Vuelven a su vida de otra manera. ¡Qué diferencia entre caminar con los ojos ofuscados y hacerlo con los ojos limpios! ¡De qué manera tan distinta se camina si, en vez de compartir frustraciones, contamos nuestra experiencia de resucitados! El camino, hecho en compañía de Jesús, nos permite descubrir signos de esperanza donde antes sólo veían señales de pesimismo (cf Lc 24,15ss).
Son signos de la presencia del Resucitado. Son familias que, con sueldos ajustados, son generosas; laicos que, antes de empezar el trabajo, participan en la misa matutina de su parroquia; enfermos crónicos que no pierden la sonrisa; religiosos que, sin especiales alardes, están siempre dispuestos a ser enviados donde haga falta; jóvenes que no se ajustan al hedonismo ambiental sino que participan en voluntariados de ayuda a los demás; madres de familia que mantienen la confianza en circunstancias conflictivas. Ellos y ellas, con el testimonio de su esperanza, hacen realidad lo que todos cantamos en el tiempo de Pascua: “Vimos romper el día sobre tu hermoso rostro/ y al sol abrirse paso por tu frente. / Que el viento de la noche no apague el fuego vivo/ que nos dejó tu paso en la mañana”.
Anuncian, celebran el Evangelio de la vida. El esplendor de la resurrección ayuda a superar toda situación de muerte y a reconciliar a los seres humanos y a toda la creación con la vida. La experiencia de Jesús: la paz, el perdón, la alegría…. los convierte en misioneros, dispuestos siempre a dar razón de la esperanza» (1Ped 3,15).
Oran y viven como resucitados. Las señales más hermosas son la alabanza, que recrea las fuentes del gozo y purifica el aire, y el interés por los demás. “Sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida, porque amamos a los hermanos» (Jn 3,14).
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