RETIRO DE ADVIENTO (Por si puede ayudar...)


A. Reflexión: El Señor viene y pide paso 
B. Cuestionario para la reflexión y el diálogo comunitario 
C. Materiales para la celebración comunitaria (Eucaristía o Vísperas) 

A. EL SEÑOR VIENE Y PIDE PASO 

El Adviento es el viaje, a contrapelo del turismo predominante, desde nuestra Jerusalén -capital y poderío- hacia la Belén de lo humilde y minúsculo. Allí nos espera la Encarnación para hacernos humanos. Adviento es preguntarse por qué no podrá venir Dios a nuestros palacios y sí a las cuevas de animales y pastores. Adviento es confrontarse con el Magnificat revolucionario de la doncella sencilla, en el que lo todo nuevo se anuncia acabando con algo, se exaltan los pobres tras caer tronos poderosos. Adviento es dejar la tierra de lo cómodo para seguir a la estrella que convierte la propia vida en Buena Nueva para los pobres, inquietando al Herodes de dentro y fuera de nosotros (Mt 2,16), a ese Herodes que se lava las manos, que se desentiende y olvida a los demás, que no se compromete con nada. Adviento es ir de la mano de San Juan Crisóstomo a visitar los verdaderos belenes: "¿Deseas honrar el Cuerpo de Cristo? No lo desprecies cuando lo contemples desnudo en los pobres, ni lo honres en el templo con lienzos de seda, si al salir lo abandonas en su frío y desnudez... El templo no necesita vestidos y lienzos, sino pureza de alma; los pobres necesitan en cambio que con sumo cuidado nos preocupemos de ellos". Es el anuncio de que Belén ya no está donde estaba, que lo han cambiado de sitio y hoy Belén está en los hombres, sobre todo en los pobres. Adviento es pensar si mis fiestas y viajes de descanso, no serán un cambiar un par de cenas por un desvalido y un pobre (cfr. Am 8,6). Adviento es aceptar la invitación a hacerse humano haciéndonos "auténticos en el amor y creciendo en todo aspecto hacia aquel que es la cabeza, Cristo" (Ef.4,15)... ¡El primer Belén se instaló y se sigue instalando allí donde, haciéndonos humanos, acojamos en nuestra estrecha posada a esos emigrantes que, apurados (me dicen que llegaron en pateras) y con mala catadura ("ni aspecto humano" Is 52,14), llaman cada día a nuestra puerta! (Lc 2,7). ¡Eso es Adviento. Eso es Navidad! 

¿Qué quiere decir para nosotros hoy eso de preparar la venida de Jesucristo que la Iglesia celebra? Desde el principio tenemos que afirmar que no se trata de simular que Jesús no ha venido a nuestro mundo. Jesús ya ha venido. Dios ya se ha hecho hombre y ha transformado nuestra historia. Sucedió en Galilea, un lugar concreto, hace ya dos mil años, entonces Él abrió nuevos caminos, caminos inimaginables e inesperados... Anunciaba que el amor de Dios era ya una realidad y que para participar de él bastaba con vivir el amor, cambiar el corazón, vivir la justicia, la sencillez... Entonces todos se sentían atraídos por Jesús, porque en aquel predicador se sentía a Dios muy cerca. Pero aquel hombre terminó en una cruz, porque la novedad que anunciaba era molesta a los entendidos en religión y a los gobernantes. 

Cuando nosotros hoy celebramos el Adviento y centramos nuestra mirada en la espera y la preparación de la venida de Jesús, quiere decir que miramos hacia atrás, hacia aquel acontecimiento transcendental y lo queremos revivir con toda la intensidad. En Adviento nos preparamos para celebrar este hecho decisivo: Dios se ha hecho hombre, Dios ha venido a vivir nuestra misma vida, Dios ha entrado en nuestra historia y ha abierto un camino de liberación, Dios ha hecho suya nuestra debilidad. Para poder celebrar intensamente este hecho decisivo, lo que la Navidad significa, tenemos que despertar en nosotros una actitud de espera, de deseo de la venida del Señor. 

A veces tenemos la tentación de explicar los misterios haciendo grandes discursos, pero para entender lo misterioso, no necesitamos tratados, sino trato con hombres y mujeres llenos de Dios. Necesitamos renacer de nuevo, necesitamos saborear la vida nueva y abrir nuestros ojos a la esperanza, embarcarnos en la aventura de la caridad. Necesitamos quitarnos el impermeable, para que las cosas que pasan me afecten, me toquen el corazón. Necesito abrir los ojos, porque Dios desde el principio quiso poner un belén, y creó el universo para adornar la cuna. Dios pensó en todo, pensó en su Madre; desde toda la eternidad soñó con ella, añoraba sus caricias; María es su obra maestra. Es Dios el que inventó la primera Navidad, el primer belén viviente, y colocó al Niño, y a la Madre. 

El tema de la espera es vivido en la Iglesia con el 'Ven, Señor'. La palabra del Antiguo Testamento invita a repetir en la vida la espera de los justos que aguardan al Mesías. El Adviento es una intensa y concentrada celebración de la larga espera en la historia de la salvación, como el descubrimiento del misterio de Cristo. Hoy en la Iglesia es como un redescubrir la centralidad de Cristo en la historia de la salvación. Adviento es tiempo del Espíritu Santo, Él ha hablado por medio de los profetas, ha inspirado los oráculos mesiánicos, ha anticipado con sus primicias de alegría la venida de Cristo en sus protagonistas como Zacarías, Isabel, Juan, María. 

1. Ponte en el lugar de los que esperaron. 

Durante el Adviento la Iglesia pone en nuestros labios las palabras ardientes, los gritos de ansiedad de los grandes personajes que han protagonizado más intensamente la esperanza mesiánica. Esos grandes hombres siguen siendo hoy día como los portavoces en cuyo grito de ansiedad se encarna todo el ardor de la esperanza humana. El primero de estos protagonistas es Isaías. Nadie, mejor que él, ha encarnado tan al vivo el ansia impaciente del mesianismo veterotestamentario a la espera del Rey Mesías, él y los demás profetas encarnan la espera del pueblo de Israel (siguiendo los textos litúrgicos del Adviento nos asomaremos un poco al sentir de los profetas en la espera. Os invito a una lectura reposada de esos textos). Después Juan Bautista el Precursor, cuyas palabras de invitación a la 'penitencia', dirigidas también a nosotros, cobran una vigorosa actualidad durante las semanas de Adviento. Y, finalmente, María, la Madre del Señor. En ella culmina y adquiere una dimensión maravillosa toda la esperanza del mesianismo hebreo. Ellos seguirán siendo los grandes modelos de la esperanza y en sus palabras seguirá expresándose el clamor de la humanidad ansiosa de redención. 

1.2 El pueblo de Israel. 


El pueblo de Israel vivió en aquel tiempo una gran experiencia, la experiencia del exilio. La vida del exilio se fue convirtiendo poco a poco en una intensa plegaria al Dios que salva. El pueblo, ayudado por los profetas, reconstruyó la fe y la esperanza, encendió en su interior la confianza de que Dios no les había abandonado para siempre, la confianza de que podían volver a la tierra. Habrá que ponerse en camino, habrá que hacer una travesía por el desierto que separa Babilonia de Palestina, habrá que disponerse a reconstruir las ciudades abandonadas. En este momento el segundo Isaías, saluda con un grito de alegría el retorno de los exilados, invita a vivir con coraje el camino, la travesía por el desierto, preparando un camino para que Dios pueda pasar por él, para que pueda Dios acompañar con su fuerza y su ternura al pueblo: "Una voz grita: En el desierto preparadle un camino al Señor; allanad en la estepa una calzada para nuestro Dios; que los valles se levanten, que montes y colinas se abajen, que lo torcido se enderece y lo escabroso se iguale. Se revelará la gloria del Señor y lo verán todos los hombres juntos -ha hablado la boca del Señor-. Dice una voz: Grita. Respondo: ¿Qué debo gritar? Toda carne es hierba y su belleza como flor campestre: se agosta la hierba, se marchita la flor, pero la palabra de nuestro Dios permanece por siempre. Súbete a un monte elevado, heraldo de Sión; alza fuerte la voz, heraldo de Jerusalén; álzala, no temas, di a las ciudades de Judá: 'Aquí está vuestro Dios'. Mirad, el Señor Dios llega con Poder, y su brazo manda. Mirad, viene con él su salario, y su recompensa lo precede. Como un pastor que apacienta el rebaño, su brazo lo reúne, toma en brazos los corderos y hace recostar a las madres" (Isaías 40,3-11). 

¿Qué hacer? Es verdad que no somos las personas del Antiguo Testamento, pero sería bueno ponernos un poco en la piel y vivir los sentimientos de aquella gente que esperaba y deseaba la venida del Mesías (ponernos en la piel de los profetas, de Isaías). ¿Por qué y para qué hacer esto? Aunque nosotros lo sabemos ya presente, seguimos necesitando, como lo necesitaban la gente del Antiguo Testamento, que Él actúe en nosotros y transforme nuestros corazones, que actúe en nuestro mundo y lo libere de toda injusticia y desesperanza. Hay que saber esperar la acción de Dios, hay que dejarle llegar y que llegue la plenitud con Él. El pueblo de Israel en el desierto, en el destierro, siempre, estaba tentado de desesperanza, porque toda espera cansa. El pasado está siempre lleno de esperanza, es un grito de futuro. El futuro está siempre cantado en el pasado. A Dios le basta un puñado de gente con corazón sencillo, un resto, para hacer su plan y Él nunca responde con teorías, responde con hechos. Dios viene para estar con nosotros, para que le podamos reconocer y está dispuesto al olvido, al silencio, al arrinconamiento, porque las personas no somos fáciles y Él lo sabe, pero Dios sigue viniendo sin cansarse. 

"Venid, subamos al monte de Yahvéh, a la Casa del Dios de Jacob, para que Él nos enseñe sus caminos y nosotros sigamos sus senderos" (Is 2,3). Será bueno ser conscientes de las propias resistencias a ponernos en camino, a hacer senderos transitables, a comenzar de nuevo en fiel espera; emprender el camino de lo nuevo, del futuro es trabajar por hacerlo posible, pero con frecuencia nos aferramos a las seguridades y no arriesgamos, no nos movilizamos, preferimos Egipto con su esclavitud a conquistar la libertad en la tarea diaria. Posiblemente estemos paralizados por no sé qué enfermedad del alma, con enormes miedos en el corazón que nos atan los pies a lo conocido y no nos atrevemos a ir al futuro, a subir al monte de Dios para aprender de su boca los caminos, para anunciar que llega y que trae un futuro nuevo, sin estrenar... Al menos a mí parece que se me ha olvidado que la fe es continuo éxodo, invitación permanente "sal de tu tierra" y emprende el camino de la tierra prometida. Dios no se para, Dios está siempre viniendo por caminos insospechados. Dios no tiene frenos y su paso descerraja puertas y allana caminos tortuosos. Dios está en camino. Salió de casa en busca del hombre hace mucho tiempo, es decir, Dios está en éxodo hacia el hombre. Dios viene. 

"Forjarán de sus espadas azadones, y de sus lanzas podaderas" (Is 2,4), esta es la esperanza que se mantiene desde siempre, deseamos un panorama de paz, donde se superen todas las guerras... Es necesario mirar al futuro, a un reino donde esto será posible, porque a Dios le gusta el futuro, apuesta por el futuro. El profeta Isaías nos enseña sobre todo esta verdad. Para los profetas lo que contaba era el futuro, hoy parece que sólo cuenta el presente y por eso no nos movilizamos, hoy se vive tan deprisa que ni el pasado ni el futuro cuenta y así olvidamos que es el futuro el que da alas, el que hace volar y aspirar, el que nos da inquietud y nos hace no sólo apostar un poco, sino arriesgarlo todo. Esta falta de futuro, nos hace quedarnos miopes, no ver más que lo cercano, pero sin ideales. 

1.2 María. 

El tiempo de Adviento es también una gran invitación a ponernos en la piel de María, la Virgen Madre de Dios, ella es el gran modelo. Ella desea que los pobres levanten la cabeza y está dispuesta a colaborar en esta acción de Dios y acepta ser la Madre del Mesías, abre su corazón a la fuerza de Dios y permite que se hagan realidad las esperanzas de los profetas. Ella es modelo de apertura a Dios y modelo de espera gozosa del Señor que viene... 

Durante el Adviento se recuerda con cierta frecuencia a la Virgen, es una de las grandes protagonistas del misterio de Navidad. La imagen de María que recibe con sencillez y obediencia la intervención de Dios en su vida y que lleva a casa de su prima, madre del Bautista, la presencia salvadora de Jesucristo, es una imagen que recorre el Adviento e invita a la imitación. Los profetas decían que Dios ama a su pueblo, ama a sus reyes, se complace en sus siervos; pero la realidad es más grande en María: es llena de gracia, es objeto absoluto de la gratuidad de Dios, es inmaculada. Ella es la imagen perfecta de los creyentes, es quien nos dio al Señor que es el centro de nuestra fe. En la inmediata preparación para la Navidad, a partir del día 17, es el tiempo mariano por excelencia de la liturgia: "De este modo, los fieles que viven con la Liturgia el espíritu del Adviento, al considerar el inefable amor con que la Virgen Madre esperó al Hijo, se sentirán animados a tomarla como modelo y a prepararse, 'vigilantes en la oración y... jubilosos en la alabanza' para salir al encuentro del Salvador que viene. Queremos, además, observar cómo la Liturgia del Adviento, siendo la espera mesiánica y la espera del glorioso retorno de Cristo al admirable recuerdo de la Madre, presenta un feliz equilibrio cultual, que puede ser tomado como norma para impedir toda tendencia a separar, como ha ocurrido a veces en algunas formas de piedad popular, el culto a la Virgen de su necesario punto de referencia: Cristo. Resulta así que este periodo, como han observado los especialistas en Liturgia, debe ser considerado como un tiempo particularmente apto, para el culto a la Madre del Señor: orientación que confirmamos y deseamos ver acogida y seguida en todas partes" (Pablo VI, Marialis Cultus, n.4). 

Dios hoy también quiere hacerse presente, es verdad que está presente dentro de tantos que luchan y hacen pan para los demás, pero quiere de nuevo anunciarse y nacer y vivir y desarrollarse. Es más, quiere que tú y yo seamos tierra para un vergel en medio del desierto. También yo, como María, me pregunto ¿cómo es posible, Dios, que mi vida sea un vergel? ¿Cómo es posible que de mí nazca algo que valga la pena? Me cuesta creer que Dios tenga fuerza para hacer florecer algo en mi tierra agostada y reseca. Como María, pero en mi caso peor, lo primero que intento es la defensa, o la duda, aquello de "a mí aclárame bien las cosas para saber a qué me comprometo, que no quiero sorpresas de última hora". ¿Cómo a mí? ¿Cómo es posible que yo...? En el fondo se trata de defenderme evitando a Dios y le digo: "Busca a otro; pasa de largo; déjame en paz con mis cosas, que no quiero saber nada más... Mira, estoy bien con las cuatro cosas que tengo, con mi corta visión me valgo para hacer la pobre recolección de mi existencia, no me pidas ahora meterme en líos". Para lo que Dios me propone siempre me parece que soy tierra inapropiada, que otros lo harían mejor que yo... Y, sin embargo, Dios me visita a mí. Espera de mí hoy la palabra que le permita encarnarse, hacerse presente. Lo que más quiere Dios de mí es que pronuncie una palabra de disponibilidad, que le diga: "Haz lo que quieras de mí; haz lo que quieras en mí. Puedes 

contar conmigo". Lo que más me sorprende de Dios es que no me imponga nada..., sin duda es una delicadeza suma. Cuando escribo esto, cuando pienso esto, cuando me quedo en reflexión, confieso que me da miedo, mucho miedo. ¿Me estaré comprometiendo a más de lo que puedo? También ahora deseo fiarme y temblando me fío. 

Cuando Dios visita a alguien no le deja tranquilo. Las visitas de Dios siempre movilizan, ponen en marcha, hacen camino. El sestear, el letargo, es uno de los signos de que Dios no nos ha visitado o que no hemos aceptado su visita. María, la que acaba de decir sí, la visitada y solicitada por Dios, se pone en marcha inmediatamente. Y su meta es 'alguien que la necesita'. Su Adviento le lleva a un viaje de Nazaret a Ain Karim, del Norte al Sur. Las visitas de Dios son algo así como una capacitación para abrir los ojos y ver que a nuestro lado hay gente que nos necesita, como si se nos dijese que nuestras manos son manos para los demás. Las visitas de Dios siempre empujan hacia los demás. Pero no es sólo esto, desde ese momento se crea una especie de cadena con aliento divino, con sorpresa divina, porque cuando yo me hago para los demás, los otros descubren que Dios les visita y pueden saltar de alegría, al menos en el caso de María así sucedió y creo que Dios quiere que suceda siempre, tú eres portador de Dios, Dios sigue visitando a los hombres a través tuyo. Nuestra presencia y nuestras visitas a los demás son la manera que Dios tiene hoy de hacerse presente, de visitar a los hombres con necesidad; ya no manda ángeles ni signos de no sé qué tipo, te envía a ti y en ti se presenta Él. En el Adviento que es el tiempo de las visitas, sería bueno tener conciencia de la importancia que tiene hacer presente a Dios. 

María, una de nuestra raza, ha cantado porque ha descubierto la manera de salvar que tiene Dios, la manera de obrar que tiene Dios. Me da un poco de envidia María, porque canta sabiendo lo que canta, porque experimenta el canto, porque narra su experiencia íntima, su magnificat y yo también querría entonar un cántico igual; mi envidia es la envidia de un hijo que quiere parecerse a su madre, es la envidia del que quiere ser imitador y cantautor del himno de la vida, del que quiere bajar al sótano de su vida y poner al descubierto la obra que Dios realiza en lo más profundo, en medio del silencio; toda mi historia personal está penetrada de la salvación de Dios, toda mi historia es un trabajo artesanal de Dios, que con mimo ha ido modelando, desbrozando el camino, superando resistencias. Hoy quiero cantar mi magnificat, puede que todavía no lo pregone a los cuatro vientos, pero en la intimidad y en baja voz, quiere narrar tus maravillas en mí, porque hoy me siento salvado. Pero, tengo que reconocer, ¡oh Dios!, que tú siempre me descolocas y tu presencia es deliciosa compañía. 

Sin duda, el misterio de María es uno de esos misterios que te dejen profundamente marcado y que te llena de esperanza y de consuelo. La reflexión que hace Unamuno sobre la realidad de María, nos puede servir también a nosotros: "He llegado hasta el ateísmo intelectual, hasta imaginar un mundo sin Dios, pero ahora veo que siempre conservé una oculta fe en la Virgen María. En momentos de apuro se me escapaba maquinalmente del pecho esta exclamación: Madre de Misericordia, favoréceme. Llegué a imaginar un poemita de un hijo pródigo, que abandona la religión materna. Al dejar este hogar del espíritu sale hasta el umbral la Virgen y allí le despide llorosa, dándole instrucciones para el camino. De cuando en cuando vuelve el pródigo su vista y allá, en el fondo del largo y polvoriento camino que por un lado se pierde en el horizonte ve a la Virgen, de pie en el umbral, viendo marchar al hijo. Y cuando al cabo vuelve cansado y deshecho encuentra la que le está esperando en el umbral del viejo hogar y le abre los brazos, para entrarle en él y presentarle al Padre. María es de los misterios el más dulce. La mujer es la base de la tradición en las sociedades, es la calma en la agitación, el reposo en las luchas. La virgen es la sencillez, la madre, la ternura. De mujer nació el Hombre Dios, de la calma de la humanidad, de su sencillez. Se oye blasfemar de Dios y de Cristo y mezclarlos a sucias expresiones, de la Virgen no se oye blasfemar. Dijo Cristo que los pecados contra él se perdonarían, pero no los pecados contra el Espíritu Santo, y pecado de los mayores contra el Espíritu Santo es insultar a su Esposa y blasfemar de ella" (Unamuno, M., Diario íntimo, Alianza Editorial, Madrid 1970, 29-30). 

1.3 Juan. 

Dios visita a Isabel, la estéril, Dios pone sus ojos y fertiliza la nada, el vacío, lo estéril y seco, y florece el desierto..., no es fácil aceptar las formas de Dios, la tentación es hacer los canales de riego y soltar el agua y con eso creemos que estamos apostando por la fertilidad, pero Dios actúa de otra manera y a mí me desconcierta, me llena de estupor... ¿Te has sentido alguna vez estéril? ¿Has abierto alguna vez la puerta de tu nulidad a la presencia fecunda de Dios? o tal vez, puede ocurrirte que te presentes ante Él con todas tus obras y ocultando tus pobrezas y así le incapacitas a Él para fertilizarte, para hacerte fecundo... 

También Juan el Bautista que hace una llamada a preparar la venida del Señor en la ribera del Jordán es otro personaje que nos puede ayudar en nuestro Adviento; él insiste en las actitudes de apertura hacia el Dios que se manifiesta en los pobres, y cuando le preguntan lo que tienen que hacer, responde: "El que tenga dos túnicas, que las reparta con el que no tiene, y el que tenga de comer que haga lo mismo" (Lc 3,11). Juan el Bautista comenzó a remover las conciencias de mucha gente e invitaba a verlo todo de manera distinta y decía que era necesario cambiar de vida, porque ha llegado la hora en la que Dios se quiere hacer presente y hay que prepararse para esto. Esta llamada de Juan es una de las llamadas fundamentales del tiempo de Adviento, que es un tiempo de esperanza en el Señor que viene, pero que contiene un camino para acercarnos a lo que esperamos, es decir, que tenemos que empeñarnos en facilitar que eso que esperamos se haga realidad. Es invitación a la esperanza de vivir otra vez el gozo de tener a Dios cerca, pero para ello es necesario atravesar el desierto, superar las dificultades de los valles y las montañas, de las colinas y terrenos escabrosos, pasando por todas estas dificultades se allanan los caminos para que también pase el Señor. La llamada exigente de Juan Bautista a preparar el camino al Señor es una llamada a gente que vive intensamente el anhelo y la esperanza de que el Señor venga. 

¿En qué consiste este preparar el camino del Señor? Lo que Juan decía a la gente, a los recaudadores, a los guardias (Lc 3,10-14), nos indica hacia donde se dirige esta preparación. Para saber si estamos preparando el camino al Señor debemos preguntarnos si seguimos el estilo que el Evangelio nos propone y si nos preocupamos por lo mismo que Jesús se preocupa. 

Dios quiere ser anunciado, es tan original que necesita que alguien nos haga señales para que caigamos en la cuenta de que llega o que ya está y es que yo, nosotros, estamos en nuestras cosas, andamos en lo nuestro, metidos en nuestros asuntos, que siempre para nosotros son lo más importante, y no nos enteramos que está a nuestro lado, que nace en cualquier Belén, sin Internet ni teléfono móvil y ni los periodistas se dan cuenta. Necesitamos mensajeros que nos abran los ojos y el corazón, que nos señalen con el dedo, porque no nos enteramos que está cerca. El mundo de hoy tiene necesidad de hombres como Juan, que nos despierten y nos sacudan. Que nos enseñen que Tú estas para llegar, que nos animen a preparar el terreno, de lo contrario nunca será navidad en el corazón de las personas. Quiero hoy recordar a tantos juanes como han pasado por mi vida, tantos hombres y mujeres que han despertado mi sentido de lo divino, que me han enseñado a mirar y ver, a preparar la visita de Dios a mi corazón, que no me han dejado dormir tranquilo y han despertado sueños e inquietudes profundas. A los vivos y a los muertos los pongo hoy en el corazón de Dios, en el regazo de la Madre; son tantos los que han sabido hacer la operación de quitar de mis ojos las escamas que impedían mirar cara a cara y reconocer a Dios. 

Pero tal vez tú tienes que ser también precursor de Navidad, si es así será necesario tener un talante como Juan; ponte en su lugar, mira sus actitudes, sus luchas. Tú has de ser un anunciador, un interpelador para tu gente, uno que señale caminos por hacer, sendas que reformar, valles que allanar y colinas que abajar... Juan Bautista lleva una vida de asceta en el desierto, vive consagrado a Dios por entero y predica en el desierto, lugar de camino de vuelta a Dios (En el desierto pasa poca gente por allí... También desiertos están los lugares de la predicación hoy..., pero si Juan predica, también tú, si Juan anuncia la novedad ¿por qué tú no vas a sembrar aunque no veas los frutos?). En Juan convergen la entrega incondicional a Dios, la palabra insondable de los profetas, la disponibilidad y confianza de los pobres de Yavéh y la esperanza escatológica y por eso es indomable. Es el heraldo apasionado de Dios que llama a la conversión, es una llamada apremiante, ante la que no se puede ser neutral, que proclama la llegada de Otro... 

Esta es la preparación para recibir al Señor que llega. Juan es su precursor, su humilde servidor, que muestra presente lo que los profetas anunciaban, por eso es heraldo de buenas noticias. Es precursor del que ha de venir y testigo del que ha llegado, es un gigante de la justicia y la solidaridad. Es un hombre que vive sólo para la Palabra y no tiene otra vocación, otra fecundidad, otro futuro que preparar el camino del Señor. Es una personalidad apasionada y apasionante. Profetiza insobornablemente: anunciando con humildad al que viene (Mt 3,11) y denunciando todo lo que no allane el camino de su venida: la injusticia, el abuso, la extorsión, la falta de coherencia. 

Preparar los caminos, hacer senderos, enderezar lo torcido... es comenzar el desmonte de la superficialidad para que Dios pueda levantar su tienda entre nosotros, pero es necesario destruir todos los ídolos que tenemos dentro de nosotros. Y uno de mis ídolos se parece mucho al que sintió José, como él yo muchas veces reflexiono ¡cómo va a ser obra de Dios esta mujer embarazada en circunstancias desconocidas y sospechosas! o ¡de una mujer estéril y de edad no puedo creer que Dios haga nada! Y me ausento silenciosamente, o al menos decido abandonar el lugar haciendo mutis por la puerta de atrás, quiero demasiadas certezas y no puedo descubrir al Dios que no es domesticable ni razonable... La lógica de Dios no tiene nada que ver con la nuestra; su dialecto no tiene nada que ver con nuestro idioma, no tiene las mismas raíces. Será verdad que estoy funcionando como un ateo que decido en secreto abandonar mi realidad para buscar a Dios con más claridad, según mis planes... Dios camina, me sospecho, donde yo nunca pensé que podía poner sus pies, Dios está donde yo no me atrevo a ir por miedo a contaminarme; Dios está contaminado, enlodado... ¡Qué bien entiendo yo a José! ¡Cuántas veces sigo yo actuando de la misma forma que lo hizo él!, pero ¿quiero hacerlo de otra manera? ¿No será muy arriesgado quedarse a la intemperie? 

2. Dios sigue viniendo. Prepárate para el encuentro. 

Es cierto que en este tiempo revivimos y nos preparamos para celebrar con intensidad la venida histórica del Hijo de Dios a nuestra vida, pero además, el tiempo de Adviento es celebrar y abrirse a la venida constante de Dios, de Jesús, a nuestras vidas y a la vida de la humanidad. Porque Dios viene ahora. En este tiempo, al invitarnos a vivir la venida del Señor, nos recuerda que Dios viene constantemente a nuestras vidas y viene ahora de muchas maneras: a través de los acontecimientos y las personas con que nos encontramos. Y el tiempo de Adviento será una llamada a estar con los ojos abiertos a nuestro entorno, teniendo el corazón abierto a los que nos rodean, porque en ellos Dios se manifiesta y viene a nosotros. El Adviento nos invita a preguntarnos: ¿cómo reconocemos a Dios en los pobres y los débiles? 

Él viene también a través de la oración, a través de la comunidad eclesial y de la Eucaristía. Dios viene a nosotros cuando le escuchamos en el fondo del corazón, cuando le buscamos en el diálogo silencioso y amoroso, compartiendo con Él, nuestro Padre, nuestros cosas e ilusiones y le dejamos acompañarnos en nuestros caminos. Él viene cuando nos reunimos en su nombre y el Adviento puede ser un momento importante para valorar esta presencia de Dios que quiere fecundar todas nuestras realidades comunitarias y eclesiales. Además de la venida histórica de Jesús y de la venida cotidiana, también se celebra en el Adviento la venida definitiva al final de los tiempos, cuando llegue a término nuestra historia y entremos en la vida de Dios. Este es el horizonte final de nuestra existencia: compartir con toda la humanidad la vida plena de Dios. 

2.1 La esperanza. 

¿Cómo hemos de vivir el Adviento? ¿Qué actitudes y sentimientos se tienen que hacer más presentes en este tiempo? El Adviento es por encima de todo una llamada a vivir la esperanza en el ahora, en nuestra vida personal y en este nuestro mundo. Hay gente que no espera nada porque cree que ya lo tiene todo, otros no esperan nada porque se han desengañado de todo, pero los creyentes estamos llamados a vivir la esperanza, como la gente que anhela una vida distinta, nueva, llena de fraternidad y quieren hacerla posible, como los profetas, como los hombres de Israel que nos invitan a tener los ojos abiertos, a darnos cuenta de lo que nos pasa y a despertar en nosotros profundas esperanzas. Jesús mismo, a la gente que se encuentra en el camino, les ayuda a despertar la esperanza que llevan en su interior y les invita a ir realizando el camino en compañía, porque en Él está el camino hacia la realización plena de toda esperanza. 

Jesús ahora continúa invitando a la esperanza en el camino de cada día y a la esperanza plena en Dios, porque el objeto último de nuestra esperanza es Dios. Por tanto, vivir el Adviento es reafirmar nuestra esperanza en Dios que viene a nuestras vidas. Vivir el Adviento será desear de corazón que Dios venga y nos acompañe, que nos tome de la mano, que nos anime y nos enseñe a vivir su amor. María, en la espera amorosa del nacimiento de su hijo, será para los creyentes, la imagen y el estímulo de nuestra esperanza. 

El tiempo de Adviento es el tiempo de esperanza. El Adviento viene caracterizado como un tiempo de esperanza, es la estación de la esperanza y su destino es la consumación de la historia, la venida gloriosa de Cristo al final de los tiempos, pero ¿cómo podríamos esperar si no nos fuese ya dado lo esperado? El Adviento evoca y celebra la Navidad porque sólo así puede suscitar cristianamente, escatológicamente, la expectación de la parusía. Y viceversa: la expectación de la parusía es posible porque una vez ha ocurrido realmente eso que celebramos en la Navidad. Cristo ha venido como niño, el Verbo se hizo carne, para venir como Señor. Este tiempo de esperanza nos recuerda que el objeto de dicha esperanza no es algo, sino alguien, una persona concreta, Cristo es nuestra esperanza. 

La esperanza cristiana tiene que ver con la salvación. Esto es muy importante. Dice Bloch: "Un viejo sabio se lamentaba diciendo que es más fácil salvar al hombre que 

alimentarlo. El socialismo futuro, el consistente en que todos los invitados están ya sentados a la mesa, habrá de afrontar la inversión paradógica de aquella antigua sentencia: es más fácil alimentar al hombre que salvarlo, esto es, que reconciliarlo consigo mismo, con los demás, con la muerte y con este misterio absolutamente rojo que es la existencia del mundo. En efecto, la alimentación más pertinaz no es únicamente la generada por una sociedad mal hecha, que desaparecerá con ella; hay otro origen más profundo de la alienación..., el hecho de que nondum apparuit quid erimus (Jn 3,2)". La salvación está viniendo continuamente a la historia. Pero el esperante cristiano es el que opera en dirección de lo que espera. La comunidad que aguarda la venida del Señor Jesús ha de vivir tal esperanza con expectación, con tensión, porque lo que se aguarda está cerca, en realidad nada nos separa de Él. Tendremos que preguntarnos "¿Cómo conviene que seáis en vuestra santa conducta y en la piedad, esperando y acelerando la venida del día de Dios?" (2Pe 3,11-12). 

La espera que el pueblo de Israel había vivido de la venida del Señor, ahora se convierte para los cristianos en espera del retorno definitivo del Señor. Es cierto que nos gustaría que lo que creemos que ha de pasar ocurriera cuanto antes, pero será necesario esperar pacientemente; el tiempo de Adviento es el tiempo de aprender la actitud de la paciencia, es decir, tener la capacidad de continuar avanzando en la preparación del camino del Señor a pesar de que las cosas no sean fáciles ni salgan a la primera. Será superar toda desesperanza y desgana y mantenernos en el camino con tesón y sin desánimos, porque también ahora estamos en los días de las cosas pequeñas, pero que Dios se sigue manifestando, Dios sigue viniendo, aunque no sea tan claro como uno lo desearía. 

En el tiempo de Adviento, la vida cristiana vuelve a revivir y a hacer presente la espera del Señor que se hace uno de nosotros naciendo de María en Belén; y así, revive y reafirma la gran esperanza de su venida definitiva, en la realización plena del Reino de Dios. Toda nuestra vida es ir recibiendo al Señor que viene entre estas dos venidas. Si Juan estos días nos hace una llamada urgente a preparar el camino del Señor, a estar atentos a su venida constante, María es una de las figuras que con su espera es modelo y estímulo de nuestra espera. Los profetas que anunciaban la venida del Dios salvador, es decir, del Mesías que venía para realizar esta salvación de Dios; nos anuncian la obra de Dios que viene a renovar el mundo y los hombres. 

"Yo prefiero y preferiré siempre a los que sueñan, aunque se equivoquen, a los que esperan, aunque a veces falle su esperanza. A los que apuestan por la utopía, aunque luego se queden a medio camino. Apuesto por los que no se resignan a que el mundo sea como es, los que confían que el mundo puede y debe cambiar... los que creen que la felicidad vendrá tal vez mañana... tal vez esta misma noche... Prefiero a los que no hacen caso al pesimismo que todos arrastramos, y que no nos deja ver más allá de nuestras narices... Prefiero a los que, como niños, saben ver el cielo estrellado y nuevo cada noche... los que como los niños, creen en el Reino de los Cielos, porque sólo de los que esperan, será el Reino de la felicidad. Y así lo espero" (J.Luis Martín Descalzo). 

2.2 La alegría. 

Debemos despertar los sentimientos de alegría. En el Adviento también en la vida social es una preparación navideña. Esto tiene sus peligros, porque podemos hacer de este tiempo un tiempo pagano, pero también contiene unos elementos que nos pueden ayudar. Es un ambiente de más alegría, de más ganas de felicidad. Esperar y preparar la venida del Señor, provoca sobre todo un sentimiento de alegría. Si estamos convencidos de que viene a nosotros aquel que nos trae la salvación y la vida, ¿cómo podríamos no sentir una alegría profunda?, la venida del Señor ha de ser un estallido de alegría (cfr. Isaías 36,1-10; So 3,14-17). 

La alegría es porque el Señor está cerca (Flp 4,4-7) y el modelo, de nuevo es María; en el Adviento sería bueno leer el primer capítulo de Lucas, saboreando las escenas, imaginándolas, recreándolas, viendo la reacciones de los personajes, sus sentimientos, lo que esperan, lo que viven, lo que dicen. Leer el anuncio a Zacarías, el anuncio a María, la visita de María a Isabel, el cántico de María, el nacimiento de Juan, la circuncisión de Juan, el cántico de Zacarías. María vive y transmite intensamente esa alegría. Es más, como botón de muestra vamos a pararnos en la visita de María a Isabel. María en cuanto conoce la noticia de que su prima está embarazada, sale decididamente y atraviesa toda Palestina para ir a tierras de Judá para compartir la alegría de su prima y ayudarla. Es el camino del norte al sur, camino que todos estamos invitados a realizar también hoy, que se convierte en una señal del gozo de la salvación que está viniendo. Nos manifiesta que todo lo que Dios hace es una gran obra de amor. 

2.3 El espíritu de oración. 

El Adviento nos invita también a vivir intensamente el espíritu de oración; se tratará de acercarse más al Señor que viene, desear su venida, es más, sin espíritu de oración, todo el camino de espera de la venida del Señor, toda la preparación de esta venida, sería una cosa externa a nosotros. El Adviento se debería vivir como un levantar el corazón a Dios, para que penetre lo más posible en nosotros su presencia salvadora. Experimentar la salvación y la sanación interior, sentir la necesidad de ser salvados y ponernos en manos de este Dios como la arcilla en manos del alfarero (cfr. Is 63,16-19; 64,6-7). En los profetas encontramos ejemplos de cómo los hombres han vivido el anhelo de Dios desde toda clase de situaciones. 

Un buen día los discípulos de Jesús le piden, tal vez picados por la curiosidad de sus largos ratos a solas con el Padre, que les enseñe a orar y Él les da una plegaria, el padrenuestro, que será el modelo, el patrón, de todo lo que el creyente tiene que compartir con Dios, el Padre. Rezar el padrenuestro, pensar en el padrenuestro, es una buena manera de no caer en una oración corta de horizontes y cerrada en nosotros mismos. El padrenuesto nos invita a mirar hacia Dios con confianza, nos hace llamarle Padre y hace que nos sintamos en comunión con todos los hombres. 

También en este Adviento, además de la enseñanza y el modelo de Jesús, podemos tener a María como maestra de oración. María conservaba y meditaba en su corazón todas aquellas cosas que iban sucediendo y orar es precisamente conservar en el corazón lo que sucede a nuestro alrededor, para vivirlo acompañado por él. Presentar nuestras peticiones a Dios ya que el Señor está cerca (Flp 4,5-6). Cada uno tiene que encontrar la forma de vivir y profundizar en este espíritu de oración. 

La reacción del creyente al celebrar la venida es, desde luego, la conversión de corazón, pero es también el gozo, la esperanza, la oración, la decisión de salir al encuentro del Señor que viene... En el Adviento se celebra la espera del Señor, de su venida en la carne, es un tiempo de preparación a la Navidad. "El tiempo de Adviento tiene una doble característica: es tiempo de preparación a la solemnidad de Navidad, en la que se recuerda la primera venida del Hijo de Dios entre los hombres y, contemporáneamente, es el tiempo en el que a través de tal recuerdo, la mente es guiada a la espera de la segunda venida de Cristo" 

(Calendario Romano). El verdadero y único sentido del Adviento parece ser el de la celebración de la espera mesiánica y de la preparación a revivir en la Navidad esta presencia de Dios-con-nosotros, el Enmanuel.

Nuestra esperanza, abierta de este modo hacia las metas de la Parusía final, se centra eminentemente en la fiesta de Navidad. En la fiesta de Navidad, en efecto, se concentra y actualiza, al nivel del misterio sacramental, la plenitud de la venida de Cristo; de la venida histórica, realizada ya, de la cual Navidad es memoria, y de la venida última, de la Parusía, de la cual Navidad es anticipación gozosa y escatológica. Cada año nuestra espera es más intensa y más ardiente, y nuestra experiencia de la venida del Señor más profunda y más definitiva. Cada año celebrar el Adviento es un verdadero acontecimiento, nuevo e irrepetible.

El Adviento nos hace desear ardientemente el retorno de Cristo. La venida de Cristo y su presencia en el mundo es ya un hecho. ¿Por qué, pues, esperar y ansiar su venida? Si Cristo está presente en medio de nosotros, ¿qué sentido tiene esperar su venida? Cristo está presente, pero su presencia no es aún total ni definitiva. También nuestra vida personal ha de seguir esperando la venida plena del Señor Jesús. Hay que nacer en Belén y vivir en humildad, oscuridad y obediencia.

¿Cómo iba yo a imaginar que me esperases junto a las redes y que me preguntes si tengo algo que comer (Jn 21,5)? Siempre he esperado que me hagas preguntas más divinas, pero tú eres de lo más normal y estás en lo cotidiano, en las conversaciones más corrientes, camino de cualquier Emaús y me exiges siempre ejercicio de reconocimiento... ¡Estoy asombrado!, pero me encanta descubrirte cuando menos lo espero, me encanta tus sorpresas, tu manera de presentarte. Tú eres un Dios imprevisible y genial, con la imaginación suficiente para no repetirte, para ser novedad permanente. ¡Gracias!

"¡Magnificat! Te doy gracias, Padre, por el don de la vida. ¡Qué lindo vivir...! Tú me hiciste. Señor, para la vida: la amo, la espero, la ofrezco. Tú eres la vida, como fuiste siempre mi verdad, mi camino y mi esperanza. ¡Qué importante es en la vida ser signo! Pero, no un signo vacío o de muerte, sino de esperanza que se comunica. El mundo actual necesita de sembradores valientes. A pesar de que 'nadie es profeta en su tierra' y que ya una vez 'la luz vino al mundo y los suyos no la conocieron'" (Cardenal Pironio).


(Reflexión confeccionada por el P. Santiago Sierra)

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