CONVERSIÓN

Sigue curvado sobre mí, Señor,

remodelándome,

aunque yo me resista.

¡Qué atrevido pensar

que tengo yo mi llave!

¡Si no sé de mí mismo!

Si nadie como Tú puede decirme

lo que llevo en mi dentro.

Ni nadie hacer que vuelva

de mis caminos

que no son como los tuyos.

Sigue curvado sobre mí,

tallándome,

aunque a veces de dolor te grite.

Soy pura debilidad, Tú bien lo

sabes.

Tanta, que, a ratos,

hasta me duelen tus caricias.

Lábrame los ojos y las manos,

la mente y la memoria,

y el corazón, que es mi sagrado,

al que no Te dejo entrar

cuando me llamas.

Entra, Señor, sin llamar,

sin mi permiso.

Tú tienes otra llave,

además de la mía,

que en mi día primero Tú me diste,

y que empleo, pueril, para

cerrarme.

Que sienta sobre mí tu ‘conversión’

y se encienda la mía

del fuego de la Tuya,

que arde siempre,

allá en mi dentro.

Y empiece a ser hermano,

a ser humano,

a ser persona.

¡Qué paciencia, Señor,

sobre Tu mundo,

que nosotros tratamos,

mal-tratamos,

como si fuera nuestro,

del primero que llegue,

el más astuto,

o el más ladino,

o de aquel o de aquella,

a quien no duele

pisar a los demás,

como se pisa

la uva en el lagar,

o una hormiga, o un escarabajo.

Sigue vuelto, Señor

con Tu sol y Tu lluvia

para todos,

para buenos y malos,

pacientes y violentos,

víctimas y verdugos,

lloviendo y calentando

esta tierra que somos.

Sigue haciendo germinar

en todos

la semilla que eres

¡Que la hagamos crecer,

sin desmayarnos,

entre tanta cizaña!

Y que dé de comer a mucha gente

pan Tuyo y pan nuestro

el que de Ti hemos aprendido a ser

 multiplicándonos. 

Ignacio Iglesias, sj



 

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