Abrir los periódicos cada mañana, en versión impresa o digital, se puede convertir en un ejercicio de confirmación de nuestros malos augurios acerca de este mundo que parece no tener solución.
Sin embargo, también hay rayos de esperanza que devuelven la confianza en el ser humano, actos que nos llaman a creer firmemente que el bien está sembrado dentro de nosotros. Paradójicamente estos actos suelen surgir ante el desafío del mal, como si fuese un reactivo que nos hace levantarnos y combatirlo a fuerza de bien.
Podemos pensar que intercambiarse por un rehén es un deber de todo aquél que elige ser policía como manera de ganar el pan para sus hijos. Y así, pensando de esta manera, no llegaremos a percibir lo extraordinario y bello de ponerse en el lugar de otro hasta las últimas consecuencias.
Alguna vez puede que nos sorprendamos a nosotros mismos soñando despiertos queriendo vivir la vida, aparentemente exitosa, de otros. Tal vez, la vida no nos ponga nunca en la tesitura de tener que llevar a cabo actos como el que a este policía le ha costado la vida. Él se ha puesto de manera definitiva en el lugar de otro, viviendo la muerte que posiblemente le hubiera tocado de no haber sido por el acto obligatoriamente generoso de este policía.
Los actos de generosidad y entrega definitivos no se improvisan. Si nos interesamos por la historia de Arnaud Beltrame descubrimos una persona que se entregó fielmente desde el comienzo en sus obligaciones como policía, lo que le valió alguna condecoración y reconocimiento. Nuestra vida se compone de pequeñas decisiones que nos van configurando. O bien nos van haciendo más atentos y sensibles a lo que pasa a nuestro alrededor, o bien nos van aletargando de manera que vivimos anestesiados para el mal y escépticos para el bien.
Arnaud Beltrame ha cumplido su obligación hasta el final, lo que no deja de ser el mayor acto de entrega y generosidad que puede hacer una persona. Podemos soñarnos en grandes gestas heroicas como la que ahora le reconocemos y, al mismo tiempo desdeñar lo que la cotidianeidad de la vida nos pone por delante. Pero no nos engañemos, solo quien vive generosamente está preparado para, llegado el momento, morir generosamente.
Estos días son especialmente indicados para profundizar en esto. Se nos invita a caer en la cuenta de que solo quien ha vivido apasionadamente –y este policía, por lo que dice la prensa, parecía vivir su profesión de manera apasionada– puede realizar actos que, aunque seguramente para él no sean más que cumplir con una obligación, son una consecuencia lógica de su manera de vivir.
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