“Mi siervo justificará a muchos, porque cargó con
los crímenes de ellos”. Así concluye la primera lectura que se proclama en la
misa de hoy. Es un texto poético, tomado de uno de los cantos del Siervo de
Dios (Is 53,10).
Algunos han pensado que el poema se refería a todo
el pueblo de Dios. Y otros lo han atribuido a un personaje misterioso que se
nos presenta como un elegido por Dios. Es un profeta y un enviado a anunciar a
su pueblo la salvación.
Pero el profeta no se limitará a anunciar de palabra
la salvación. No es un teórico ni un propagandista de sueños imposibles. Es un
comprometido. Él mismo rescatará a su pueblo de la tiranía de la maldad,
cargando personalmente con el peso y la ignominia del mal.
LA PRETENSIÓN
Ese mismo aliento aparece al final en el evangelio
de este domingo (Mt 10, 35-45). Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, se acercan a
Jesús y le manifiestan abiertamente sus pretensiones: “Maestro queremos que
hagas lo que te vamos a pedir”.
Ya nos llama la atención la misma fórmula que
emplean. Espontáneamente recordamos que María se ofrecía para aceptar y cumplir
la voluntad de Dios. Estos discípulos, por el contrario, quieren imponer su
propia voluntad al Señor.
Y su voluntad está clara: alcanzar un puesto de
poder y de prestigio. Sentarse en los puestos privilegiados para compartir la
gloria de su Maestro, aun sin saber exactamente que el camino de su Señor pasa
por la aceptación de un cáliz de amargura.
Junto a la pretensión de los hijos de Zebedeo nos llama
la atención la indignación y las críticas de los otros diez discípulos.
No pueden soportar que otros expresen abiertamente lo que todos ellos
ambicionan en secreto. Ese es el mecanismo de todas las críticas del mundo.
LA LECCIÓN
Pero Jesús no desaprovecha la ocasión para
exponernos a todos el camino del verdadero discípulo y el sentido último de la
vida y misión de su Maestro:
• “El que quiera ser grande, sea vuestro servidor; y
el que quiera ser primero, sea esclavo de todos”. En este mundo, la grandeza se
mide con frecuencia por el número de personas que quedan por debajo de los que
triunfan. Para el Evangelio, la grandeza de un discípulo se mide por el número
de personas a las que sirve y por la sinceridad del servicio.
• “El Hijo del hombre no ha venido para que le
sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos”. En este mundo,
los libertadores imponen su voluntad. Los que dicen traer la justicia, suelen
ajusticiar a quien no piensa como ellos o no colabora con sus imposturas.
Para el Evangelio, sólo rescata del secuestro quien se entrega para liberar a
los secuestrados.
- Señor Jesús, te reconocemos como nuestro Maestro y
nuestro Señor. Como Maestro nos has enseñado la grandeza del servicio a los
demás. Y como Señor, nos rescatas cada día haciéndote siervo y esclavo de
todos. Bendito seas por siempre. Amén.
José-Román Flecha Andrés
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