Resulta curioso cómo a pesar de la gran incidencia social, las evidencias científicas y los costes que suponen nos cuesta mucho reconocer. Las medidas que se toman son siempre controvertidas y tienen más de parches que de soluciones eficaces. Sin embargo, para leer ciertos datos se requiere un poco de audacia. Una investigación científica es buena no solo por el rigor, sino por relacionar datos aparentemente alejados. Algo parecido pasa en la política, pues los que marcan la diferencia muchas veces son los que tienen grandes horizontes y no se quedan en una mirada cortoplacista. Somos extremadamente precisos para escudriñar ciertos datos, pero nos volvemos miopes a la hora de mirar con perspectiva y hacernos conscientes de lo que supone ignorar este asunto.
La urgencia del medio ambiente no es una manía de la izquierda ni de los ecologistas de turno, tampoco es una cabezonería del papa –ojo, desgraciadamente hay mucha gente que lo piensa– ni una moda de los jóvenes europeos para no ir a clase. El cuidado del planeta es uno de los grandes retos del siglo XXI y basta con observar los termómetros para darse cuenta. Los problemas de salud comunitaria no son más que el enésimo indicador de que algo va mal. Podemos curar dolencias y poner parches ecológicos, pero hasta que no vayamos a las causas nunca curaremos las enfermedades personales y medioambientales. Ojalá como sociedad tengamos la audacia para tomar medidas reales y la valentía para cuestionarnos las veces que haga falta cómo estamos viviendo.
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