DIOS NO SE TOCA

Hay una canción de Alejandro Sanz cuyo título es La música no se toca. Habla del carácter eterno de la música: «…pasaremos todos y quedará, recuérdelo, una canción…Y quedará la música cuando no haya a quien amar».

Pensaba en esto cuando leía un artículo acerca del aumento de jóvenes que se alejan de la religión. Incluso jóvenes que han sido muy creyentes y practicantes. La noticia me recordó a la lectura de los Hechos de los Apóstoles en la que Pablo y Bernabé acuden a los apóstoles a resolver una duda: ¿deben los nuevos cristianos asumir las tradiciones judías para convertirse?

En realidad, es una cuestión acerca del sentido que tienen algunas tradiciones que hemos venido haciendo desde siempre y se han convertido en un «es que siempre se ha hecho así». Ante la pregunta de Pablo y Bernabé, los apóstoles contestarán, entre otras cosas: «Hemos decidido, el Espíritu Santo y nosotros, no imponeros más cargas que las indispensables…». Y yo me pregunto: ¿cuándo algunas tradiciones de la Iglesia se nos han atragantado? ¿A cuántas les hemos dejado de encontrar sentido? ¿Cuántas nos han distanciado de Dios más que acercarnos a Él?

Doy Religión a adolescentes de entre 16 y 18 años, y soy testigo de primera mano de cómo viven, ya no solo la religión, sino «la cuestión de Dios». Muchos de ellos aún se encuentran en la idea de un Dios de barba blanca que está en el cielo, ajeno a nuestras cosas y que solo se asoma para castigarnos de vez en cuando por nuestros fallos. Otros han empezado a discurrir algo más, pero, de los primeros atisbos de duda (que tan necesaria es para avanzar), pasan directamente al pasotismo o la negación de Dios. ¿La razón? La mayoría alega que no les gusta la Iglesia, que no encajan en sus discursos, y que ni entienden ni encuentran sentido a sus tradiciones, las cuales viven como una carga.

¿Es que la Iglesia tendrá que hacer una revisión de esas tradiciones? ¿O seremos nosotros los que tendremos que dar una vuelta a cómo las entendemos, las vivimos y las transmitimos?

Los tiempos cambian, y no entendemos ni vivimos las cosas igual. ¿Por qué no trasladar esto a la Iglesia y las tradiciones de nuestra fe? Mi gran preocupación: de qué manera dar este paso sin desvirtuar el significado de dichas tradiciones, sin manosearlas hasta el punto de que, de modernos que queremos ser, dejemos fuera la esencia y verdad del mensaje.

Para ello se hace necesario que el Espíritu Santo no quede fuera del diálogo que hay que mantener, el mismo que tuvieron Pedro y los demás. Él es quien puede poner luz, guiar por caminos consecuentes a la fe que predicamos, renovar sin trastocar ni adulterar. Solo el Espíritu nos puede ayudar a poner palabras y mediaciones a lo indefinible, que es ese Dios tan imposible de encerrar en tradiciones, costumbres y normas. Sea lo que sea, pase lo que pase, que la verdad sobre Dios se mantenga y seamos fieles a ella. Dios no se toca, como le pasa a la música a la que canta Alejandro Sanz. Ya lo decía Jesús: «cielo y tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán».

 

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