JOSÉ

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Plantó cara a la prudencia
y a los chismes.
Siguió la voz interior
que le instaba: ‘Confía’.
Enseñó, al Dios niño,
la mejor imagen de Dios.

Sin pronunciar palabra
labró el ‘hágase’ con su historia:
Carpintero y emigrante,
peregrino y maestro,
creyente y siervo.

El hombre discreto
sigue siendo, hoy,
testigo humilde
de la entrega callada,
del sacrificio radical,
de la fe capaz de arriesgarlo todo.

Entre sus manos
encallecidas,
ponemos las nuestras
y tratamos de asomarnos,
en su vida, a la sabiduría
de los justos.

(José María R. Olaizola, sj)


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