EL MISTERIO DE UN DIOS SILENCIOSO

¿Por qué, si Dios es bueno, permite el sufrimiento de sus hijos? ¿Por qué calla? ¿Por qué no se hace más visible? ¿Por qué ante la duda no se manifiesta? ¿Por qué la única respuesta a nuestras plegarias es su silencio? ¿Por qué un Dios omnipotente no es un Dios evidente? Estas preguntas no son nuevas. Son universales. Hombres y mujeres de todas las épocas y culturas se enfrentan, en algún momento, con la dureza del silencio de Dios y con las afiladas aristas de estos interrogantes. Nos muerden. Nos descolocan. Son el punto sin retorno de la fe. Son el lugar en el que se estrella nuestra duda, y donde naufragan nuestras certezas. 

Caben dos respuestas:

1) No habla porque no está. No existe. Es tan solo un anhelo, una búsqueda desesperada de sentido, de seguridad, de un horizonte que nos permita creer que la vida es algo más que esto de ahora. Pero por más que nos empeñemos nunca lo oiremos porque no existe. La vida solo es esto. Nosotros, nuestra inteligencia, nuestra creatividad, nuestra capacidad de amar y de odiar, de hacer el bien y de herir, somos tan solo fruto de la casualidad, de una improbable evolución que, sin embargo, ocurrió. Y aquí estamos, fantaseando sobre un creador que nos quiere, que da sentido a nuestra vida y que hasta nos hace creer que tras la muerte hay algo más; porque nos da miedo sentirnos solos y abocados a la desaparición. 

2) Dios habita en el silencio. O es silencio tanto como palabra. Su capacidad creadora, su intención volcada en nosotros; su deseo de encuentro; su vaciarse en unos seres que estaríamos creados a su imagen y semejanza… Todo ello pasa por una libertad que da vértigo. Un Dios que impusiese su verdad, su evidencia, su poder, no sería un Padre, sino un dueño. No estaríamos creados a su imagen, sino como pobres marionetas obligadas a obedecer a su voz. El silencio es el precio de la libertad y de nuestra necesidad de conquistar lo que, juntos, podemos llegar a ser. La fe cristiana da un paso más y ha reconocido que si, de alguna manera, podemos intuir una palabra de Dios, no será rompiendo lo que somos, sino en nuestra historia, en nuestro lenguaje, en nuestra humanidad, palabra encarnada o palabra inspirada.

He ahí el dilema. ¿El silencio es ausencia o es reto? ¿Es negación o es llamada? ¿Es vacío o es el camino? Ante ese dilema, en esa encrucijada, hay un punto de dolorosa incertidumbre al elegir. Porque negar a Dios deja muchas preguntas abiertas, sobre el origen, el sentido, la posible finalidad de lo que somos. Pero afirmarlo no resuelve muchas otras.

Esta es la angustia, la desolación, la incertidumbre y la pregunta del Padre Rodrigues, enfrentado al silencio de Dios ante el sufrimiento de un pueblo golpeado. Un Dios que sigue callado en Siria, en el Mediterráneo, en los infiernos de la droga, en los burdeles de Tailandia, en los hogares donde hay malos tratos. ¿O acaso su Palabra ya está dicha?

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"Silencio" plantea también otras cuestiones: el sentido o no de la palabra dada, el testimonio, por qué resistir, la libertad religiosa... (todo ello de furibunda actualidad mirando a nuestro mundo y la situación de los cristianos perseguidos en algunos contextos). Seguiremos...

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