MARÍA ES ESA MUJER


Decir Inmaculada es decir escucha y diálogo con toda la Palabra, es dejarse hacer por la Palabra, contar a la humanidad la historia de amor de Dios. “Alégrate”. ¡Qué saludo el de aquella mañana de gracia! Quedé llena, llena del amor de un Dios que llegaba hasta mi pequeño ser de mujer. “Alégrate”. Así me dijo el ángel del Señor, y el gozo del Espíritu saltó en mi interior como una cascada de agua fresca que brota de una profunda montaña. “Alégrate”. Y el gozo del Espíritu se plasmó en mi interior para siempre.

“Llena de gracia”. Era el nuevo nombre que Dios Padre me ponía. Quería expresar con él la fuerza de su mirar, su amor eterno y desbordante, su obra de salvación.

“El Señor está contigo”. Era el aviso para la misión que me confiaba: Ser madre-virgen. El estaría siempre en mí. Juntos andaríamos el camino de la Nueva Humanidad.

“Bendita tú entre todas las mujeres y bendito el fruto de tu vientre”. Estas palabras de Isabel sonaron en mí como buena noticia. Estaba llegando el tiempo nuevo, el nuevo amanecer de la salvación.

“Feliz la que ha creído que se cumplirán las cosas que le fueron dichas de parte de Señor”. Él me invadía totalmente. Sentía ya los latidos del amor en mi fe de peregrina. Mi Hijo se iba agrandando en mi seno. Esperaba gozosa su nacimiento.

“Una espada te atravesará el alma”. Así me habló el anciano Simeón. Estas palabras de dolor llegaron a mi ser abierto y disponible con tanta fuerza que permanecí esperando que en cualquier momento se hicieran realidad.

"¿Por qué me buscabais?" Nuestro Hijo nos fue creciendo, y nos fue creciendo dentro. Se perdió y lo buscamos con el amor del alma. Su padre y yo lo buscamos angustiados. Un día se marchó a los caminos. Tenía pasión por anunciar el Reino.

"Mujer, déjame, todavía no ha llegado mi hora." Pero yo tenía prisa. Por eso intercedí por los novios. Estábamos en Caná. Había llegado la hora de indicarles que el Vino nuevo de la vida era mi Hijo. Les dije que creyeran en su Palabra, y se pusieran en sus manos.

“Dichosos los pobres, dichosos los limpios, dichosos los pacificadores...” ¡Qué gozo al escuchar el anuncio del Reino de labios de mi Hijo! ¡Qué alegría oírle decir a Él estas cosas! Sus palabras iban cayendo dentro de mí como semilla en tierra fértil, que esperan, un día romperse para dar fruto.

"¡Ahí tienes a tu Hijo!"Llegó también la hora esperada de la cruz, la que tantas veces aguardé en silencio confiado, abandonada totalmente a su querer. Llegó la hora de repetir nuevamente la palabra de la mañana primera: ¡Hágase en mí tu Palabra! Llegó la hora de estar de pie y serena ante la incomprensión del dolor y los gritos de los seres humanos. Llegó la hora de ser nuevamente madre, madre universal, madre abierta, madre de todos. La hora de esperar, nuevamente en silencio, la Palabra del Padre sobre mi Hijo.

"¡Resucitó!"La espera dio fruto. Mi corazón se llenó de gozo. Mi Dios resucitó a mi Hijo. Triunfaba la vida. ¡Qué alegría para mi corazón! ¡Qué fiesta dentro de mí! ¡Qué ganas de compartir con los amigos de Jesús!

"Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. .. Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo." La hora del Espíritu, la hora de la Iglesia está grabada en mi corazón de Madre. La hora del nacimiento nuevo de toda mujer y todo hombre que viene a este mundo. Llevo en mis entrañas maternales los gozos y los dolores de la humanidad que espera anhelante la nueva vida del Espíritu, la del amor derramado en los corazones. La del pan partido y repartido para todos, la hora de la copa abierta de la fraternidad universal. Llevo escritos en mis manos, siempre abiertas, los nombres de los pequeños, los rostros de los pobres, los gemidos de los excluidos, el dolor de los que sufren. Son los predilectos del Padre, los que tanto amó mi Hijo. El Espíritu sigue enviando hacia ellos testigos del amor, de la paz, de la vida.

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