La palabra estalló en el aire como una bengalay todos los árboles quisieron ser frutalesy los pájaros decidieron enamorarseantes de que llegara la noche. Hacía siglos que el mundono había estado de fiesta:los lirios empezaron a parecerse a las trompetasy aquella palabra comenzó a circularde mano en mano, bella como una muchacha enamorada. Los hombres husmearon el continenterecién descubiertoy a todos les parecía imposible pero pensaban que,aun como sueño, era ya suficientemente hermoso. Hasta entonces los hombres se habían inventadodioses tan aburridos como ellos,serios y solemnes faraones,atrapamoscas con sus tridentes de opereta.Dioses que enarbolan el relámpagocuando los hombres encendían una cerilla en sábadoo que reñían como colegialespor un quítame allá ese incienso.Dioses egoístas y pijoterosque imponían mandamientos de amarsin molestarse en cumplirlos,vanidosos como cantantes de ópera,pavos reales de su propia gloriaa quienes había que engatusar con becerros bien cebados. Y he aquí que de pronto el fabricante de tormentasbajaba... a ser Padre,Se uncía el carro del amory se sentaba sobre la praderaa comer con nosotros la tortilla.Era un nuevo Dios bastante poco excelentísimoque no desentonaba en las tabernasy ante quien sólo era necesario descalzar el alma. Aquel día los hombres empezaron a ser felicesporque dejaron de buscar la felicidadcomo quien excava una mina.No eran felices porque fueran felices,sino porque amaban y eran amadosporque su corazón tenía una casa,y su Dios, las manos calientes. José Luis Martín Descalzo
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