Cada día, Señor, una danza de luz al despertar, tras la oscuridad que se cierne sobre la faz de la tierra; cada día tu oro; cada día la columna de fuego que avanza en mi interior y devora lo que no existe; cada día, Señor, con sencillez, sin palabras, gozarse en tu presencia, como se gozan los mozos al segar, como se alegran los soldados al repartirse el botín; con una alegría festiva, inconsciente, llena de plenitud. Gozo de una llamada y una vocación. Gozo de un carisma. Formo parte de una familia.
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