Creador.
Vivimos en relación con Dios, con el prójimo y con la tierra. Y cada una de esas relaciones influye sobre las otras dos y sobre nosotros mismos. Ahí radica la posibilidad de nuestra armonía. En esa triple relación es deseable que vivamos como señores, como hermanos y como hijos.   
Recordando las palabras del Dios Creador, explica el Papa que  “Dominar la tierra” no significa destruirla a nuestro antojo y por nuestro interés, sino que nos exige labrarla y cuidarla. Es más, la misma Biblia pedía a los hebreos que durante la celebración del sábado, dejaran descansar también a su asno y a su buey, y les mandaba respetar los nidos de las aves, los huevecillos y los pichones.
Un profundo sentido ecológico tiene también la institucion del año sabático judío, en el que también la tierra ha de guardar un descanso. Por otra parte, algunos salmos inspiran la oración del piadoso israelita, de forma que pueda alabar al Dios Creador por la belleza y magnificencia de su  creación.  
En consecuencia, se puede decir que en la espiritualidad judía y cristiana, la  creación es algo más que naturaleza, puesto que se inscribe en el orden del amor. Además, no se puede olvidar que esta fe tuvo el valor de desmitificar a la naturaleza. Al verla como obra de Dios, impidió adorar a los fenómenos naturales como si fueran dioses. Si no había que divinizarlos, se podía actuar sobre ellos. Aunque parezca extraño, gracias a esa fe, se hizo posible el progreso humano. A cambio, hoy habría que desmitificar también el progreso meramente material, para que no esperemos de él la salvación.
Ese proceso nos llevará a redescubrir al ser humano como sujeto del progreso y no solamente como un objeto o una pieza de la máquina. De forma un tanto semejante, hemos de dejar de considerar a los demás seres vivos como meros objetos. Es más, podremos descubrir que todo el universo es un lenguaje del amor de Dios y nos muestra la inagotable riqueza de Dios.
 En consecuencia, se nos impone en nuestros días un doble mandamiento: no desertizar el suelo ni divinizar la tierra. Y una afirmación importante: “El medio ambiente es un bien colectivo, patrimonio de toda la humanidad y responsabilidad de todos”.
Los cristianos sabemos  que “Jesús vivía en armonía plena con la creacion y los demás se asombraban”, al verlo dominar al mar y la tormenta. Nuestra fe nos lleva a confesar que  “El destino de toda la creación pasa por el misterio de Cristo” (LS 99).
                                                                   José-Román Flecha Andrés. 

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