Santiago Agrelo Martínez


De una carta a un amigo musulmán:

Querido amigo: Paz y Bien.
Mucho camino hemos de recorrer en nuestra búsqueda de Dios: El que es oscuridad será nuestra luz; el que es santidad será la gracia que nos purifique; el que es inaccesible será el que nos lleve de la mano a su misterio.
En nuestra pequeñez, decimos: “Dios es grande”. Lo decimos con verdad, aunque hayamos de confesar que nuestra palabra “grande” se nos queda vacía cuando la decimos de Dios. “Dios es clemente y misericordioso”, aún más, es “El Clemente”, “El Misericordioso”, y también, como nos gusta repetir a los cristianos, “Dios es amor”; pero no se nos oculta que las palabras más hermosas de nuestro lenguaje, cuando las decimos de Dios, adquieren un significado que para nosotros es tan misterioso como el mismo Dios: Dicen lo que no podemos explicar ni abarcar, dicen lo que no podemos decir, pero las decimos porque las necesitamos para decir algo del que es indecible.
Lo indecible de Dios hace que nuestro camino sea sin término, pues si bien en Dios “vivimos, nos movemos y existimos”, nunca alcanzamos a comprenderlo, nunca podremos nombrarlo, que sería algo así como dominarlo, abarcarlo, poseerlo.
Con ello quiero decirte que, en nuestra búsqueda de Dios, hemos de recorrer el camino de la reflexión, el de la contemplación, el de la admiración, el de la imitación, hasta que nuestra vida desemboque en la vida de Dios, hasta que nuestro tiempo termine en su eternidad, hasta que nuestro pobre aliento llegue a perderse en el viento de Dios.
Aquí, hermano mío, empiezo a caminar contigo en la búsqueda de Dios. Se trata de una peregrinación en la que Él es el camino y la meta: “Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto”. Como ves, la meta es tan alta, tan inaccesible, que sólo se puede avanzar hacia ella con humildad y confianza, con la certeza de que Él nos ama.

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