
Ahora que se aproxima la Navidad en muchas casas, parroquias y comercios habrán montado su propio “Belén”, la típica representación a escala de las escenas del nacimiento de Jesús. Podemos encontrar Belenes de todo tipo, tamaño y estilo. Los hay que representan escenas típicas regionales. Otros son de gran tamaño –casi monumentales. Incluso existen los llamados “Belenes vivientes”, donde cada escena es representada –y teatralizada- por aficionados.
Quizás estemos demasiado acostumbrados a ver a Jesús naciendo en un establo, cueva o similar. Verlo así, rodeado de animales, medio desnudo, en una situación de verdadera precariedad, nos resulta bucólico, tierno, hasta “bonito”. Lo que nos resulta menos bonito, e incluso incómodo, es saber que en numerosos campos de refugiados esa escena (la pobreza, la precariedad, la indefensión, la marginalidad) son la trágica normalidad de cada día.
Tanto “Belén”, tanto musgo y tanta figura nos pueden distraer y hacer olvidar el verdadero sentido: Dios toma la opción de hacerse hombre, y no lo hace de cualquier manera. Elige hacerlo pobre, desprotegido y humilde; en una escena que bien podría ser Siria, Líbano o Grecia. Dios nace refugiado.
E Ignaciana
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