El evangelista Marcos, nos
relata uno de los muchos episodios en que Jesús se enfrenta con los
fariseos, a causa de lo mandado que se podía o no se podía hacer en
sábado.
En esta ocasión, se trata de
que arrancaron, los discípulos, unas espigas al pasar por un sembrado,
una tontería; pero los fariseos, fieles cumplidores de las ley echan en
cara esta acción y Jesús les recuerda el episodio en que el Rey David,
encontrándose él y sus hombres, faltos y con hambre, entró en el templo y
comió de los panes presentados, que sólo podían comer los sacerdotes, y
les dio a sus compañeros.
Los hombres somos muy dados a
establecer normas y prohibiciones que, por un lado, están bien para la
convivencia pero que, en otras ocasiones, su fundamento ha quedado
obsoleto, pero persistimos en ellas.
En muchas ocasiones las
costumbres, las convertimos en leyes y, en el caso de Israel, acababan
transformándose casi en revelación divina con el paso del tiempo.
¡Qué claro lo dice Jesús!: «el sábado se hizo para el hombre y no el hombre para el sábado.»
Claro, el sábado se instituye para que el hombre pueda tener tiempo para alabar y bendecir a Dios, pero no para crearle frustraciones que impidan el normal desarrollo de su vida.
Claro, el sábado se instituye para que el hombre pueda tener tiempo para alabar y bendecir a Dios, pero no para crearle frustraciones que impidan el normal desarrollo de su vida.
No nos convirtamos simplemente en cumplidores de normas.
Intentemos comprender el significado de las cosas, entreguémonos a
nuestras obligaciones y quehaceres con sencillez y humildad, respetando
al que tenemos a nuestro lado e intentando comprenderlo, y no
consideremos «apestados» a aquellos que quizá por desconocimiento o
descuido, no cumplen las normas como nosotros quisiéramos.
Si Dios es Misericordia Infinita, ¿quién somos nosotros para juzgar a nadie?
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