PUENTING


El puenting se convirtió hace unos años en uno de los nuevos deportes que nos aproximan a situaciones de riesgo y disparan nuestros niveles de adrenalina. La publicidad nos presenta estas experiencias como los únicos medios de vivir intensamente.

Sin embargo la intensidad de nuestra vida, e incluso nuestros niveles de adrenalina, no nos lo dan sólo deportes de alto riesgo. Parte de lo que hace tan populares estos deportes es que vivimos una vida desinfectada, pasterizada y homogeneizada, donde el riesgo parece haber sido eliminado. Hemos olvidado que vivir es arriesgar. Pero para arriesgar no hace falta ir a lugares remotos, sino abrirse a las profundidades de todos aquellos que tenemos delante. Si nuestra tarjeta de visita es una sonrisa Profident y eso es lo que esperamos de los demás, los abismos los tenemos que buscar en lugares lejanos.

Si sabemos presentarnos como lo que somos, sin aditivos ni colorantes, el sabor de lo que vivimos será a veces desagradable, pero nunca soso y blandurrio. Lo mismo ocurre con aquellos de los que nos rodeamos, ya que todos acabamos buscando la compañía de aquellos que viven como nosotros, y si somos descafeinados y light acabaremos rodeándonos de personas iguales. Ante una misma situación vital hay quien se blinda frente a las verdaderas y fuertes emociones que conlleva una vida intensa, una vida en que no temo asomarme a mis abismos y a los de aquellos con los que comparto la vida. Una vida así no necesita deportes de riesgo para sentir que se vive con intensidad y disparar los niveles de adrenalina; necesita apertura y capacidad para soportar lo que no está pasterizado y tiene aquello que debe tener. Un encuentro con un enfermo de SIDA o con un inmigrante o con un preso puede hacernos pensar que tenemos que “protegernos” de ellos, o puede invitarnos a adentrarnos en vidas totalmente distintas de las nuestras, un deporte peligroso porque pone en jaque nuestras certezas y desafía nuestras seguridades.

La intensidad de la vida no se mide por los lugares visitados o lo exótico de las cosas que hayamos hecho, sino por la capacidad que hayamos tenido de asomarnos a los abismos de aquellos con los que compartimos las calles de nuestros pueblos y ciudades, y el peligro de quedar atrapados en esas vidas llenas de aventura.

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