ENCUENTRO CON EL RESUCITADO

Jesús se deja ver. El ausente se nos hace presente. De muy diversas maneras se hace nuestro compañero de camino. Sin apenas darnos cuenta se nos mete en la vida. Esta es la experiencia y certeza fundamental de la oración: Jesús vive y está con nosotros. Encontrarle es algo que afecta a toda nuestra persona. 

Un camino privilegiado. Vivir como resucitados es tener un encuentro con Cristo Resucitado. «Yo soy el que vive. Estaba muerto, pero ahora estoy vivo por los siglos de los siglos» (Ap 1,17‑18). «En veros junto a mí, he visto todos los bienes… Bienaventurado quien de verdad le amare y siempre le trajere junto a sí” (Santa Teresa, Vida 22, 7). La oración es un camino privilegiado para ello. 

El signo de la comunidad. El signo mayor de los cristianos es el de vivir como hermanos y quererse. En medio de un mundo marcado por las divisiones, guerras, distinciones y clases sociales, la experiencia de comunidad, y dentro de ella la oración en común, es un prodigio permanente. “Nosotros preguntamos: ¿Dónde está Dios?; y Dios responde preguntando: ¿Dónde está tu hermano?» (Pedro. Casaldáliga).

«La gloria de Dios es que el hombre y la mujer vivan” (San Ireneo). La oración, como encuentro vital con Jesús, nunca termina en fracaso, porque bebe en las fuentes de la gracia (cf 1Cor 15,10). Pablo se define como el que “ha sido alcanzado por Cristo Jesús» (Flp 3,12), y por tanto corre la misma suerte que él. 

La experiencia del perdón. En cada encuentro de oración, Jesús se pone en medio y da el perdón. No echa en cara las huidas, no empieza con el reproche, no pone por delante sus exigencias para el camino. Lo primero para él es curar e invitar de nuevo a la comunión y a la amistad con él. Jesús muestra a sus amigos los signos de su amor y de su victoria. Siempre se da a conocer como el que demuestra su amor hasta la muerte. Su perdón nos ofrece “una nueva posibilidad de vida” (E. Schillebeekx). Orar es recibir un día y otro el perdón. Vivir es, un día y otro, ser testigos de reconciliación en el mundo (cf Jn 20,22‑23). 

El regalo de la pazLa experiencia de sentirse amados, desmedidamente amados, es fundamental en la oración y en la vida. Jesús saluda con la paz, y en ella nos regala la armonía, la bendición, la gloria, la salvación, la vida. “Lo que no engendra humildad, silencio, paz… ¿qué puede ser?» (San Juan de la Cruz).

Cipecar 

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