Con frecuencia solemos pensar que solo pueden llegar a ser santos aquellas personas que han deslumbrado con una vida extraordinaria, haciendo cosas importantes; hoy tenemos aquí el ejemplo de un humilde y sencillo labrador, que simplemente se puso en las manos de Dios, limitándose a hacer, con toda naturalidad, lo que tenía que hacer. La Iglesia no confunde la santidad con las excelencias de relumbrón.
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